El orden social (orden público, orden natural…) desde el punto de vista social, se sostiene, desde hace siglos, en la creencia de una supremacía de una élite sobre el conjunto social que tiene (en razón de nacimiento: ya sea por rasgos físicos - herencia de sangre o raza - o por dotes personales basadas en valores políticos-sociales nacidos de la crítica analítica de la economía) una superioridad sobre el resto de los mortales que les permite el privilegio de dirigirlos, ordenarlos, juzgarlos o someterlos a intereses superiores al individuo. Así, el hombre blanco (en especial el anglosajón) sostenía que el color de la piel blanca era un rasgo de supremacía sobre el resto de razas; y dentro de los blancos, los que en razón de sangre habían recibido una educación y por ello una dignidad y que por esa razón habían adquirido el derecho a no trabajar y a gozar de la contemplación y los placeres de la vida.
Si bien, parece que ello estaba reservado a los reyes – que adquirían dicha dignidad en razón de nacimiento (tanto en las primeras ciudades estado como en los posteriores imperios mediterráneos), y cuya tarea básica era el ordenamiento social, la administración de los recursos y el ejercicio de la guerra en casos de crisis en la producción de cosechas o invasión; con el nacimiento del capitalismo y la emergencia de clases sociales adineradas, se aspiró a ese pedigrí por medio del dinero y el poder que este otorgaba. Alcanzar dicha dignidad (regia) requería, en origen, la realización de una hazaña inalcanzable para el resto de los “comunes” (No sólo el mito artúrico representa dicha necesidad para seducir al pueblo; también en la Biblia Moisés alcanza dicha dignidad por los milagros que realiza ante otro rey). Aunque siempre se requiere (en ambos ejemplos) un nacimiento que transfiera una naturaleza singular y propiedades que sólo puede transmitirse en razón de sangre. Incluso J.C., aparentemente nacido en la humildad, se invistió su nacimiento de hechos milagrosos para justificar su naturaleza regia y su proceder milagroso (pero también se podría interpretar que dicha investidura sea, en origen, “artificial” – un invento, un mito.. – que permite señalar que tales hazañas no están al alcance de cualquier común o que se precisa salvar “retos” complejos para alcanzar esa capacidad, y por tanto tener un respaldo divino o de destino que le encamina hacia esa trayectoria semi-humana semi-divina).
La disposición de un pueblo a la voluntad de un “rey” así nacido, da la idea de que uniéndose al milagroso destino del “rey” todos tenderán hacia el bienestar social (“si medra el rey, medra el reino), por lo cuál no existe ninguna aversión, ni oposición, a que las riquezas del patrimonio del “rey” progresen paralelamente a la riqueza de la sociedad (es más, ello se considera un signo conforme a las leyes naturales).
A mi modo de ver, se produce una gran división en occidente, a raíz de la escisión protestante (que permite aceptar las riquezas, de cualquier común, como símbolo de respaldo divino frente a la visión igualitaria que transmite la visión católica). Así la socialización americana que siguió al descubrimiento de América se tradujo en el norte en una eliminación sistemática de la población aborigen frente a la convivencia que se da en el dominio español. Mientras que en el norte, la eliminación indígena da lugar a sociedades similares a las europeas, en el sur se da lugar a una sociedad mixta y a una absorción y cristianización de las costumbres originales, generándose una mezcla de la que, al pasar del tiempo y al llegar la independencia de esas territorios, los propios gobernantes autóctonos tienden a avergonzarse (realizándose declaraciones a favor de una población más europeas y tendiéndose a vetar la prosperidad de los indígenas o sus híbridos).
Así, el orden social se sostiene, no sólo en razón a una jerarquización en razón de sangre (realeza), sino también en razón de raza (y me refiero a la verificación de la propia historia, no de los principios que sostiene la Unión de Naciones). Y cierta consideración de desprecio (en razón de raza o nación) se sigue sosteniendo de manera internacional, cuando se transfiere los conflictos económicos a terceros países en forma de crisis o de guerras. Y dentro de una propia nación también existe una concepción elitista que sostiene una jerarquización en razón al lugar que se ocupa (y no tanto a la legitimidad del proceso por el cuál se ha ocupado dicho lugar), reservándose información y ostentándose privilegios que les ponen a salvo de los vaivenes de la economía. En ese sentido (los “reyes” o clases dirigentes) no comparten el devenir (y las tragedias o desgracias) ocasionado por las penurias económicas de sus administrados (y producto de sus decisiones). Por lo que lo que se cuestiona es su naturaleza “singular” (regia) que les había hecho acreedores de ocupar los puestos de dirección y las prebendas que les son consustanciales. (La sintonía entre la prosperidad y bienestar de la elite y las clases medias se ha roto).
El republicanismo, en la actualidad, no cambia la sintonía (compartir la misma prosperidad o penurias ambos estratos) que se espera entre la población común y sus dirigentes; aunque en sus orígenes, de esta forma de gobierno pudiera deducirse esa cualidad precisada por la población. De hecho van cayendo las monarquías por el distanciamiento entre esos estratos; incluso el advenimiento del comunismo se enlaza con las grandes diferencias en bienestar entre los habitantes de un mismo estado.
Las formulas parlamentarias permiten un acercamiento de la población al poder del Estado (bajo unas reglas determinadas) y la elección de cualquier contribuyente para un cargo público. Sin embargo, el bienestar social sigue estando sujeto al devenir económico, y el acceso a la riqueza (mediante el trabajo) se ha modificado hasta el punto de que es la especulación la fuente de riqueza más fiable (y aparentemente más usada por aquellos que tienen acceso a las esferas de poder); la especulación se basa, no sólo, en información sino en posición lo suficientemente dominante para imponer, no sólo, criterios generales para acceder a un determinado negocio, si no incluso imponer quienes serán los intermediarios que rentabilizarán los beneficios. (Incluso la posición dominante permite silenciar la “adversidad” de un producto especulativo y desprenderse de dicho producto para que sean “otros” los que sufran las pérdidas).
Por ello se puede terminar por concebir al Estado como fuente de un gran negocio.
En esta perspectiva, mientras la economía va bien todos luchan contra el que sostiene el poder para ocuparlo – o para obtener una cuota de beneficio - (pues no hay más mérito a demostrar que el propio ejercicio del poder), en las situaciones económicas adversas los “comunes” pueden observar, con meridiana claridad, la incapacidad como denominador común de aquellos que luchan por el poder (haciendo del poder, en sí mismo, el único objetivo – sin demostración de cualidad alguna o mérito “especial” que haga legítimo el acceso a dicha dignidad). Es así como adquiere consistencia las teorías de las “fratrías” (Del gr. φρατρία – 1. f. Entre los antiguos griegos, subdivisión de una tribu que tenía sacrificios y ritos propios.2. f. Biol. Conjunto de hijos de una misma pareja.3. f. p. us. Sociedad íntima, hermandad, cofradía) en lucha.
Desde este punto de vista, la subversión (Subvertĕre) vista desde los que ejercen el poder, es sinónimo de socavar la moral social (desalentar a la población, a los ciudadanos o a los contribuyentes – como quieran llamarlos). Así, un subversivo (del lat. subversum, supino= hacia arriba, de subvertĕre, subvertir), es aquel que modifica la versión oficial (o sea: modifica lo que viene de arriba) y es definido por el poder como: 1. adj. Capaz de subvertir, o que tiende a subvertir, especialmente el orden público. Pero si nos atenemos al concepto de orden ((Del lat. ordo, -ĭnis.1. amb. Colocación de las cosas en el lugar que les corresponde.2. amb. Concierto, buena disposición de las cosas entre sí. 3. amb. Regla o modo que se observa para hacer las cosas.) y observamos que las cosas no están en su lugar, ni hay buena disposición de las cosas entre sí y que deploramos las reglas que se usan para hacer las cosas – pues están viciadas -, nos convertimos en unos rebeldes (Del lat. rebellis) 1. adj. Que, faltando a la obediencia debida, se rebela ( se subleva).2. adj. Que se rebela ( opone resistencia). Y se convierten en rebeldes ((del lat. rebellāre) 1. tr. Sublevar, levantar a alguien haciendo que falte a la obediencia debida. 2. prnl. Oponer resistencia.) cuando en realidad lo que se produce es una revelación (revelarse, revelar. del lat. revelāre).1. tr. Descubrir o manifestar lo ignorado o secreto). Y en esa revelación nos encontramos que todos estamos con un estado de bronca similar: indignados, indignar (Del lat. indignāri).1. tr. Irritar, enfadar vehementemente a alguien – está en juego nuestra dignidad.
Si bien, parece que ello estaba reservado a los reyes – que adquirían dicha dignidad en razón de nacimiento (tanto en las primeras ciudades estado como en los posteriores imperios mediterráneos), y cuya tarea básica era el ordenamiento social, la administración de los recursos y el ejercicio de la guerra en casos de crisis en la producción de cosechas o invasión; con el nacimiento del capitalismo y la emergencia de clases sociales adineradas, se aspiró a ese pedigrí por medio del dinero y el poder que este otorgaba. Alcanzar dicha dignidad (regia) requería, en origen, la realización de una hazaña inalcanzable para el resto de los “comunes” (No sólo el mito artúrico representa dicha necesidad para seducir al pueblo; también en la Biblia Moisés alcanza dicha dignidad por los milagros que realiza ante otro rey). Aunque siempre se requiere (en ambos ejemplos) un nacimiento que transfiera una naturaleza singular y propiedades que sólo puede transmitirse en razón de sangre. Incluso J.C., aparentemente nacido en la humildad, se invistió su nacimiento de hechos milagrosos para justificar su naturaleza regia y su proceder milagroso (pero también se podría interpretar que dicha investidura sea, en origen, “artificial” – un invento, un mito.. – que permite señalar que tales hazañas no están al alcance de cualquier común o que se precisa salvar “retos” complejos para alcanzar esa capacidad, y por tanto tener un respaldo divino o de destino que le encamina hacia esa trayectoria semi-humana semi-divina).
La disposición de un pueblo a la voluntad de un “rey” así nacido, da la idea de que uniéndose al milagroso destino del “rey” todos tenderán hacia el bienestar social (“si medra el rey, medra el reino), por lo cuál no existe ninguna aversión, ni oposición, a que las riquezas del patrimonio del “rey” progresen paralelamente a la riqueza de la sociedad (es más, ello se considera un signo conforme a las leyes naturales).
A mi modo de ver, se produce una gran división en occidente, a raíz de la escisión protestante (que permite aceptar las riquezas, de cualquier común, como símbolo de respaldo divino frente a la visión igualitaria que transmite la visión católica). Así la socialización americana que siguió al descubrimiento de América se tradujo en el norte en una eliminación sistemática de la población aborigen frente a la convivencia que se da en el dominio español. Mientras que en el norte, la eliminación indígena da lugar a sociedades similares a las europeas, en el sur se da lugar a una sociedad mixta y a una absorción y cristianización de las costumbres originales, generándose una mezcla de la que, al pasar del tiempo y al llegar la independencia de esas territorios, los propios gobernantes autóctonos tienden a avergonzarse (realizándose declaraciones a favor de una población más europeas y tendiéndose a vetar la prosperidad de los indígenas o sus híbridos).
Así, el orden social se sostiene, no sólo en razón a una jerarquización en razón de sangre (realeza), sino también en razón de raza (y me refiero a la verificación de la propia historia, no de los principios que sostiene la Unión de Naciones). Y cierta consideración de desprecio (en razón de raza o nación) se sigue sosteniendo de manera internacional, cuando se transfiere los conflictos económicos a terceros países en forma de crisis o de guerras. Y dentro de una propia nación también existe una concepción elitista que sostiene una jerarquización en razón al lugar que se ocupa (y no tanto a la legitimidad del proceso por el cuál se ha ocupado dicho lugar), reservándose información y ostentándose privilegios que les ponen a salvo de los vaivenes de la economía. En ese sentido (los “reyes” o clases dirigentes) no comparten el devenir (y las tragedias o desgracias) ocasionado por las penurias económicas de sus administrados (y producto de sus decisiones). Por lo que lo que se cuestiona es su naturaleza “singular” (regia) que les había hecho acreedores de ocupar los puestos de dirección y las prebendas que les son consustanciales. (La sintonía entre la prosperidad y bienestar de la elite y las clases medias se ha roto).
El republicanismo, en la actualidad, no cambia la sintonía (compartir la misma prosperidad o penurias ambos estratos) que se espera entre la población común y sus dirigentes; aunque en sus orígenes, de esta forma de gobierno pudiera deducirse esa cualidad precisada por la población. De hecho van cayendo las monarquías por el distanciamiento entre esos estratos; incluso el advenimiento del comunismo se enlaza con las grandes diferencias en bienestar entre los habitantes de un mismo estado.
Las formulas parlamentarias permiten un acercamiento de la población al poder del Estado (bajo unas reglas determinadas) y la elección de cualquier contribuyente para un cargo público. Sin embargo, el bienestar social sigue estando sujeto al devenir económico, y el acceso a la riqueza (mediante el trabajo) se ha modificado hasta el punto de que es la especulación la fuente de riqueza más fiable (y aparentemente más usada por aquellos que tienen acceso a las esferas de poder); la especulación se basa, no sólo, en información sino en posición lo suficientemente dominante para imponer, no sólo, criterios generales para acceder a un determinado negocio, si no incluso imponer quienes serán los intermediarios que rentabilizarán los beneficios. (Incluso la posición dominante permite silenciar la “adversidad” de un producto especulativo y desprenderse de dicho producto para que sean “otros” los que sufran las pérdidas).
Por ello se puede terminar por concebir al Estado como fuente de un gran negocio.
En esta perspectiva, mientras la economía va bien todos luchan contra el que sostiene el poder para ocuparlo – o para obtener una cuota de beneficio - (pues no hay más mérito a demostrar que el propio ejercicio del poder), en las situaciones económicas adversas los “comunes” pueden observar, con meridiana claridad, la incapacidad como denominador común de aquellos que luchan por el poder (haciendo del poder, en sí mismo, el único objetivo – sin demostración de cualidad alguna o mérito “especial” que haga legítimo el acceso a dicha dignidad). Es así como adquiere consistencia las teorías de las “fratrías” (Del gr. φρατρία – 1. f. Entre los antiguos griegos, subdivisión de una tribu que tenía sacrificios y ritos propios.2. f. Biol. Conjunto de hijos de una misma pareja.3. f. p. us. Sociedad íntima, hermandad, cofradía) en lucha.
Desde este punto de vista, la subversión (Subvertĕre) vista desde los que ejercen el poder, es sinónimo de socavar la moral social (desalentar a la población, a los ciudadanos o a los contribuyentes – como quieran llamarlos). Así, un subversivo (del lat. subversum, supino= hacia arriba, de subvertĕre, subvertir), es aquel que modifica la versión oficial (o sea: modifica lo que viene de arriba) y es definido por el poder como: 1. adj. Capaz de subvertir, o que tiende a subvertir, especialmente el orden público. Pero si nos atenemos al concepto de orden ((Del lat. ordo, -ĭnis.1. amb. Colocación de las cosas en el lugar que les corresponde.2. amb. Concierto, buena disposición de las cosas entre sí. 3. amb. Regla o modo que se observa para hacer las cosas.) y observamos que las cosas no están en su lugar, ni hay buena disposición de las cosas entre sí y que deploramos las reglas que se usan para hacer las cosas – pues están viciadas -, nos convertimos en unos rebeldes (Del lat. rebellis) 1. adj. Que, faltando a la obediencia debida, se rebela ( se subleva).2. adj. Que se rebela ( opone resistencia). Y se convierten en rebeldes ((del lat. rebellāre) 1. tr. Sublevar, levantar a alguien haciendo que falte a la obediencia debida. 2. prnl. Oponer resistencia.) cuando en realidad lo que se produce es una revelación (revelarse, revelar. del lat. revelāre).1. tr. Descubrir o manifestar lo ignorado o secreto). Y en esa revelación nos encontramos que todos estamos con un estado de bronca similar: indignados, indignar (Del lat. indignāri).1. tr. Irritar, enfadar vehementemente a alguien – está en juego nuestra dignidad.
Desde esta visión, el 15 M es una revelación colectiva que señala que las cosas no están en orden (pero no por abajo, si no por arriba) y los de arriba interpretan que el 15 M es una rebelión que subvierte el orden y hay que controlarla (Porque las cosas siempre fueron así ¿Quién va a venir a cambiarlas ahora? ¡Los Ciudadanos! ¡Los contribuyentes! ¡El Pueblo! – y esos ¿quienes son sin nosotros?); así empiezan las revoluciones.
Por tu propio esfuerzo
ponte hoy por fin en pie
y no sientas miedo
del amanecer.
No le des la espalda
al valor de la verdad
busca en cuerpo y alma
la felicidad.
Tu, amigo nuevo
pon tu voz en libertad
sal a campo abierto
junto a los demás.
Ven canta con fuerza
la canción que nace al son
que sus notas sean
un himno al amor.
haz de ti un refugio
para quien perdió su hogar
y torció su rumbo
en la oscuridad
ven canta con fuerza
la canción que nace al son
que sus notas sean
un himno de amor
un himno amor.
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