Todo el mundo se fía del nivel energético de las personas para establecer relaciones con ellas. De ése nivel desprendemos la fiabilidad de la misma, su seguridad en sí misma y, aunque todo el mundo tenga inseguridades, siempre se muestra una faceta de seguridad al exterior, porque de la expresión de esa seguridad puede depender nuestra seguridad personal y nuestra supervivencia.
Acostumbrados a evaluar desde esa óptica, solemos pasar por alto qué tipos de valores personales se defienden en realidad y nos identificamos con “padecimientos” y dificultades similares y desde ahí se obtienen conclusiones con las que convivir unos y otros.
Esta crisis se empezó a vislumbrar en España en el debate entre Solbes y Pizarro; éste último un hombre que peleó en la defensa de los intereses de unos inversores frente al Estado y ganó. Rápidamente la popularidad del mismo se incrementó y parte de la población vio en él a un héroe que defendía el espíritu de las leyes por encima de intereses políticos. Pronto se le ofreció la posibilidad de entrar en política y aceptó (¿). En aquél debate el Sr, Pizarro se mostró como un caballero: amable, cordial, educado y respetuoso con el rival. Por el contrario el rival se mostró: duro y distante, negando cualquier posibilidad de crisis (evidentemente muchos cargos políticos dependían de sus declaraciones); pero el Sr. Pizarro era, ante todo, un personaje que daba la sensación de humildad. Así que el debate lo perdió; y parece ser que lo perdió porque no podía ir más allá de sus percepciones (originadas en el ámbito de su profesión económica) y su educación no le permitía descalificar a una persona que sostenía sobre sus hombros tan altas responsabilidades. La oposición siguió siendo oposición y sobre un año o año y medio más tarde (tal vez dos) dejó, discretamente, la política.
Dice un dicho oriental que el mejor gobernante pasa desapercibido por el pueblo. (malos tiempos para los buenos gobernantes (¡) parecen ser).
El nivel energético percibido desalojó a este buen señor de la opción de hacer política. Tal vez fuera lo correcto y tal vez deba de ser así; pero siempre quedará en la memoria el interrogante imposible de resolver: ¿Si hubiéramos reconocido los signos de aquél debate hubiera servido de algo al país? O es que simplemente no le quedó otra salida que aceptar el puesto y viendo la naturaleza que debe sustentar un político no se vio a la altura del axioma: Además de tener la razón hay que demostrar, enérgicamente, que se tiene. Y tal vez estemos más en demostrar energía que en tener un bagaje de verdaderas razones para sustentarla.
Como en el Tango, para el 70% casi todo es “postura”, y con ello se triunfa ¡Qué más da que las figuras no transmitan, o no haya verdadero diálogo entre las piernas de la pareja, o que los adornos estén mal hechos y nada simbolicen… todo se basa en la apariencia (y no en lo real)
Será… será que debe de ser así… (o no?).
Acostumbrados a evaluar desde esa óptica, solemos pasar por alto qué tipos de valores personales se defienden en realidad y nos identificamos con “padecimientos” y dificultades similares y desde ahí se obtienen conclusiones con las que convivir unos y otros.
Esta crisis se empezó a vislumbrar en España en el debate entre Solbes y Pizarro; éste último un hombre que peleó en la defensa de los intereses de unos inversores frente al Estado y ganó. Rápidamente la popularidad del mismo se incrementó y parte de la población vio en él a un héroe que defendía el espíritu de las leyes por encima de intereses políticos. Pronto se le ofreció la posibilidad de entrar en política y aceptó (¿). En aquél debate el Sr, Pizarro se mostró como un caballero: amable, cordial, educado y respetuoso con el rival. Por el contrario el rival se mostró: duro y distante, negando cualquier posibilidad de crisis (evidentemente muchos cargos políticos dependían de sus declaraciones); pero el Sr. Pizarro era, ante todo, un personaje que daba la sensación de humildad. Así que el debate lo perdió; y parece ser que lo perdió porque no podía ir más allá de sus percepciones (originadas en el ámbito de su profesión económica) y su educación no le permitía descalificar a una persona que sostenía sobre sus hombros tan altas responsabilidades. La oposición siguió siendo oposición y sobre un año o año y medio más tarde (tal vez dos) dejó, discretamente, la política.
Dice un dicho oriental que el mejor gobernante pasa desapercibido por el pueblo. (malos tiempos para los buenos gobernantes (¡) parecen ser).
El nivel energético percibido desalojó a este buen señor de la opción de hacer política. Tal vez fuera lo correcto y tal vez deba de ser así; pero siempre quedará en la memoria el interrogante imposible de resolver: ¿Si hubiéramos reconocido los signos de aquél debate hubiera servido de algo al país? O es que simplemente no le quedó otra salida que aceptar el puesto y viendo la naturaleza que debe sustentar un político no se vio a la altura del axioma: Además de tener la razón hay que demostrar, enérgicamente, que se tiene. Y tal vez estemos más en demostrar energía que en tener un bagaje de verdaderas razones para sustentarla.
Como en el Tango, para el 70% casi todo es “postura”, y con ello se triunfa ¡Qué más da que las figuras no transmitan, o no haya verdadero diálogo entre las piernas de la pareja, o que los adornos estén mal hechos y nada simbolicen… todo se basa en la apariencia (y no en lo real)
Será… será que debe de ser así… (o no?).
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