No todo el mundo tiene una infancia feliz. El paso del tiempo muestra que la infelicidad en los niños es tan abundante, o más, que la felicidad; y que el equilibrio familiar que permitiría un desarrollo creativo, y la necesaria dosis de coherente disciplina, no es fácil de encontrar (creo que incluso en la actualidad, a pesar de creernos una sociedad suficientemente informada).
Si de niño me incliné hacia la religión (pues entonces se rezaba en colegios públicos y privados), aquello terminó radicalmente cuando, antes de ir a misa y comulgar, una conjura familiar (así lo creo) nos dio de desayunar previamente (cuando las normas de la Iglesia prohibían ingerir alimentos desde la cena del día anterior (a penas pueden razonar los adultos con niños de ocho años, cuando no se cree en las cosas que se les obliga a hacer por conveniencia o imposición social y se da un golpe de timón para cambiar el rumbo; en aquella época todo se hacía por cojones). Y al no pertenecer a una familia acomodada y liberal (donde se tolera la opinión ajena como formula para el crecimiento personal) ni los centros educativos eran tolerantes (pues no había dinero familiar para ello), ni las familias aceptaban opinión distinta a la que emanaba de la autoridad natural (como he dicho a imagen y semejanza del propio régimen – aunque se fuera de signo político distinto prevalecía la línea: Estado, Provincia, Municipio y Familia). Así que mis preguntas en clase de religión ( a los cinco años y previas a la primera comunión) eran del tipo: ¿Y aunque los niños fueran muy buenos, muy buenos, tampoco van al Cielo si no eran bautizados? Resultaban todo un incordio que era resueltos enérgica y categóricamente. Y al estar, en mi casa, la religión prohibida, a temprana edad empecé a navegar con cuestiones difícilmente resolubles (y mis enfermedades infantiles me llevaron, reiteradamente, al borde del colapso (y a correr a la clínica con taxi y pañuelo en la ventana).
Aprendí a ser Ateo no por convicción, si no por circunstancias del entorno. Y al primer gran revés manifestado (y entre viendo como eran los personajes femeninos que se me acercaban) me incliné, nuevamente hacia mi recorrido original: la religión; pero ahora por mi cuenta y a mi manera. Todas las seguridades observadas en la adolescencia quedaron atrás (pues eran fruto de mi visión intuitiva que ahora precisaba de certezas) y me sumergí (como buen rata-luna) en las cavernas y oscuridades de la naturaleza humana. Y la vida no opuso resistencia alguna a aquella introspección de mi espíritu. Y mi camino, en solitario, prosiguió al estilo de D. Quijote (y siempre hubo algún Sancho que, de alguna manera y con diferentes caras, aprovechara de mis pensamientos y conclusiones en beneficio propio). No sólo me sentía un espectador ajeno al mundo que me rodeaba, sino incluso llegué a pensar que verdaderamente este mundo nada tenía que ver conmigo y busqué tanto en la Biblia como en escritos orientales un hilo con el cual identificarme – mientras otros buscaban en los libros, o entre los amigos, las certezas de su intuición y cómo manejarse en la vida – y en cierta manera apareció: la diversidad existe, no hay un solo camino, y esta diversidad parece formar una unidad.
Y si al principio vi como probable la existencia de un más allá, luego acepté su no existencia y luego, me hice una pregunta…¿Y si hay algo detrás de la muerte? Y me incliné a investigar y después de acumular certezas (y de un montón de años) mi pregunta es ¿Y si no hay nada más? Y me conforta, pues parece que he cerrado el circulo y he formulado mi propia teoría sobre la vida (y que justifican y acomodan las respuestas a la primera pregunta):
Nuestro cerebro es un compendio del desarrollo de todos los seres que nos precedieron y en cada una de sus células e interconexiones, habita el recuerdo – la intuición – de las experiencias ancestrales que nos permiten entender el comportamiento animal y de nuestros prehistóricos y contemporáneos. Y a la vez existe un lugar (un “logos” cerebral) donde podemos acudir a explorar conocimientos y experiencias del pasado humano y animal con la misma intensidad y fortaleza de comprensión intuitiva como fueron concebidos y experimentados. El único obstáculo son nuestros “prejuicios culturales” vigentes emanados de una visión utilitaria y sesgada (propios de la necesidad de sobrevivir y encontrar respuestas rápidas). Y el camino hacia ese “logos” existe para cada todo ser ( y sólo la ignorancia o envidia buscan obstaculizar un camino que no saben recorrer y que les parece un don ajeno inmerecido). Desde ese punto de vista, la existencia de D. , no tiene transcendencia alguna (carece de importancia) puesto que la inteligencia existe en el propio Universo, ya sea derivada de Él o de la propia naturaleza del Universo.
Una afirmación de mi juventud (16 años) desde esta perspectiva me parece inteligente. “Cada uno se condena según lo que cree”. Así que la existencia de espíritus, si los hay, son consecuencia de ellos mismos, Y la disolución, en el momento de la muerte, en el Universo puede devenir si se cree firmemente; así como la metempsicosis me parece una inclinación natural del espíritu (consciente de haber actuado por interés contra la ética y la moral) que busca repetir la experiencia para mejorar, en vez de aceptar que la liberación que se puede experimentar en la vida es un atributo de la propia vida y por la tanto tiende a buscar el renacimiento.
(Vaya rollazo).
Si de niño me incliné hacia la religión (pues entonces se rezaba en colegios públicos y privados), aquello terminó radicalmente cuando, antes de ir a misa y comulgar, una conjura familiar (así lo creo) nos dio de desayunar previamente (cuando las normas de la Iglesia prohibían ingerir alimentos desde la cena del día anterior (a penas pueden razonar los adultos con niños de ocho años, cuando no se cree en las cosas que se les obliga a hacer por conveniencia o imposición social y se da un golpe de timón para cambiar el rumbo; en aquella época todo se hacía por cojones). Y al no pertenecer a una familia acomodada y liberal (donde se tolera la opinión ajena como formula para el crecimiento personal) ni los centros educativos eran tolerantes (pues no había dinero familiar para ello), ni las familias aceptaban opinión distinta a la que emanaba de la autoridad natural (como he dicho a imagen y semejanza del propio régimen – aunque se fuera de signo político distinto prevalecía la línea: Estado, Provincia, Municipio y Familia). Así que mis preguntas en clase de religión ( a los cinco años y previas a la primera comunión) eran del tipo: ¿Y aunque los niños fueran muy buenos, muy buenos, tampoco van al Cielo si no eran bautizados? Resultaban todo un incordio que era resueltos enérgica y categóricamente. Y al estar, en mi casa, la religión prohibida, a temprana edad empecé a navegar con cuestiones difícilmente resolubles (y mis enfermedades infantiles me llevaron, reiteradamente, al borde del colapso (y a correr a la clínica con taxi y pañuelo en la ventana).
Aprendí a ser Ateo no por convicción, si no por circunstancias del entorno. Y al primer gran revés manifestado (y entre viendo como eran los personajes femeninos que se me acercaban) me incliné, nuevamente hacia mi recorrido original: la religión; pero ahora por mi cuenta y a mi manera. Todas las seguridades observadas en la adolescencia quedaron atrás (pues eran fruto de mi visión intuitiva que ahora precisaba de certezas) y me sumergí (como buen rata-luna) en las cavernas y oscuridades de la naturaleza humana. Y la vida no opuso resistencia alguna a aquella introspección de mi espíritu. Y mi camino, en solitario, prosiguió al estilo de D. Quijote (y siempre hubo algún Sancho que, de alguna manera y con diferentes caras, aprovechara de mis pensamientos y conclusiones en beneficio propio). No sólo me sentía un espectador ajeno al mundo que me rodeaba, sino incluso llegué a pensar que verdaderamente este mundo nada tenía que ver conmigo y busqué tanto en la Biblia como en escritos orientales un hilo con el cual identificarme – mientras otros buscaban en los libros, o entre los amigos, las certezas de su intuición y cómo manejarse en la vida – y en cierta manera apareció: la diversidad existe, no hay un solo camino, y esta diversidad parece formar una unidad.
Y si al principio vi como probable la existencia de un más allá, luego acepté su no existencia y luego, me hice una pregunta…¿Y si hay algo detrás de la muerte? Y me incliné a investigar y después de acumular certezas (y de un montón de años) mi pregunta es ¿Y si no hay nada más? Y me conforta, pues parece que he cerrado el circulo y he formulado mi propia teoría sobre la vida (y que justifican y acomodan las respuestas a la primera pregunta):
Nuestro cerebro es un compendio del desarrollo de todos los seres que nos precedieron y en cada una de sus células e interconexiones, habita el recuerdo – la intuición – de las experiencias ancestrales que nos permiten entender el comportamiento animal y de nuestros prehistóricos y contemporáneos. Y a la vez existe un lugar (un “logos” cerebral) donde podemos acudir a explorar conocimientos y experiencias del pasado humano y animal con la misma intensidad y fortaleza de comprensión intuitiva como fueron concebidos y experimentados. El único obstáculo son nuestros “prejuicios culturales” vigentes emanados de una visión utilitaria y sesgada (propios de la necesidad de sobrevivir y encontrar respuestas rápidas). Y el camino hacia ese “logos” existe para cada todo ser ( y sólo la ignorancia o envidia buscan obstaculizar un camino que no saben recorrer y que les parece un don ajeno inmerecido). Desde ese punto de vista, la existencia de D. , no tiene transcendencia alguna (carece de importancia) puesto que la inteligencia existe en el propio Universo, ya sea derivada de Él o de la propia naturaleza del Universo.
Una afirmación de mi juventud (16 años) desde esta perspectiva me parece inteligente. “Cada uno se condena según lo que cree”. Así que la existencia de espíritus, si los hay, son consecuencia de ellos mismos, Y la disolución, en el momento de la muerte, en el Universo puede devenir si se cree firmemente; así como la metempsicosis me parece una inclinación natural del espíritu (consciente de haber actuado por interés contra la ética y la moral) que busca repetir la experiencia para mejorar, en vez de aceptar que la liberación que se puede experimentar en la vida es un atributo de la propia vida y por la tanto tiende a buscar el renacimiento.
(Vaya rollazo).
Soñar lo imposible soñar.
Vencer al invicto rival.
Sufrir el dolor insufrible,
morir por un noble ideal.
Saber enmendar el error.
Amar con pureza y bondad.
Querer, en un sueño imposible.
Con fe una estrella alcanzar.
Ese es mi afán,
Y lo he de lograr,
no importa el esfuerzo.
No importa el lugar.
Saldré a combatir y mi lema será,
defender la virtud aunque deba
el infierno pisar.
Porque sé que si logro ser fiel,
a tan noble ideal,
dormirá mi alma en paz al llegar
el instante final.
Luchar, por un mundo mejor.
Perseguir, lo mejor que hay en ti.
Llegar, donde nadie ha llegado,
y soñar, lo imposible soñar.
Vencer al invicto rival.
Sufrir el dolor insufrible,
morir por un noble ideal.
Saber enmendar el error.
Amar con pureza y bondad.
Querer, en un sueño imposible.
Con fe una estrella alcanzar.
Ese es mi afán,
Y lo he de lograr,
no importa el esfuerzo.
No importa el lugar.
Saldré a combatir y mi lema será,
defender la virtud aunque deba
el infierno pisar.
Porque sé que si logro ser fiel,
a tan noble ideal,
dormirá mi alma en paz al llegar
el instante final.
Luchar, por un mundo mejor.
Perseguir, lo mejor que hay en ti.
Llegar, donde nadie ha llegado,
y soñar, lo imposible soñar.
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