Miguel Ángel Ibáñez Gómez - maiges_ps@hotmail.com

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domingo, 17 de noviembre de 2019

El vértigo que produce la unión entre Pedro y Pablo



Si concibiéramos que vivimos una normalidad democrática, posiblemente este pacto a nivel de Estado, para el Gobierno de la Nación, apenas sería objetable; han existido numerosos pactos desde el inicio de la Democracia en pueblos, ciudades y CCAA´s que en modo alguno han generado la intranquilidad que este, a nivel Estatal, está generando en los sectores conservadores. Habría que remontarse al inicio de la Democracia y revisar artículos de Emilio Romero para recordar cómo ya entonces, el advenimiento del PSOE al gobierno del Estado generaba similar vértigo en la derecha española, pues se recordaba – aún cercana la dictadura y recién implantada la Democracia – el recuerdo aún vivo en muchos de los ciudadanos, al menos en los mayores de 50 años, la idea de la Guerra Civil que hizo posible los 40 años de dictadura. Emilio Romero - (muchos de sus alumnos se destacarían como analistas y se incluirían en distintas tendencias periodísticas, también las ubicadas en la izquierda, expresando sus esperanzas en una democracia joven y renovada) – señalaba el precipicio del recuerdo propio y colectivo, y el sufrimiento que padeció por entonces la sociedad civil española; aquél precipicio del recuerdo se mostraba como una línea roja que él, con sus artículos, ponía sobre la mesa de muchos hogares de España, expresando su indudable temor a que las circunstancias históricas se repitieran otra vez de manera precipitada.
Por entonces existía un Alfonso Guerra que hacía honor a su apellido, haciendo temblar de pánico a numerosos conservadores, que veía en ese intelectual que se desbordaba hablando en mítines causando fervor y admiración entre las masas de militantes y simpatizantes socialistas, el diablo que acabara por llevar a cabo esos proyectos de transformación de un país, removiendo los cimientos más profundos sobre los cuales se había reconstruido la Nación bajo el caudillo que nos había salvado de los rojos. Es obvio que para la derecha no había existido mejor periodo dorado para la economía española que aquella que se había desarrollado desde que los americanos visitaran al General español y se pasease con él por la Castellana: los dorados 60 habían hecho posible en España, por fin, el nacimiento de una clase media con estándares que empezaban a ser homologables a los ciudadanos europeos.  Aun estaba reciente el recuerdo de la Segunda Guerra Mundial (que vino a consolidar el papel de la URRS) y generales, como Charles de Gaulle, gobernaban democracias del nivel de Francia en occidente, como también ocurría en algún caso en el (rojo) Este; incluso el propio Dwight D. Eisenhower había sido General de muchas estrellas, antes que Presidente de los EEUU, visitaba a Franco, no solo como el representante de la Nación más poderosa y referente de democracia en occidente, sino como héroe carismático de la Segunda Guerra Mundial (la historia de EEUU está llena de Presidentes militares elegidos en las urnas por los Norteamericanos y que han pertenecido tanto a partidos republicanos, como demócratas, como independientes).
En España eso era inconcebible. No se podría pretender que un general llegara a ocupar la más alta instancia de la representación popular y ciudadana de una Nación que había estado gobernada 40 años por militares, y entrar con militares a la cabeza del Estado en un proyecto democrático; y sin embargo, la compleja situación internacional que hacía posible la guerra fría, permitía que expertos o personajes que habían gestionado las complejidades de la seguridad interna y externa de una nación llegaran a ocupar las presidencias de sus países en votaciones libres y plebiscitos (como son los militares de alta graduación) ocupando presidencias de gobierno en democracias que se consideraban ejemplares.  
Así que cuando el dúo Felipe y Alfonso se vislumbraban como el tanden que iba a gobernar los destinos de nuestro Estado, saltaron las alarmas de los recuerdos traumáticos, y aún recientes, en gran parte de la población. Y desde la derecha azuzaron el miedo, de manera inmisericorde, a la llegada de la Socialdemocracia, presentándola como aquél Socialismo de los años treinta que hizo posible la caída de la Monarquía, el advenimiento de la República y la catástrofe de la Guerra Civil.
Sin embargo, aquél discurso de Emilio, haciéndose eco de los desastres de la Guerra, no recogía el derecho a la autocrítica que hizo posible el desentendimiento entre los españoles y, con ello, dejando el espacio necesario para la entrada en escena de los intereses internacionales – en especial anglosajones – que azuzarían el antagonismo interno, promoviendo el ascenso de un joven General por medio de una Guerra Civil que acabaría siendo la vergüenza propia, y ajena en Europa (hasta llegar a establecer el dicho de que África empezaba en los Pirineos). Han pasado cuarenta años de democracia en España sin que haya existido una verdadera reflexión de fondo sobre aquél hecho dramático, que permitiera establecer las verdades o hechos esenciales sobre las cuales se sustentara aquél delirio colectivo y social, que supuso una orgía de sangre, fuego y horror. Difícilmente se puede construir una Democracia sólida sin conocer las debilidades de la naturaleza humana que definen el carácter español y que hacen posible que desde populismos de extrema izquierda y derecha se azuce la desconfianza y se desborde la irracionalidad alcanzando las calles e incluso las vidas cotidianas de los ciudadanos. Parece desconocerse cuando las condiciones sociales y políticas hacen posible que exista un hueco para el populismo de extremos (puesto que basta que se dé cabida a uno de los extremos de los populismos para que el otro extremo reclame, bajo la idea de que también tiene derecho a expresarse para saltarse, también, el marco de la Constitución y en qué aspectos se diferencia ese “salto” de sus antagónicos extremistas). Y sin embargo, según ha ido conviniendo políticamente, un “ala” democrática – de este ave que representa el vuelo o el tren de la democracia en España -  ha permitido excusar el advenimiento de un líder radical de extrema izquierda, y consecuentemente, al proceder así, ha hecho posible que el otro ala que sostiene nuestra democracia, exculpe el nacimiento de un extremo similar de signo contrario, haciendo imposible e inverosímil o ilegítimas o torticeras las quejas de la izquierda democrática sobre el temor que le produce el nacimiento de un partido que encumbra o recupera la idea, la añoranza, o la simpatía por el gobierno del General que mantuvo una dictadura en España durante 40 años y la posibilidad de retornar a un formato similar por medios democráticos (es decir: persuadiendo a la población de que la democracia liberal, con su sistema de partidos, les engaña, y no conduce a ninguna parte). Análogamente, el líder de extrema izquierda también salió a las palestras televisivas con un discurso que dinamitaba la Constitución del 78 como punto de partida para una experiencia democrática en España y que él consideraba errónea y fraudulenta; sin ni siquiera reconocerle ningún logro y volviendo su mirada hacia otro punto de partida que se había ignorado y que él consideraba el legítimo: La II República y su derrocamiento “ilegítimo” por un fracasado Golpe Militar que dio lugar a una Guerra Civil y con ella una dictadura, a cuya conclusión emergería una Corona que nadie había votado.
Hay que reconocer que el vértigo, que producía en los conservadores españoles este reseteo que proponía el líder radical, tenía sólidas bases, pues además su meta final ideal era el modelo soviético. Además el discurso de ese líder extremo, conectaba con las heridas no resueltas de la Guerra Civil, pues sobre ellas hemos pasado de puntillas para edificar nuestra Democracia, y ello ha sido un verdadero y permanente punto débil de nuestra sociedad; pues ello ha dado lugar a que cada tendencia política, que se ve identificada con una de las versiones o de los partidarios que escenificaron aquella tragedia, permita en su seno, albergar la idea de que aquello fue un hecho excepcional y, por lo tanto, épico; por lo tanto le otorga una “legitimidad” (se sea del bando o tendencia que se defienda) avalada, en cada bando, por sus propios mártires y/o víctimas, y con ello también un cierto “derecho” a volver a recorrer, si es preciso, de nuevo el mismo camino ya transitado en el pasado y cuyas consecuencias acabarían siendo similares (sin duda).
Ya señalé en su día que lo que hoy ya se ha juzgado como sedición en Catalunya no es otra cosa, a mi parecer, que la punta del Iceberg de una trama mucho más profunda, a nivel de Estado, cuyo objetivo no es mejorar la Constitución y resolver los conflictos del pasado histórico de una vez, sino por el contrario imponer su criterio (el que debió, a su juicio, imponerse en la España de 1936: El triunfo y aplastamiento del Alzamiento Nacional). Ya en los prolegómenos de la transición democrática, se publicaba un libro, que por su título en sí, se vislumbraba en él todo un deseo de revancha (lo menos que deseaban la mayoría de los jóvenes españoles que deseaban un país de libertades homologadas a las europeas y que percibían la Guerra Civil como el mayor fracaso social que un Estado puede albergar en su seno, a todos los niveles, social, político, estructural, de proyecto común) “En el día de hoy, cautivo y desarmado el ejército faccioso, han alcanzado las tropas republicanas sus últimos objetivos militares. La guerra ha terminado. Firmado, Juan Negrín, presidente del Gobierno, el 1 de abril de 1939”. Solo el titulo ya viene a señalar que aquello no podía ser más que una mala novela destinada a reescribir una historia que ya se había “consolidado” y aceptada internacionalmente. Era negar la realdad y las circunstancias que hicieron posible aquél desastre; era negarse a profundizar en las evidencias y los errores en la convivencia. Era, en definitiva, sembrar el germen de una mentira y una ensoñación; y con ello dar la posibilidad de negar lo sucedido, proponiendo un nuevo escenario social y político donde volver a “saldar deudas” históricas (como si con una vez no hubiéramos tenido bastante). Afortunadamente, aun siendo joven, con 17 años, ya me había leído la versión de los hechos por Hughes Thomas y ya intuía, de alguna manera, que si el Alzamiento había triunfado y la República entraba en su seno en una guerra Civil también, había motivos de sobras para preguntarse a dónde nos hubiera conducido el triunfo de una República que en sus discrepancias internas resolvía las cosas a tiros (es decir, los mismo partidos que pudieran hallarse en el Congreso dialogando o debatiendo, cuando carecían de Parlamento mandaban a sus militantes a liarse a tiros con los rivales…. Qué tipo de democracia era esa? Dónde estaba la tolerancia que debe presidir cualquier sistema democrático?)
Tardé muchos años en concebir lo que realmente ocurrió, o lo más probable. Un PCE intentaba imponer un comunismo Estalinista en medio de una Guerra Civil, gracias a que la República precisaba de armamento que solo le proporcionaría la URSS bajo sus condiciones de mantener comisarios políticos comunistas (era obvio que de la II República española, por distintos motivos, ni Inglaterra ni Francia confiaban en ella; consecuentemente, un libro oportunista y revanchista no podría rebatirlo ni reescribirlo). El PCE al instaurarse la II República solo poseía dos diputados, pero el arrinconamiento internacional de la República les permitió a los Comunistas crecer desmesuradamente; y el último gesto de la República fue el de aliarse Socialistas y Anarquistas para barrerlos del frente de guerra y dar vía libre a Franco (pensando, probablemente, que instauraría la monarquía y que se abriría, más pronto que tarde, una nueva etapa democrática). Fue el “gesto” simbólico de la II República, señalando que muchas de sus decisiones tomadas fueron “forzadas” para defender un régimen que se consideraba legalmente constituido (pero que nació de unas elecciones municipales, sin dar opción a un plebiscito claro y honesto donde preguntar claramente a la población por el tipo de régimen que desearía para sí; aunque fuera cierto que la monarquía, en aquél entonces, se había desprestigiado por sus vinculaciones en el desastre de Annual y el apoyo al Golpe del General Primo de Rivera, con el que pretendió evitar que el informe Picasso llevara a una criminalización de los mandos del ejército de África; pero sin embargo una pregunta clara a ese respecto tal vez hubiera fracasado en un referéndum; probablemente por ello no se hizo).   Lo cierto es que en España hemos tenido dos repúblicas y las dos han acabado siendo un desastre civil, ocasionando sangre y muertos; y sobre ello no reflexionamos, sino que hay políticos pertinaces y contumaces que pretenden reescribir una historia que, de repetirse, por no analizarse, daría el mismo resultado.
De ahí los temores legítimos ante el pacto de Pedro y Pablo.
En España, al confeccionarse la Constitución sobre la cual hemos construido este primer periodo democrático de 40 años (que se puede y debemos mejorar entre todos desde la moderación y sabiendo que el trabajo será duro y arduo) se puso mucho cuidado en estructurarla sobre unos pilares básicos que evitaran reproducir un enfrentamiento civil nuevamente. Se consiguió una Monarquía con un Rey (que no era el candidato del Bunker, precisamente por ser de rasgo tolerante y democrático) situándolo en la cúspide la las FFAA (y convirtiéndose por ello en objetivo de terroristas de extrema derecha en varias ocasiones). Hemos tenido muchas tramas golpistas, e incluso grupos terroristas sospechosos de ser controlados por la extrema derecha o sirviendo a intereses extranjeros que pretenden controlar la dirección de nuestros gobiernos democráticos. Todo ello ha sido resuelto con nuestra pertenencia al proyecto europeo de la UE. (desde ahí se han desarticulado golpes, se han inmovilizado tramas – como en Grecia – y tenemos estabilidad, a pesar de la situación catalana, por el momento). Hemos conseguido con la Monarquía, desarrollar el proyecto de la II República con la garantía del Rey y de la Monarquía; y, en definitiva hemos vivido una República con la protección de la Monarquía, que ha controlado los temores y vértigos que se han ido produciendo en los altos mandos militares de un (nuestro) ejército que mira una y otra vez con pavor, como se repiten las transgresiones a las líneas rojas que hicieron posible un enfrentamiento civil en el pasado. Hoy en día tenemos la posibilidad de no repetir errores y, sin embargo, parece que existen líderes políticos empeñados en reescribir una historia para traernos una nueva República que difícilmente traería un mejor horizonte del que ya tenemos (pues así lo han manifestado); por el contrario la idea de inestabilidad de España se confirmaría internacionalmente, y las mismas inseguridades sobre nuestro presente y futuro se establecerían en el pensamiento anglosajón, dando lugar, en el mejor de los casos, a un súbito cambio de Estado, como los que estamos viendo hoy en día en países hermanos de nuestra cultura.
Todo ello es previsible destino no porque el PSOE pacte con el UP, sino porque los lideres mediáticos de UP no ofrecen garantía de respetar el marco Constitucional para profundizar en los aspectos necesarios que permitan mejorar nuestra democracia (parece absurdo señalar este periodo y etapa primera como ilegítima e inútil, sin reparar en que el marco democrático, el marco de los valores de la Constitución no ha sido respetado, ni ha penetrado plenamente en la población y ciudadanos precisamente porque se han puesto objeciones y obstáculos impropios e indeseados; y estos obstáculos no han sido removidos por los responsables políticos que debieran haber tenido el valor – por tener ese deber – de removerlos para que esos valores hubieran sido percibidos, plenamente, por la sociedad, los ciudadanos y el pueblo español; parece que prefirieron vivir dentro de sus “espacios de confort”, con sus privilegios y prerrogativas institucionales, haciendo posible el deterioro de la democracia y la percepción de una corrupción galopante, donde partidos como CiU han sido pillados con la manos en la masa – ya era imposible ocultarlo más – y en vez de confesarse han permitido y han movilizado a la gente de su CCAA Catalana, para que ellos, en las calles, defiendan su modelo corrupto de gestión política). Esa es la verdadera “vergüenza” sobre la cual se quiere asentar un cimiento que nos lleve a una III República (que por consiguiente será tan ilegítima en términos legales, como ahora, ésta que se pretende ahora, lo sería en términos morales – pues no es otra cosa que una huida pretendidamente hacia adelante, cuando en realidad podría observarse como una carrera hacia un mismo precipicio que ya sabíamos todos donde se hallaba y se halla). Con esta acción, si se lleva a cabo, se otorga legitimidad, la misma legitimidad, a la parte contraria; y por consiguiente se le confiere la autoridad para desenvolverse en los mismos términos que lo hizo en los años treinta; con lo cual, como quienes determinan el futuro de sus intereses en el Mediterráneo siguen siendo los anglosajones, nuestro devenir será, previsiblemente, el mismo.
El reto se haya en saber defendernos de las amenazas de los extremos; conservar el espacio de centro político y social; resolver nuestros problemas sociales y estructurales entre nosotros, para no dar cabida ni hueco a las maniobras que desde el extranjero permitan orientar nuevamente nuestro futuro político según sus interés militares estratégicos. Y no veo a Pablo en esa capacidad, para nada.
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