Mi persona no
había reparado en ello; ya que en sí mismo, el franquismo, al ser mi persona
tan joven, no lo vivió como un drama (aunque
drama hubiera en mi casa y tal vez si me pusiera a mirar encontraría, tal vez,
conexiones procedentes de la guerra civil que azotarán por igual, en daño y
catástrofes a los civiles de ambos bandos - unos por ser movilizados sí o sí, y
los otros tal vez por lo mismo – otros por ser represaliados y los otros también
– y luego ese silencio impuesto por los vencedores de una guerra que perdimos
todos y que ganaron, en realidad, una minoría; pues las imposiciones y
criterios llegaron de fuera y aquí vivimos bajo una libertad vigilada) (siendo todos desacreditados y estigmatizados
en los entornos de las democracias europeas teniendo que demostrar, constantemente,
que, en alguna medida, éramos una sociedad aceptable, en la que se podría vivir
bien (sin el requisito de mantener y ejercer libertades) pues a la definitiva,
todos éramos "menores de edad" respecto a saber cómo ejercer dentro de una democracia; por ello era orgánica, porque "estábamos tutelados" por el propio Estado – y las
mujeres tenían una "doble tutela", la del Estado y la del criterio del marido – pues casarse era la única salida decente para ellas).
En otros
artículos de este blog, ya se señalaban que el ejercicio de las libertades dentro de una
democracia pueden parecer beneficios inapreciables (y podríamos estar quejándonos de todo cada día, y poner peros a unos y
a otros responsables políticos constantemente, dependiendo de la insatisfacción
personal de cada uno; pero sobre todo por el incierto futuro que nos va
alcanzando y que habla - después de esta primera gran crisis que ha reducido el bienestar
económico de muchas familias y las perspectivas de toda una generación de
jóvenes - que "algo hay que hacer" para que siempre no suceda lo mismo y nos lleve
a la misma decepción). Tener libertades de expresión, de criticar, de
hablar, de escribir, de expresar nuestros pensamientos, parce un hecho tan
cotidiano, al que estuviéramos tan acostumbrados, que nos parece imposible que
no podamos seguir manteniéndolos; nos da la impresión que forma parte de
nosotros y que nadie, "gobierne quien gobierne", nos lo podrá quitar nunca ya; aunque
viniera un "comunismo republicano" o una "resurrección franquista", con o sin corona
– porque a ese lado también hay multitud
de republicanos (como le decía a un compañero – creo que el único monárquico
por la derecha extrema es el Sr. Abascal)
- pensamos que nuestro "derecho a expresarnos" nadie ya nos lo puede
quitar.
Pensar así no sólo es signo de ensoñación y desconocimiento
de la historia de Europa, de un paraíso perfecto que nunca sería posible, (si
solo le dedicáramos cinco minutos a pensar en ello – cinco minutos que los
votantes de los extremos no dedican porque si lo hicieran no votarían lo que
votan.
Siendo joven,
al llegar a un barrio de mi ciudad por primera vez, nos decía el estanquero (del Estanco de tabacos) (era el año 1979) que la primera persona que murió en ese barrio al comienzo de la guerra civil fue una vecina que
viendo pasar a los camiones repletos de requetés y falangistas, les replicó levantando
el puño en alto; le pegaron un tiro desde uno de los camiones.
Algo que consideramos tan
cotidiano y de derecho de cada persona, como es en una manifestación mostrar
nuestros principios e ideales, se convertiría para ella y causa de su muerte sin
más juicio que el criterio de un soldado o un mando que estaba en transitando
dentro de un camión. (Puede haber algo más absurdo?????)
Así que las iras de las personas se pueden
trocar en voto radical, ignorando que ellos mismos, tal vez, no lo harían mucho
mejor que los que ahora están gobernando y que probablemente, su deseo radical
de no tener oposición política, ni nadie que les contradiga, no es otra cosa
que la manifestación de su propia incapacidad para entender que la Verdad, también, para ser construida (pues se debe
construir entre todos) precisa de reconocer parte de Verdad en los otros e incluso en los que consideramos "diferentes". Y que si anulamos el derecho de opinar de los diferentes y
de los "otros" es porque probablemente no entendemos ese principio tan básico, y
propio de toda sociedad.
Ello lo podríamos
observar en cuestiones tan sencillas como las cotizaciones a la Seguridad Social.
Algo de lo que dependen nuestras pensiones y nuestro bienestar en la vejez. Le
puse el caso a un compañero de unos jóvenes trabajadores que fueron a preguntar
por las cotizaciones que realizaba su empresario a la Seguridad Social, pues sospechaban,
por el tren de vida que llevaba el "patrón", que no estaba cumpliendo con la hacienda y
ello les podría perjudicar en el futuro. Y llegados a esas oficinas les
mostraron la relación de cotizaciones y vieron que su empresario no estaba
cotizando por sus trabajadores. Pusieron una denuncia y llegado el juicio no
pudieron demostrar lo que habían visto en esa oficina, porque otra secretaria
les dijo que no se podrían mostrar ese tipo de documentos; así que fueron
juzgados por "denuncia falsa" y condenados a pena de cárcel que no llegaron a cumplir
(gracias a la amnistía de la Transición –
tal vez todo ello no hubiera sido otra cosa que una estrategia destinada a
encarcelar trabajadores y sindicalistas para poder negociar en la Transición la
inmunidad de otros franquistas en el ejercicio de sus potestades durante el
régimen; así funcionaría la política a ciertas alturas).
Así pues, quien
piense que el derecho, ese del sentido común que la democracia nos trajo con
leyes que garantizaban nuestra vejez, durante el franquismo hubo quien se vio
sorprendido porque no le quedara paga porque su empresario se la hubiera
gastado en otros quehaceres mejores que ingresar las cuotas de la seguridad
social.
Ello puede
volver, como otras muchas adversidades que ahora no se ven porque consideramos nuestros
derechos, por pocos que nos parezcan, propios e inherentes a nuestra clase
social de trabajadores y, por ello, parte inherente a una democracia; pero si
nos empeñamos en ese camino podríamos encontrarnos con que los periódicos no
pueden opinar libremente (y el gobierno siempre lo hace todo bien); con lo que
empiezan haber países buenos y malos; así como grupos sociales malos; luego
partidos malos y buenos; y al final un gobierno que dice "quienes son los buenos y los
malos". Y aunque seas del partido que gobierne de esa manera, tendrás que
morderte la lengua, pues nunca podrás opinar sin correr el riesgo de que
alguien te llame subversivo o traidor.
Todo ello llega
con nuestros votos – pero los que nunca pierden son los que viendo esto que
llega piensan que sacarán tajada (al final se darán cuenta que para llegar a la
cima de ese nuevo gobierno, o para alcanzar un buen puesto; o una
recomendación, no solo hay que tener cierta valía real, sino prestarse a hacer
cosas que nunca podrán contar a nadie; y que la lucha interna dentro de ese
partido que al final será único, es la misma o más cruel que la que hoy en día
pudiera haber para llegar a la cima de algunas formaciones políticas, donde sus
militantes no votan a sus líderes libremente (para pedirles cuentas si hiciera
falta durante su mandato) , sino que deben considerarse fieles militantes que
admiran constantemente y con sumisión al mega-líder iluminado que ha llegado y
cuya voluntad es ley y debe cumplirse por unos y otros sin replicar. En
democracia esos líderes pueden caer (porque están sometidos a control y
critica), pero en un formato autoritario NO.
Piensen en lo
que votan, porque después, tal vez, no haya remedio (para unos y otros).
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