Venimos diciendo
que la democracia es la agrupación entorno al más fuerte. Así lo criticaba
Sócrates, destacando, por medio de su discípulo Platón, todos los errores que
puede cometer el más fuerte; y por ello oponiendo la idea de un gobierno de los
mejores. Y sin embargo, varios miles de años después seguimos bajo el mismo
problema mal resuleto. ¿Por qué?
Tal vez todo
sea una cuestión de perspectiva. La idea así sostenida por Sócrates es
considerada hoy en día una dictadura, y sin embargo algo tiene de cierta la
idea cuando reclamamos expertos para solucionar nuestros problemas sociales y
económicos.
Entremos en
otra idea, pensemos que la cuestión de la que se quejaba Sócrates no fuera otra
que la misma que hoy vivimos en nuestras sociedades. Y nos pudiéramos decir: Hoy
como entonces, así lo explicitaba Sócrates, quien mejor puede torcer el derecho
es un experto en derecho; quien mejor pude torcer la salud es un experto en
salud; quien mejor puede falsear unas cuentas es un experto en cuentas… y así sucesivamente.
¿No sería pues, si la razón del fuerte lo pidiera, o necesitara, todo ello
manipulado si hiciera falta? Y siendo la razón del fuerte, la misma que la del
estado, por el hecho de gobernarlo, quien podría decir que se atenta a
cualquier ley si la única democrática es la voluntad del fuerte al que todos se
unen en mayoría, y por lo tanto su palabra es Ley?
Tal vez esa
fuera el verdadero escenario que denunciaba Sócrates y que le costara la vida.
Hoy nuestra
Democracia se basa en una Constitución. Pero si esta no se cumple en su espíritu
(que no es otro que sustentarse en los derechos de las personas) y sobre la unión
histórica de estos individuos unidos como nación, edificar toda la estructura
del Estado. Estado que garantiza los derechos de sus ciudadanos. Pues la
calidad de un Estado reside en las libertades que ejercen sus ciudadanos.
Siendo así, la
razón del fuerte deja de existir y se somete a la Ley que es para todos. La
Constitución. Y es más, el pueblo organizado en partidos o por medio de estos
elige de entre ellos mismos, a quien garantice el orden legal , que ellos mismos
se han dado, para que en las altas esferas del Estado proteja ese orden que se
han dado los de abajo y que a él han encumbrado a tal misión; con la finalidad
de seguir siendo libres.
Entonces
entenderemos que el espíritu de la Constitución es el espíritu que determina la
libertad de los ciudadanos, y que si se pervierte por el camino, otorgando
derechos mayores a otras organizaciones que a los ciudadanos, y estas
organizaciones usan de ellos para reducir o anular los derechos civiles de los
ciudadanos, estamos otra vez en el problema que planteaba Sócrates sobre una
democracia basada en el interés del más fuerte. Y ese interés rara vez coincide con la ley,
pues este si estorba se cambia.
Hagamos los
derechos de los civiles reales, y los de las organizaciones que sean derechos respetuosos con os individuos, y los
de las empresas también. Entonces sí hablaremos de un equilibrio democráctico
que satisface en razón a la Ley.
Pero para ello,
primero hay que señalar que quienes juzgan lo han de hacer en razón a la ley
que emana de la Constitución, y esta ley debe emanar del espíritu de la
constitución que protege al individuo. Por lo que cualquier otro criterio – político
o religioso – perturbará la esencia del derecho constitucional. Pues el interés
político se circunscribe, en última instancia, a ser fuerte o a fortalecerse; y
el religioso se complace no en la Constitución Civil sino en cuestiones morales
y éticas que están más allá del ámbito de lo racional y que no todos comparten.
Por eso sólo es la Constitución quien debe señalar qué es o no legal y en el
sentido de interpretarlo – que ya lo hace cuando incluye los Derechos Humanos –
pero se lo saltan.
Y para que esto
funcione bien, el Derecho internacional es la única garantía de que el fuerte
se somete a la Ley, por muy fuerte que sea (y no debiera esgrimir como razón,
estar tocado por la mano divina que le hace especialmente fuerte y por ello, le
otorga capacidad en saltarse la ley; o al igual pasara a quienes sabiéndose fuertes, sin mediar dios de por medio, se empeñan en desdecirse del pacto de sumisión a la ley cuando les conviniera y en su propio beneficio ignorando el derecho que asiste al más débil) El Derecho, para poseer esa cualidad, debe
de ser ecuánime y equilibrado; y como en España se dijera: Ciego a la capacidad de poder de los litigantes. Pues sino una gran empresa podría decir, en
razón de su fortaleza: ¿Para qué he de respetar el derecho de este
insignificante consumidor si pudiera aplastarlo con un suspiro?
Y siendo las
creencias religiosas esfera íntima, tampoco se han de sustituir por los
Derechos Humanos y la Constitución, cuando se ejerce función pública de
cualquier naturaleza que ampara el Estado, pues la razón del Estado – si es
construida desde abajo, desde la gente – protege a la gente y a la experiencia
que esta tendrá en su vida, dentro de una libertad de elección y error a la que
tiene derecho, por el mero hecho de ser persona; y que podrá reconducir cuando
desee, tantas veces quiera, pues errar es humano. Y siendo así la Constitución
en su origen, ¿por qué hemos de aceptar un embudo legal impuesto por religiones
o intereses de poder?
Quien conoce su
deber a él se atiene; pero el camino que nos lleva a conocer ese deber es el de
la libertad, y nadie tiene por qué truncarlo, pues cada individuo precisa su
propio camino.
Así lo refería
Juan XXIII, o algo parecido: Que cada cual con su dios se salve.
Pero ya sabemos
que en España son más papistas que el Papa.
(Y los
partidos, en su ámbito, también)
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