Miguel Ángel Ibáñez Gómez - maiges_ps@hotmail.com

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martes, 12 de julio de 2016

Otra perspectiva de Sócrates


Venimos diciendo que la democracia es la agrupación entorno al más fuerte. Así lo criticaba Sócrates, destacando, por medio de su discípulo Platón, todos los errores que puede cometer el más fuerte; y por ello oponiendo la idea de un gobierno de los mejores. Y sin embargo, varios miles de años después seguimos bajo el mismo problema mal resuleto. ¿Por qué?
Tal vez todo sea una cuestión de perspectiva. La idea así sostenida por Sócrates es considerada hoy en día una dictadura, y sin embargo algo tiene de cierta la idea cuando reclamamos expertos para solucionar nuestros problemas sociales y económicos.
Entremos en otra idea, pensemos que la cuestión de la que se quejaba Sócrates no fuera otra que la misma que hoy vivimos en nuestras sociedades. Y nos pudiéramos decir: Hoy como entonces, así lo explicitaba Sócrates, quien mejor puede torcer el derecho es un experto en derecho; quien mejor pude torcer la salud es un experto en salud; quien mejor puede falsear unas cuentas es un experto en cuentas… y así sucesivamente. ¿No sería pues, si la razón del fuerte lo pidiera, o necesitara, todo ello manipulado si hiciera falta? Y siendo la razón del fuerte, la misma que la del estado, por el hecho de gobernarlo, quien podría decir que se atenta a cualquier ley si la única democrática es la voluntad del fuerte al que todos se unen en mayoría, y por lo tanto su palabra es Ley?
Tal vez esa fuera el verdadero escenario que denunciaba Sócrates y que le costara la vida.

Hoy nuestra Democracia se basa en una Constitución. Pero si esta no se cumple en su espíritu (que no es otro que sustentarse en los derechos de las personas) y sobre la unión histórica de estos individuos unidos como nación, edificar toda la estructura del Estado. Estado que garantiza los derechos de sus ciudadanos. Pues la calidad de un Estado reside en las libertades que ejercen sus ciudadanos.
Siendo así, la razón del fuerte deja de existir y se somete a la Ley que es para todos. La Constitución. Y es más, el pueblo organizado en partidos o por medio de estos elige de entre ellos mismos, a quien garantice el orden legal , que ellos mismos se han dado, para que en las altas esferas del Estado proteja ese orden que se han dado los de abajo y que a él han encumbrado a tal misión; con la finalidad de seguir siendo libres.
Entonces entenderemos que el espíritu de la Constitución es el espíritu que determina la libertad de los ciudadanos, y que si se pervierte por el camino, otorgando derechos mayores a otras organizaciones que a los ciudadanos, y estas organizaciones usan de ellos para reducir o anular los derechos civiles de los ciudadanos, estamos otra vez en el problema que planteaba Sócrates sobre una democracia basada en el interés del más fuerte.  Y ese interés rara vez coincide con la ley, pues este si estorba se cambia.
Hagamos los derechos de los civiles reales, y los de las organizaciones que sean  derechos respetuosos con os individuos, y los de las empresas también. Entonces sí hablaremos de un equilibrio democráctico que satisface en razón a la Ley.

Pero para ello, primero hay que señalar que quienes juzgan lo han de hacer en razón a la ley que emana de la Constitución, y esta ley debe emanar del espíritu de la constitución que protege al individuo. Por lo que cualquier otro criterio – político o religioso – perturbará la esencia del derecho constitucional. Pues el interés político se circunscribe, en última instancia, a ser fuerte o a fortalecerse; y el religioso se complace no en la Constitución Civil sino en cuestiones morales y éticas que están más allá del ámbito de lo racional y que no todos comparten. Por eso sólo es la Constitución quien debe señalar qué es o no legal y en el sentido de interpretarlo – que ya lo hace cuando incluye los Derechos Humanos – pero se lo saltan.
Y para que esto funcione bien, el Derecho internacional es la única garantía de que el fuerte se somete a la Ley, por muy fuerte que sea (y no debiera esgrimir como razón, estar tocado por la mano divina que le hace especialmente fuerte y por ello, le otorga capacidad en saltarse la ley; o al igual pasara a quienes sabiéndose fuertes, sin mediar dios de por medio, se empeñan en desdecirse del pacto de sumisión a la ley cuando les conviniera y en su propio beneficio ignorando el derecho que asiste al más débil) El Derecho, para poseer esa cualidad, debe de ser ecuánime y equilibrado; y como en España se dijera: Ciego a la capacidad de poder de los litigantes. Pues sino una gran empresa podría decir, en razón de su fortaleza: ¿Para qué he de respetar el derecho de este insignificante consumidor si pudiera aplastarlo con un suspiro?
Y siendo las creencias religiosas esfera íntima, tampoco se han de sustituir por los Derechos Humanos y la Constitución, cuando se ejerce función pública de cualquier naturaleza que ampara el Estado, pues la razón del Estado – si es construida desde abajo, desde la gente – protege a la gente y a la experiencia que esta tendrá en su vida, dentro de una libertad de elección y error a la que tiene derecho, por el mero hecho de ser persona; y que podrá reconducir cuando desee, tantas veces quiera, pues errar es humano. Y siendo así la Constitución en su origen, ¿por qué hemos de aceptar un embudo legal impuesto por religiones o intereses de poder?
Quien conoce su deber a él se atiene; pero el camino que nos lleva a conocer ese deber es el de la libertad, y nadie tiene por qué truncarlo, pues cada individuo precisa su propio camino.
Así lo refería Juan XXIII, o algo parecido: Que cada cual con su dios se salve.
Pero ya sabemos que en España son más papistas que el Papa.

(Y los partidos, en su ámbito, también)

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