Miguel Ángel Ibáñez Gómez - maiges_ps@hotmail.com

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lunes, 4 de mayo de 2020

Hagamos memoria: Como concebimos la Autoridad, definimos el tipo de Educación; luego están las ideas de liderazgos, como fondo de problemas.



En el pasado, hasta hace unos 40 años, las familias se constituían según un modelo internacionalmente consensuado, incluso más allá de occidente, como el mejor modelo conocido para desde ahí traer hijos al mundo pudiendo tener una oportunidad real de adaptación a la sociedad en la que se hallan. Un padre, una madre (como figuras que se complementan) y los hijos que desde esa visión dual de padre y madre (es decir, dos personas diferentes en rasgos, caracteres e incluso percepción de la vida) sirven de contrapeso a cualquier dificultad que los hijos vayan percibiendo para ir comprendiendo la naturaleza del mundo que les rodea, ya sea desde la simple descripción del entorno físico que le rodea donde viven, como la descripción de las relaciones sociales que inevitablemente deben afrontar desde niños (desde la guardería, donde ya hay amiguitos y no tan amiguitos, respeto por sus cosas y su ser como quien no respeta sus cosas y su ser, y también aparece una figura que será autoridad por primera vez fuera de su entorno familiar). Siempre se consideró que era muy necesario para los hijos ambas figuras en su realidad cotidiana por lo que aportan de ese “contrapeso” esencial que es necesario que los hijos observen cuando los padres, en sus  tareas diarias, muestran las versatilidades de sus caracteres, sus posibles cambios de humor o sus sentimientos en determinados momentos que pueden llevar a los hijos a inquietarse, temer pos su seguridad, sentir inestabilidad.. ahí aparece el papel de compensación entre los adultos que con su proceder, sus explicaciones hacen posible racionalizar el temor que emerge en los hijos cuando ven a los padres preocupados por gestionar dificultades o momentos difíciles o emocionales y que suelen ser parte de la gestión diaria en las familias. Por ello nace el concepto de proteger a los menores y niños de las escenas de discusión, o de enfado, o conmovedoras que se pudieran dar en las familias, pero no en todas las familias se observaba una norma tan fundamental como esta; sobre todo porque aún existían familias que consideran que los niños no entienden, ni se enteran de nada y que si se afectan por una escena así es que son tontos; así hay quienes les han ido reprochando al manifestar su sensibilidad o sentirse afectados como una debilidad o defecto intolerable en cómo conciben la idea, su idea, de familia perfecta. Fueron entornos que no razonan ni hablan con los niños, ellos están de espectadores, a veces molestos, que deben rendir permanente tributo y agradecimiento por haber sido traídos al mundo, ser alimentados, vestidos, dados cobijo y suponer gastos, multitud de gastos que podrían haber sido destinados a otros fines.
Las familias que no poseían padre y madre, por cualquier causa, ya fuera una viudez prematura, o una separación matrimonial, o por soltería de la madre, entraban en el ámbito de las “familias raras” que habían recibido un castigo divino por algún motivo, a veces evidente, como la soltería, pero otras por enfermedad o accidente, que también era otra manera de recibir un castigo divino. Todo ello era evidente y no se cuestionaba. La gente perfecta no tenía desgracias pero cuando las tenían, y estaban el grupo de privilegiados, era también porque la divinidad probaba así los valores y virtudes de esa familia. Así que si eras pobre, familia numerosa y te acaecía una desgracia, o la hija quedaba embarazada, entrabas en el ámbito de las familias estigmatizadas por el pecado. (y no solo en España, en general en occidente; y descartando lo que viene ocurriendo en latitudes donde las religiones han sido más intransigentes y rígidas).
La llegada del derecho al divorcio, en España, se percibió como el inicio y oportunidad (más que en el varón para cambiar de pareja, que parecía que era lo que se percibía en las películas españolas de humor de la época) en la hembra, porque en ella resultó ser más determinante así el cambio de condición para entrar en un status de igualdad plena, pues la concepción de Autoridad masculina que venía del Estado y bajaba como tal hasta la esencia de la propia unidad familiar, había hecho inviable, en muchas familias, que la mujer hubiera tenido un mínimo de autonomía y libertad para sentirse realmente persona con derecho a desarrollar sus criterios y propia personalidad. Con casos extremos de sometimiento total al varón, y sumisión para recibir castigos físicos, morales, desprecios, insultos y agresión  psicológica si el varón consideraba que ello tenía una función educativa y de orden sobre su esposa. Y así era entendida por gran parte de la sociedad, ante las razones que esgrimía el marido para tener sometida a la esposa (y prueba de ello películas de la época donde los que intentaban mediar, preguntaban primero a la mujer si no le había faltado el respeto al marido y si cumplía con los deberes de hogar y matrimonio).  
El divorcio, la aparición de familias monoparentales, la multiplicidad de tipos de familia según sean los matrimonios desde las cuales se forman, no garantizan que la tolerancia que asumen las leyes por el imperativo de la sociedad hacia la tolerancia en cómo es cada persona y cada individuo para que tenga derecho a desarrollar su proyecto de vida y formar familias sin condicionante alguno (respecto a su sexo, ideas, concepción de la vida, religión…) no garantiza, en absoluto que el concepto de Autoridad en estas familias no siga por los mismos derroteros que hace más de 40 pero simplemente cambiando del rol que domina en la familia, aun siendo monoparental y femenina.
La idea de la Autoridad como expresión de razón y poder (cuando no explica, ni se razona) puede llevar a la identidad entre Autoridad y temor indeterminado sobre nuestras vidas, en entornos familiares. Y si a la expresión de esa Autoridad sigue la violencia, aparece no ya el temor, sino el miedo y hasta el pánico. Es un modelo de Autoridad que se aprende en la infancia, deja huella, y que si no se rechaza sinceramente, por mucho que el discurso formal de la persona sea rechazar esa forma de Autoridad violenta, ésta permanece real y explícita porque así se interiorizó como eficaz (aunque se oculte entre cuatro paredes) (o se justifique, como hacían los maridos de antaño, por el bien de la persona a sí maltratada, sea esposo, esposa o hijo). Y eso en los niños les puede llevar a fantasear con motivos de culpabilidad permanente y ante la dificultad de tener una vida normalizada.  
Así pes el sólo hecho de aceptar estas formas de violencia en la Autoridad familiar señalan, un problema de conducta aprendida en quien la porta y así la continua en su entorno. Un problema que por ello está prohibido en nuestra legislación ejercer en las familias, aunque las dificultades para probar los malos tratos sean tan evidentes como en casos como éste, cuando se observa cómo rebaten los indicios y argumentaran, como se argumentara en el pasado, como lo hicieran aquellos "Páter Familia" en el seno de sus familias ante las evidencias de maltrato, siendo respaldados por aquél Estado, con sus leyes.







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