En el pasado,
hasta hace unos 40 años, las familias se constituían según un modelo
internacionalmente consensuado, incluso más allá de occidente, como el mejor
modelo conocido para desde ahí traer hijos al mundo pudiendo tener una oportunidad
real de adaptación a la sociedad en la que se hallan. Un padre, una madre (como figuras que se complementan) y los
hijos que desde esa visión dual de padre y madre (es decir, dos personas
diferentes en rasgos, caracteres e incluso percepción de la vida) sirven de
contrapeso a cualquier dificultad que los hijos vayan percibiendo para ir
comprendiendo la naturaleza del mundo que les rodea, ya sea desde la simple
descripción del entorno físico que le rodea donde viven, como la descripción de
las relaciones sociales que inevitablemente deben afrontar desde niños (desde la guardería, donde ya hay amiguitos y
no tan amiguitos, respeto por sus cosas y su ser como quien no respeta sus
cosas y su ser, y también aparece una figura que será autoridad por primera vez
fuera de su entorno familiar). Siempre se consideró que era muy necesario
para los hijos ambas figuras en su realidad cotidiana por lo que aportan de ese
“contrapeso” esencial que es necesario que los hijos observen cuando los
padres, en sus tareas diarias, muestran
las versatilidades de sus caracteres, sus posibles cambios de humor o sus
sentimientos en determinados momentos que pueden llevar a los hijos a
inquietarse, temer pos su seguridad, sentir inestabilidad.. ahí aparece el
papel de compensación entre los adultos que con su proceder, sus explicaciones
hacen posible racionalizar el temor que emerge en los hijos cuando ven a los
padres preocupados por gestionar dificultades o momentos difíciles o
emocionales y que suelen ser parte de la gestión diaria en las familias. Por ello
nace el concepto de proteger a los menores y niños de las escenas de discusión,
o de enfado, o conmovedoras que se pudieran dar en las familias, pero no en
todas las familias se observaba una norma tan fundamental como esta; sobre todo
porque aún existían familias que consideran que los niños no entienden, ni se
enteran de nada y que si se afectan por una escena así es que son tontos; así
hay quienes les han ido reprochando al manifestar su sensibilidad o sentirse
afectados como una debilidad o defecto intolerable en cómo conciben la idea, su
idea, de familia perfecta. Fueron entornos que no razonan ni hablan con los
niños, ellos están de espectadores, a veces molestos, que deben rendir
permanente tributo y agradecimiento por haber sido traídos al mundo, ser
alimentados, vestidos, dados cobijo y suponer gastos, multitud de gastos que
podrían haber sido destinados a otros fines.
Las familias
que no poseían padre y madre, por cualquier causa, ya fuera una viudez
prematura, o una separación matrimonial, o por soltería de la madre, entraban
en el ámbito de las “familias raras” que habían recibido un castigo divino por
algún motivo, a veces evidente, como la soltería, pero otras por enfermedad o
accidente, que también era otra manera de recibir un castigo divino. Todo ello
era evidente y no se cuestionaba. La gente perfecta no tenía desgracias pero
cuando las tenían, y estaban el grupo de privilegiados, era también porque la
divinidad probaba así los valores y virtudes de esa familia. Así que si eras
pobre, familia numerosa y te acaecía una desgracia, o la hija quedaba
embarazada, entrabas en el ámbito de las familias estigmatizadas por el pecado.
(y no solo en España, en general en
occidente; y descartando lo que viene ocurriendo en latitudes donde las religiones
han sido más intransigentes y rígidas).
La llegada del
derecho al divorcio, en España, se percibió como el inicio y oportunidad (más que en el varón para cambiar de pareja,
que parecía que era lo que se percibía en las películas españolas de humor de
la época) en la hembra, porque en ella resultó ser más determinante así el
cambio de condición para entrar en un status de igualdad plena, pues la
concepción de Autoridad masculina que venía del Estado y bajaba como tal hasta
la esencia de la propia unidad familiar, había hecho inviable, en muchas
familias, que la mujer hubiera tenido un mínimo de autonomía y libertad para
sentirse realmente persona con derecho a desarrollar sus criterios y propia
personalidad. Con casos extremos de sometimiento total al varón, y sumisión
para recibir castigos físicos, morales, desprecios, insultos y agresión psicológica si el varón consideraba que ello
tenía una función educativa y de orden sobre su esposa. Y así era entendida por
gran parte de la sociedad, ante las razones que esgrimía el marido para tener
sometida a la esposa (y prueba de ello
películas de la época donde los que intentaban mediar, preguntaban primero a la
mujer si no le había faltado el respeto al marido y si cumplía con los deberes
de hogar y matrimonio).
El divorcio, la
aparición de familias monoparentales, la multiplicidad de tipos de familia según
sean los matrimonios desde las cuales se forman, no garantizan que la
tolerancia que asumen las leyes por el imperativo de la sociedad hacia la
tolerancia en cómo es cada persona y cada individuo para que tenga derecho a
desarrollar su proyecto de vida y formar familias sin condicionante alguno (respecto a su sexo, ideas, concepción de la
vida, religión…) no garantiza, en absoluto que el concepto de Autoridad en
estas familias no siga por los mismos derroteros que hace más de 40 pero
simplemente cambiando del rol que domina en la familia, aun siendo monoparental
y femenina.
La idea de la
Autoridad como expresión de razón y poder (cuando
no explica, ni se razona) puede llevar a la identidad entre Autoridad y
temor indeterminado sobre nuestras vidas, en entornos familiares. Y si a la expresión
de esa Autoridad sigue la violencia, aparece no ya el temor, sino el miedo y hasta
el pánico. Es un modelo de Autoridad que se aprende en la infancia, deja
huella, y que si no se rechaza sinceramente, por mucho que el discurso formal
de la persona sea rechazar esa forma de Autoridad violenta, ésta permanece real y
explícita porque así se interiorizó como eficaz (aunque se oculte entre cuatro paredes) (o se justifique, como hacían los maridos de antaño, por el bien de la
persona a sí maltratada, sea esposo, esposa o hijo). Y eso en los niños les
puede llevar a fantasear con motivos de culpabilidad permanente y ante la
dificultad de tener una vida normalizada.
Así pes el sólo
hecho de aceptar estas formas de violencia en la Autoridad familiar señalan, un problema de conducta aprendida en quien
la porta y así la continua en su entorno. Un problema que por ello está prohibido en
nuestra legislación ejercer en las familias, aunque las dificultades para
probar los malos tratos sean tan evidentes como en casos como éste, cuando se observa cómo rebaten los indicios y argumentaran, como se argumentara en el pasado, como lo hicieran aquellos "Páter Familia" en el
seno de sus familias ante las evidencias de maltrato, siendo respaldados por aquél Estado, con sus leyes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario