La Administración, el rostro del Estado, debe estar siempre del lado, positivo, de la víctima, en la gestión de las personas y ciudadanos.
El
Estado es un concepto que se antoja casi abstracto, y a la hora de estudiar los
entes que poseen conceptos abstractos, aparece la dificultad de definirlos con
precisión, así lo señalan los expertos y estudiosos, en especial en el ámbito
de la filosofía.
Estudiosos y expertos que han dedicado su vida
profesional a la aplicación de otras ramas del saber, como economía, política,
judicatura, medicina,… se acaban adentrando en el ámbito de la Filosofía con la
finalidad de intentar buscar la verdad o aproximarse a ella, por medio de la
reflexión e introspección personal en la propia experiencia de vivir; pues
vivir es la experiencia que nos resulta más común a los Seres Humanos. Así
concebimos que todas las ramas y disciplinas en el ámbito de la Ciencia
culminan cuando quienes las practican se adentran en la filosofía intuyendo una
visión “global” o “transversal”, y alcanzan, esta visión, cuando su experiencia
profesional se dilata en el tiempo, entrando así, inequívocamente, en el
terreno de la Filosofía; porque es en ése terreno donde científicos y los
expertos profesionales, de muy distintas especialidades (pensadores, matemáticos, químicos, médicos, ingenieros, astrónomos, diseñadores
informático, juristas, políticos)… y en general personas de muy distinta
especialización en las ramas del saber, encuentran un lugar común para la
reflexión haciendo posible establecer, en ocasiones, sorprendentes semejanzas
transversales que tienden a concebir una visión y una lógica común, a veces
simbólica, con conceptos coincidentes en los muy distintos saberes. Conocimientos
y experiencias profesionales que en principio parecieran, por su
especialización, muy alejados entre sí, hacen concebir la idea de un patrón
común, de fondo, que tiende a definir o mostrar la similitud de los conceptos
por los que se guía no sólo la existencia de la Humanidad, sino también la
existencia de la Naturaleza incluso más allá de los límites de nuestro planeta y
que incluso llegan a establecer semejanzas e identidades en la concepción de la
existencia del propio Universo – y en
cuyo Universo, nuestra existencia como individuos o como Civilización Humana, e
incluso la existencia de la propia vida en sí, pudieran parecer, a primera
vista, y desde un punto de vista netamente materialista, una consecuencia
aparentemente irrelevante y accidental, pero que desde la puesta en común
de las reflexiones de las experiencias aportadas por estos expertos y
profesionales desde la filosofía, podría llegar a concebirse la existencia de
un patrón común en la existencia del universo en general, y de todo lo que él
se contiene, que difícilmente deja nada al azar (incluyendo así la existencia de la propia vida tal y como la conocemos
y concebimos en la actualidad; por lo tanto, si nada es tan al azar o casual en
el Universo, en ese caso, la vida y la inteligencia que portamos, como
evidencia los seres humanos en particular, tampoco sería casual y obedecería a
una causa y motivo no accidental sino consecuencia de las propias leyes que
rigen el origen y desarrollo de este Universo en el que nos hallamos).
En
especial, los que se dedican a la Filosofía, cuando se encuentran con este tipo
de problemas, como definir que es un Estado, (y que son las más de las veces, por no decir siempre) lo que
realizan son aproximaciones por medio de definiciones reflexivas personales de
las que ya, de antemano, conocen que probable emerjan discrepancias o críticas
en su entorno que se pueden llegar a mostrar, incluso ya no sólo como adversas
cuando compiten por la supremacía de unas reflexiones sobre otras, sino incluso
acabando siendo irreconciliables y antagónicas; porque la capacidad de representar
aspectos “evidentes” de la realidad que nos circunda puede llevar a la acción,
y la acción ya entra dentro del campo de la política, y la política entra de pleno en las esferas que definen el
poder real, práctico y cotidiano que delimita y encauza la actividad de la
sociedades en general.
Se
concibe que toda reflexión que explora un aspecto que pudiera ser inadvertido o
inexplorado es, en sí, una aportación al conocimiento común (aunque en un momento dado esa aportación
resultase incómoda, inconveniente o adversa desde la perspectiva de quienes
sustentan lo que es conveniente para la sociedad en un momento o etapa determinada;
hecho que suele ocurrir con frecuencia, pues la simple exposición de una
perspectiva, a veces insospechada y otras veces esperada pero no concretada o
expresada convenientemente, a veces por temor, puede quedar relegada y, tal vez, ser considerada o rescatada como bagaje en un
futuro más conveniente o más tolerante).
En consecuencia, lo que se busca desde la filosofía es el encuentro con
la verdad, aunque sepamos y concibamos que ello no es plenamente posible (parece ser que cuando la mente concibe una
verdad como evidente, que resalta lúcida y transversalmente como clave o tesis
total, esta suele “mutar” inmediatamente “de polaridad” – de ser concebida como
aportación positiva y luminosa desde la singularidad de la persona que la
concibe, pasa a ser negativa e incluso tóxica para el resto) – por lo que
concebimos que la verdad no es patrimonio de nadie en concreto, por lo tanto no
existe como tal ni es posible hallarla, plenamente, en la experiencia vital de
un Ser Humano para poderla extrapolar al resto de la Humanidad. Pues en sí
misma la experiencia vital de cada persona (aún
teniendo puntos en común evidentes y líneas generales comunes que permiten
comunicarnos más profundamente que en una conversación convencional) es
íntimamente, esa experiencia de cada persona, esencialmente diferente,
aportándole certidumbres, certezas y una concepción de la vida propia y de la
existencia en general singular y particular, que no siempre es compartida por
el resto, y a veces ni siquiera aceptada (sobre
todo cuando las sociedades se conciben como un marco de competición y
rivalidades destinadas a medirse y ser mejor que otros, en busca de “espacios propios de confort” o
ascendiendo así de rol social o consiguiendo situarse en una élite que ostenta
y comparte cierto poder social donde poder ampararse bajo cierta idea de
protección corporativa) .
Tal
vez la propia mente del ser humano no puede sujetarse a una verdad única e
individual y excluyente, definida con precisión, porque de concebir una verdad
de esa manera excluyente, la mente que así siguiera esa verdad renunciaría a la
propia condición esencial de su propia mente y de la de cualquier ser humano:
la condición de explorar, comparar, contrastar, trasponer…. Es decir, renunciaría
a la capacidad de concebir múltiples soluciones o maneras de abarcar situaciones
o problemas concretos de cualquier naturaleza; sólo habría una verdad y, por lo
tanto, los problemas difícilmente podrían tener solución fuera de esa verdad: o
se pertenece y se está incluido en el “conjunto” que incluye a las personas que
observan la misma verdad o se está fuera y excluido de ese “conjunto” y
consecuentemente ser considerado imperfecto, equivocado y herrado, e incluso
adversario o enemigo peligroso si pretendiera mostrarnos que estamos
equivocados y tuviera posibilidad de hacerlo ver, o llevar a la duda – que ya en sí la duda, cuando se concibe como
escenario razonable lleva, inevitablemente, a la revisión de lo que se creía
verdad; y más aún si lo que se sostenía por ese “conjunto de personas” era el
descubrimiento pleno de la “única y luminosa Verdad” que guiaban sus vidas
haciéndoles especiales y únicos, y a los demás, en consecuencia lógica, al
estar fuera de su “conjunto”, incompletos, errados o fallidos.
Esta
cuestión de “percepción” resulta relevante pues formará parte de los
razonamientos que se emplearán con el propósito inicial enunciado en el título
de este artículo. Si bien ciertas
concepciones o convencimientos los podríamos considerar, individualmente, como evidencias
a las que adherirnos porque nos resultan útiles y provechosas (en alguna manera), por el contrario, intentar
persuadir al entorno social de ello puede ser tarea inútil y fallida, pues cada
cual tiene para si ya concebidas conceptos y convencimientos que les permiten
manejarse por la vida, y si precisan ampliarlos lo hacen por necesidad
sobrevenida o no “cubierta” en su momento; así que pretender que todas las
personas se guíen por las mismas creencias, si no ven en ellas, ese momento,
utilidad o se hallan preocupados en otras cuestiones no les resulta para nada
ni revelador, ni útil; así que no siendo esa verdad descubierta por algunos
reveladora y útil para todos, imponerla al entorno como única verdad excluyente
no sólo puede llevar al error sino al sufrimiento extremo e innecesario.
Así
podríamos concebir que la Verdad, meta común (y objetivo de la Filosofía), que
a todos nos interesaría conocer (para
sostenerla como guía y referente para transitar por la vida en sociedad y en
nuestra vida interior e intima) no
existe como tal, pues no se presenta ni alcanza de la misma manera en como
concebimos las existencias de las verdades cotidianas (la verdad se vincula con la experiencia personal; e incluso la
experiencia personal requiere de tiempo para situarla en el lugar más correcto
posible) por ello la verdad no se puede alcanzar para todos a la vez, ni
definirla con precisión exacta, sino realizar aproximaciones entre todos, desde
distintos aspectos, configurando así un “entorno de verdad” que cuando se
consensua tiende a modificar, en el momento en que se concibe como tal entono
de verdad , la realidad y/o la matiza, obteniendo soluciones y siendo así
posible el progreso personal y social.
Los
razonamientos sobre lo que parece razonable llevan a una aproximación a la
verdad; y por ello, precisamente, los podemos compartir entre más personas;
pero cada cual que reciba esos razonamientos podrá discrepar de ellos, o no,
dependiendo de si su experiencia `personal le permite aceptarlos, o no, o si
ostenta una visión alternativa que considera más conveniente o eficaz; por ello
no se pueden imponer. Y por ello la verdad, no puede ser concebida como única e
irrebatible; ése el motivo por el cual se acaba consensuando (o votando, o creando partidarios de unas
verdades u otras); ya que sólo podemos acercarnos a ella en un “entorno de
la verdad” pues al aproximarnos más, siempre guiados por razonamientos y
argumentos nos llevarían ya a sumar o mantener convencimientos, para proseguir en el camino hacia el centro de esa
verdad y poder definirla totalmente elevándola al grado de Verdad Absoluta,
observaríamos que cuanto más nos aproximemos a definir esa verdad más apoyos
sinceros se van perdiendo y a la definitiva quedaría un grupo reducido que (con lo que parecería osadía) se atrevería
a definir la verdad con precisión irrebatible y se dispondría, consecuentemente,
a imponerla contundentemente al resto de la sociedad, aunque esta sociedad
pusiera objeciones sustanciales y solo acabara por aceptarla en razones de
imposición o coacción social.
La
pérdida de apoyos al transitar el camino hacia la “verdad única” se debe,
esencialmente, a que todos podríamos compartir muchos de los razonamientos que
se exponen, pero a la vez, somos conscientes de que existe una multitud de
perspectivas, de sensibilidades, una diversidad de objeciones razonables, o de dudas
sobre las expectativas de las ventajas positivas que pudieran conseguirse para
toda la sociedad si definiéramos e impusiéramos una “verdad única” (sobre todo por entender que existirían
consecuencias colaterales con dicha imposición que difícilmente pudiéramos
atender convenientemente para resolverlas) ello sería el motivo fundamental
para no proseguir por ese sendero; porque resulta obvio al sentido común que
señalar una verdad como única, además de ser una falsedad evidente, lleva
irremediablemente al error y, consecuentemente a errores continuos, al anular la
posibilidad de concebir otros razonamientos como “entornos de la verdad” que
también coexisten, simultáneamente, en nuestra realidad material (cuando exploramos el Universo) y en la realidad
social (cuando lo que hacemos es explorar
nuestras sociedades o las instituciones que se han venido constituyendo en el
devenir y desarrollo de nuestras sociedades), como lo es, en el caso que
nos ocupa, definir el Estado.
Podemos
concebir que si no existiera sociedad y si el ser humano no fuera gregario
difícilmente podría ver utilidad al concepto de verdad; él solo, por sí mismo,
compondría una imagen de la realidad que le circunda y conforme a esa imagen o
idea actuaría en el entorno obteniendo éxitos o fracasos en los aspectos más
básicos de su vida aprendiendo de su propia experiencia (cazar, recolectar,
comer, protegerse, protegerse…). Es la sociedad, a partir de los grupos y
clanes, y más allá cuando se constituyen las primeras ciudades Estado, cuando
se concibe el concepto de Verdad como instrumento para transmitir a otros que
existe una lógica y un orden en el entorno que nos rodea; primero se explica
verbalmente o por medio de la lectura una realidad y luego, cuando se constata se verifica como
verdad (al ir de caza, las piezas a batir
manifiestan distintos estados o fases según van percibiendo el peligro y ello,
observado por el cazador, determina una estrategia para conseguir su captura,
ya sea la caza en solitario o engrupo; ello cuando se constata en la práctica
de la caza se verifica como una verdad) (el rey en una Ciudad-Estado, es todo poderoso y su palabra, cuando
adopta la forma de orden es ley; esto le pueden decir a una personas que vista
aquella ciudad o a un joven cuando va alcanzando autonomía; porque es una
manera de prevenirse ante un sistema – Estado – que funciona de una determinada
manera; luego podrá verificar la existencia de silos, graneros, destinados a
abastecer la población; o cuando que cuando hay carencia de grano para cubrir
las necesidades de todo el año el rey declara, anticipadamente, una guerra para
evitar revueltas sociales por hambre; y si hay una guerra movilizan a los
jóvenes para ir a combatir en bien de su Estado entregando la vida en la
contienda; o que hay pugnas en el entorno del monarca para seducirle hacia un
criterio o razonamiento que le lleve a una decisión y no otra, porque sus
decisiones pueden hacer a unos ricos y a otros no; o que exista un rango
sacerdotal, con un poder paralelo al rey que colabora en el orden social y que
en otras ocasiones conspira; también puede constatar que en sus bolsillos posee
monedas con la efigie del rey, y que por tanto al rey pertenecen – y siendo el
rey la cabeza del Estado, es al Estado a quien pertenecen las monedas con las
que compra alimentos o enseres y que por vivir allí paga tributos al mismo
Estado… y que existen dentro de la ciudad Estado personas con gran capacidad de
hacer que su voluntad, aun sin ser rey, si es desobedecida o contrariada, pueda
causar graves perjuicios a quien así le contraríe, incluyendo la pérdida de la
vida por orden del propio rey, en medio de acusaciones sostenidas en un juicio;
todo ello se puede ir constatando por un
habitante, si es que sus tareas diarias le permiten tiempo para realizar esas
observaciones y constatarlas, reiteradamente como una conducta con la que se
conduce esa Ciudad Estado; en ese caso ello le servirá para prevenirse si ello
le es posible, y si lo desea comunicarlo a otros o escribirlo para que otros
acaben concibiendo o constando que parte de esa realidad ya la habían percibido
y otras realidades que también existen no están relatadas. Así se conforma y
descubre la Verdad, porque forma parte de la realidad y se puede constatar. Así
nace la Historia, describiendo la realidad que circunda y acontece en una
sociedad cuando es dirigida por una élite que ordena el uso de los bienes que
le circundan y del destino de las personas que habitan o caen en su ámbito de
actuación; y así se concibe la Historia Oficial, cuando quienes la relatan
forman parte del Estado o están habilitados por el Estado para esa función de
recopilación, archivo y relato de los hechos oficiales o narraciones sobre
sucesos, cambios de gobierno, conspiraciones, o encumbramiento de hechos
gloriosos del propio Estado por medio de un rey o un héroe; o la descripción de
una batalla o una guerra).
Si el lector no está acostumbrado a como se
expresan los filósofos y estudiosos respecto a cómo van definiendo lo que es un
Estado, se podría entender que la clásica definición utilizada desde hace mucho
tiempo para describir lo que es un Estado les pueda no solo llamar la atención
sino incluso intimidarles; pero si prestan atención a la literalidad de la
misma verán que sigue siendo realista en su descripción, citada por el jurista
alemán Hermann Heller que define al Estado como una
«unidad de dominación, independiente en lo exterior e interior, que actúa de
modo continuo, con medios de poder propios, y claramente delimitado en lo
personal y territorial». Además, el autor define que sólo se puede hablar de
Estado como una construcción propia de las monarquías absolutas (ver monarquía absoluta)
del siglo xv, de la Edad Moderna. «No hay Estado en la Edad Antigua», señala el autor.14Asimismo, cómo evolución del concepto
se ha desarrollado el "Estado de Derecho" por el que se incluyen dentro de
la organización estatal aquellas resultantes del imperio de la ley y la división
de poderes (ejecutivo, legislativo y judicial) y otras funciones, como la emisión
de moneda propia.
Otra
definición mucho más popular y más
comúnmente utilizada es la de Max Weber, en 1919,
define Estado moderno como una «asociación de dominación con carácter
institucional que ha tratado, con éxito, de monopolizar dentro de un territorio
el monopolio
de la violencia legítima
como medio de dominación y que, con este fin, ha reunido todos los medios
materiales en manos de sus dirigentes y ha expropiado a todos los seres humanos
que antes disponían de ellos por derecho propio, sustituyéndolos con sus
propias jerarquías supremas».13 Las categorías generales del Estado
son instituciones tales como las fuerzas armadas, burocracias administrativas, los tribunales y la policía, asumiendo pues el Estado las funciones
de defensa, gobernación, justicia, seguridad y otras, como las relaciones
exteriores.
Parece
que la fecha en la que publica esta definición (1919) no dejaba dudas sobre la
naturaleza coercitiva y violenta del Estado, como rasgos más definitorios del
mismo. Sin embargo existen aproximaciones a la definición de Estado mucho más
amables incluso se pueden formular visiones mucho más acordes con que la
mayoría de los ciudadanos podríamos estar más de acuerdo que las ya las
clásicas e intimidatorias en sí mismas.
La descripción
física del Estado, como intuitivamente lo reconocemos al ver un mapamundi
político cualquiera que esté a nuestro alcance pareciera sencilla (un territorio, con fronteras estables,
población casi constante y soberanía). Aunque la descripción sea meramente
física incluye, inevitablemente, elementos de naturaleza también abstracta, difíciles
de determinar con precisión, aunque todos tengamos una idea preconcebida de lo
que es la soberanía (por aquella frase
tan reiterada cuando llegan las elecciones: La Soberanía reside en el pueblo, porque el
pueblo es soberano; y desde ahí nos invitan a todos los ciudadanos a participar
de la elección del un nuevo gobierno mediante el voto a nuestras preferencias
políticas, que se hallan en papeletas con candidatos que representan un abanico
de posibilidades que pretenden recoger todas las sensibilidades e inquietudes
que pudieran tener los ciudadanos). Difícilmente podríamos aproximarnos a
esa idea de Soberanía desde su perspectiva real e incluso simbólica. Tenemos la
noción de que soberanía es, en la práctica, poder hacer a voluntad, como los
reyes cuando su palabra era ley. Y en consecuencia, cuando alguien dice que en
su casa es Soberano, apela al derecho que le asiste de hacer lo que le plazca
dentro de ella e imponer su criterio para sí mismo, e incluso para otros que
pudieran vivir bajo el mismo techo, dependiendo de la relación que les una; en
algunos casos esa imposición tiene límites regulados por la ley – cuando protege al integridad física, moral o
psicológica de toda persona en cualquier circunstancia en la que se halle; pero a estas alturas
resulta obvio que ello forma parte de un convencimiento general en la población
que no siempre se da (así que la alternativa, cuando se puede ejercitar – que
no siempre se puede -, es marcharse cuando el soberano de la casa ha enfilado a
alguien que viva bajo el mismo techo, o tiene un carácter o una conducta
insoportable, cuando no raya o entra en el delito; que obviamente al estar bajo
un lugar de su propiedad suele ser muy difícil de demostrar aunque las
evidencias y los efectos en los así tratados sean evidentes) .
Así
que cuando alguien explicita como argumento que es Soberano, por ejemplo en su
casa, estaría señalando que posee un poder sobre un espacio y/o territorio (una casa) y que está dispuesto a imponer
su criterio sobre quienes allí vivan, porque además es consciente de poseer y
poder utilizar las herramientas de coacción y violencia precisas para imponer
esa Soberanía en su territorio físico (su
casa). Aquí tendríamos expresadas los tres requisitos que definen un
Estado: Territorio, Población y Soberanía con monopolio, de de alguna forma
legítima, de violencia activa o coactiva.
La inmensa mayoría de los ciudadanos pueden
concebir y aproximarse al concepto de Soberanía – o una referencia muy cercana de la misma - desde el momento en que vivieron
en una vivienda bajo las reglas de adultos, por lo general padres, hasta que
consiguieron la independencia; la independencia señala en las personas la
necesidad de realizar las tareas propias para subsistir y desarrollarse como
persona y adulto conforme a sus propios criterios y autonomía; es un requisito
para alcanzar la propia experiencia vital y realizarse como personas. Siendo
así, resulta preciso, inevitable e imprescindible tienen una vivienda donde vivir, protegerse,
resguardarse de la intemperie y convertirla en su hogar (el término hogar también tiene una vertiente compleja y simbólica, e
incluso espiritual, porque va más allá de la literalidad física en que se
compone el lugar, piso o de la casa en la que se vivie… hace referencia la
palabra hogar al lugar donde emana el “calor” como fuente de bienestar no sólo
físico sino espiritual; es decir, aquél lugar en donde no sólo realizamos
funciones básicas propias de nuestra biología protegidos de la intemperie
ambiental, sino que en el hogar también realizamos funciones asociadas a
valores espirituales, vinculados a nuestra creatividad, a nuestros jobis, a
nuestros sentimientos, en nuestras relaciones si tenemos familia, hogar que se
impregna de recuerdos que se pueden evocar…. Todo ello forma parte de la idea
de hogar y por ello se vincula con la inviolabilidad del hogar, como lugar
íntimo y propio, casi prolongación de nuestro propio ser, como segunda piel, al
que también se hallan vinculados el resto de los miembros de la familia que
allí vivan.).
Tener una vivienda no es en sí un
derecho más, sino una necesidad vital, imperiosa y urgente, inseparable de un
proyecto vital tal y como lo concibe nuestras sociedades en la actualidad (en caso contrario volveríamos a ser nómadas,
con lo que ello implica de dificultad de constituir familias y asentar
población). Es un anhelo legítimo, vital, que otorga independencia de
organización del proyecto vital, garantizado como derecho en la Constitución (quien tiene un hogar, una vivienda, tiene
una soberanía sobre sí y sobre su propio proyecto de vida). Y cualquier
especulación que realicemos para obstaculizar, obstruir, condicionar, o
dificultar el acceso a una vivienda digna, en consecuencia, se podría entender
como un atentado al ejercicio de la libertad real de un individuo, su autonomía
y su derecho a ser dueño de su propia vida y de su proyecto de vida. En este
sentido podríamos reconocer que los intereses económicos y especulativos
entorno a la vivienda en España convierte el acceso a una vivienda en una
penalidad, a veces insoportable para algunos ciudadanos y familias, en comparación
con otros Estados que son capaces de limitar drásticamente el precio de los
alquileres para estudiantes y trabajadores, o la realización de abundante
vivienda social muy asequible a las familias y trabajadores, para que puedan
tener también una vida de bienestar con recursos suficientes para el acceso a
la cultura, al deporte, al arte… en definitiva a bienes espirituales y también
materiales que les permitan concebir que su vida es digna, puesto que la
organización y la visión de cómo concibe su propio Estado el bienestar de sus
ciudadanos es un concepto prioritario e irrenunciable para tal Estado. La idea
de proteger prioritariamente el fácil acceso a un hogar, tener, usar o poseer
una vivienda para un ciudadano o una familia viene a mostrar, sin lugar a
dudas, que ese Estado prioriza el derecho a la libertad, a la propia soberanía,
sobre sus vidas, de sus propios ciudadanos. (Importante esta apreciación,
porque en los países mediterráneos, este acceso suele suponer un gasto muy
limitante e la economía de una persona o una familia; a diferencia de cómo es
observada esta prioridad en países de Centroeuropa; lo que señala, en sí, una
magnitud esencial cómo se percibe la
calidad de una democracia respecto de sus ciudadanos).
Soberanía
es pues sinónimo de poder, máximo poder, y está vinculada con la idea de
monarca o Soberano, cuya palabra y voluntad es ley. Como daría idea el mito de
Arturo, un rey es reconocido como tal
cuando demuestra con evidencia que es capaz de hacer lo que otros no son
capaces de hacer, de manera casi sobrenatural; en consecuencia, esas facultades
sobrenaturales percibidas por su entorno, es considerado señalado por el Cielo
para esa tarea de gobernar, y con ello aúna voluntades entorno así para
conseguir extender el territorio, defenderlo de los enemigos, realizar buena
gobernanza y aplicar la ley; su poder, por lo tanto, proviene de la providencia
(es decir, del mismo Dios) y en su
sangre se halla el secreto de tales cualidades que es transmitida a los hijos y
que por ello optarían en línea sucesoria a ser también reyes. Esa cualidad
demostrada, sobre natural, le corona y por ello es aupado y protegido (en vasallaje) y obedecido en su palabra.
La Nobleza, administra sus territorios, cobrando el diezmo a los campesinos de
su feudo y asistiendo a la corte del rey en la gobernanza de los territorios, y
haciendo la guerra cuando fuera preciso; otros Nobles realizaban mecenazgos o
impulsaban las artes y las ciencias. El rey, o monarca, es un líder que
gobierna y administra, y es una fórmula que estuvo muy extendida como
organización para una sociedad desde hace milenios (en ciudades/estado) y se encuentra por todo los continentes de la
Tierra; asistido y conforme con una Nobleza y una Religión – con sus sacerdotes o ministros – que señalan
a la población cómo deben actuar y relacionarse entre ellos, y que obligaciones
contraen para con un orden y poder divino del cual emana la propia vida de los habitantes
y sus destinos futuros, incluso más allá de la muerte, para ser aceptados en un lugar ya carente de
penurias, esfuerzos, sacrificios y penalidades, si es que han seguido todas las
disposiciones emanadas de la divinidad y expresadas por los sacerdotes (que son los que interpretan esas
obligaciones) y también con la condición de cumplir las leyes y normas del
rey.
Religión, en general: conjunto de
creencias que dan sentido y explicación transcendente - más allá de lo verificable materialmente por la Ciencia – que contempla la existencia de seres o
conciencias incorpóreas, espirituales, también por lo común jerarquizadas, que
son todo poderosas, en la existencia del Ser Humano, determinando su devenir en
felicidad o desgracias, tanto a individuos como a sociedades o Estados; y que
dan una explicación simbólico/mítica a la existencia Humana, acompañándola en
su existencia (tanto como individuo
particular o sociedad) y otorgándole un soporte espiritual que da sentido a
la vida de quienes creen en ella (hecho
verificable, pues las creencias, aun siendo representadas en iconográficas de
santos o dioses; producen, cambios reales y positivos en la disposición de las
personas para hacer frente a las dificultades y retos diarios, a ante
dificultades graves o penalidades). Efectivamente, señalan normas y mandamientos
(por lo general morales) que debieran
sostener sus fieles para alcanzar una vida con sentido transcendente; y al
final de la vida vivida, un Paraíso o premio o un alejamiento y repudio, o
incluso en algunos casos una reencarnación en una rueda interminable de
/muerte/resurrección/vida, hasta
alcanzar el conocimiento pleno o la levedad precisa en el corazón (órgano esencial del la inteligencia
emocional y empática en religiones muy extendidas, como en la actualidad la
cristiana) para superar todas las pruebas y renacer en un paraíso eterno y
libre de todo sufrimiento terrenal.
El
estrato último de ese Reino en la Edad Media era el pueblo llano, conformado
por agricultores, comerciantes y oficios. Y darían origen a la burguesía, por
medio del invento de la imprenta difundiendo las ideas de la Ilustración (señalando que el acceso al conocimiento, la
libertad de pensamiento e ideas, la libertad de mercado, propiciarse un
bienestar material y espiritual, promoviendo la existencia de unos Derechos
inherentes a todo Ser Humano que le protejan de la tiranía y le abran el camino
a la experiencia del conocimiento y la creatividad, es un concepto de Libertad
irrenunciable debiéndose desplazar a quien a ello se oponga - es decir, la idea de que cualquier persona
porta derechos inalienables por el hecho de ser un Ser Humano acerca la idea de
una soberanía ya residente en cualquier persona; y en consecuencia para facilitar
el gobierno de la nación/Estado bastaría que se eligieran representantes que
ostentaran esa soberanía que cada persona posee y que en su conjunto hace
concebir que la soberanía de una Nación/Estado reside en el Pueblo). Estas
ideas de la Ilustración llevaron al desplazamiento de la Nobleza en las tareas
de gobierno y sustitución por Asambleas elegidas por los ciudadanos que
Gobernarían bajo la voluntad del pueblo, en nombre de éste, haciendo la
monarquía que su propia voluntad y la de su gobierno – elegido desde la Asamblea designada por el pueblo – coincidan
siendo la misma voluntad. E incluso se se llegó a prescindir de
monarquías para dar lugar a gobiernos republicanos, como supuso de ejemplo la
Revolución Francesa para la independencia y constitución de los EEUU de Norteamérica.
Así pues
la soberanía pasó de ser monolítica, en un monarca, a residir en el pueblo
cuando expresa su voluntad eligiendo unos representantes que gozan de inmunidad
para expresar libremente opiniones, críticas y aportaciones destinadas a la
gobernanza del Estado. Constituidos bicameralmente (en España) bajo la forma de
Gobierno de Monarquía Parlamentaria y división territorial en Comunidades que
gozan de autonomía propia con su gobierno (y
que responden a un modelo de descentralización del Estado, concebido para la
mejor gobernanza) y cuyas divisiones territoriales se viene a corresponder,
en algunos casos, con trayectorias históricas medievales, reinos, que se
unieron para conformar la unidad del actual Estado, o culturales poseyendo
propia lengua, y en otras ocasiones a divisiones provinciales y unión de estas
en razones políticas. Las complejas situaciones vividas en Europa, en general,
desde los comienzos del siglo pasado, a causa de la Revolución industrial y el
nacimiento de una nueva clase social (el proletariado) - que apenas había obtenido ventajas a causa de la Ilustración y la
consecuente Revolución generada por los comerciantes, industriales, banqueros…
llamados burgueses, por vivir en las ciudades - llevó a este sector de la sociedad, carente de
formación, por lo general analfabeta, sin recursos materiales, sin condiciones higiénicas
adecuadas, hacinadas en barrios, pasando penurias graves, sin acceso a
medicina, y carentes de verdaderos derechos, sirviendo de mano de obra en
fábricas y talleres, con muchas horas de
trabajo diario (10 o 12 h), con salarios bajos y sin límite de edad o estado de
salud para realizar las jornadas laborales… les llevaron a tener conciencia de
clase (por las condiciones comunes en que
eran tratados) y acabaron por construir un discurso que pusiera en entre
dicho los argumentos imperantes por los cuales la pobreza y la miseria en que
vivían se basaba en la voluntad divina; según argumentaban la burguesía
inglesa; y desde ahí se concibieron ideologías destinadas a liberar a la clase
trabajadora de tan pesada carga.
El
temor de la burguesía y de los propios Estados a una subversión del propio
modelo de Estado, bajo la amenaza de la abolición de todas las Clases sociales,
la supresión de la propiedad y la prohibición de acumulación de riqueza en
manos de élites (riquezas producidas bajo
la protección del Estado y Gobierno quienes participaban de comunes intereses particulares)
y la posibilidad de una revolución similar a la dada por la propia burguesía un
siglo antes, plasmándose en la revolución rusa y la creación de la URRS, llevó
a Europa a dos guerras consecutivas (la
primera por el dominio de territorios ricos materias primas fuera de Europa; y
la segunda de contención de la expansión de la revolución comunista) que
afectarían a España gravemente y cuya solución se plasmó en la Constitución de
1978 con una fórmula que en la práctica significaría la adopción de un Estado en
forma de Monarquía Parlamentaria (que en
la práctica funcionaba también como República Monárquica o Monarquía Republicana).
Así
pues concebimos que la soberanía reside en el pueblo (pues es obvio que se le llama para participar y dar garantía de legitimidad
a los resultados electorales que permitirán constituir unas asambleas y
gobiernos) y en el pueblo reside la soberanía porque cada uno de los
ciudadanos poseen unos Derechos por tener la condición , primero de ser Seres Humanos
y en segundo lugar por que el Estado al que pertenecen también le reconoce esos
Derechos dándoles cauce para su realización y preservación. Así que se pude
concebir que cada ciudadano posee soberanía
(incluso coactiva, como se demuestra en
los viviendas y en las familias) y que es cedida al Estado para que este
pueda emanar normas y leyes por medio de sus Administración e Instituciones afecten
a todos y a todos obligue por igual; y que se hagan respetar, en última
instancia, por medio de instrumentos más
puramente coercitivos como lo son la Justicia y las FFSSE.
La
visión de la función pública tuvo incorporada la visión coercitiva o de castigo
como propia para la corrección o “educación” de la sociedad en la forma de
relacionarse entre sí o con las distintas
Administraciones e Instituciones que son y forman parte del Estado.
Es
decir, el contacto con la administración del Estado siempre ha venido comportando
cierto temor. La acción coercitiva con que el Estado puede manifestar su acción
sobre el entorno social es percibida por cualquier la familia y,
consecuentemente, se trasladada en la educación de los hijos en el momento
adecuado para que sean conscientes de que el Estado puede actuar en un momento
determinado con coacción o violencia sobre personas con la finalidad de
restablecer el orden e implícitamente también para mantenerlo con solo su
presencia, infundiendo cierto temor como consecuencia de autoridad que es y con
capacidad de interrogar y pedir documentación.
Esa “personalidad”
que pudiera mostrar la propia función pública en el contacto más directo con
los ciudadanos, se puede también acabar por trasladar al entorno familiar y en
el caso de visiones muy estrictas de lo que se presiente o se constata que es
el Estado en sí mismo, trasladar también al entono de la educación de los hijos
similares rigideces e incluso coacciones o castigos emulando la naturaleza
conque la propia persona percibe la personalidad coercitiva en el propio Estado,
y que en ocasiones se puede dar el caso que existan funcionarios que trasladen
esos procederes educativos, basados en coacción y violencia al propio ámbito familiar
una vez acabado el horario laboral.
Así
pues concebido el Estado, sus miembros, por el hecho de ser, además de miembros
del Estado, también personas, poseen ciertos márgenes en su actuación como
tales funcionarios pudiéndose inclinar hacia actitudes empáticas con los
administrados, neutras o de advertencia casi coercitiva; según sea la propia
visión que poseen sobre el desarrollo de su propia función como representantes
en el ejercicio de su trabajo, del propio Estado.
Análogamente
en otras funciones propias de la Administración, como la educativa, también se
contemplaban ciertas formas de castigo físicos como elementos destinados a
corregir conductas o falta de atención, o distracciones.
En
ese sentido se concebía el Estado, cuya esencia incluida en la terminología de
la propia palabra Estado y que significa en sí, inmovilidad, como quien hace referencia
a que el Estado, por muchos Gobierno diferentes que lo dirijan, poseyera o
posee un carácter que lo define como estático, imperturbable, siempre bajo los
mismos criterios esenciales de actuación en relación con la ciudadanía – como si
la causa de ello fuera que en el seno íntimo
del Estado existe una percepción
inmutable de la ciudadanía (aunque pasen
los años y las décadas; haya o no unas u otras filosofías políticas en vigor)
cuyas reglas básicas nunca deben mutar y
que permiten la gestión y el control de tan ingente número de personas.
El
objetivo de los Estados en la actualidad es garantizar y preservar el Estado de
Bienestar para todos los ciudadanos (el
bienestar implica a todas las facetas que son necesarias a las personas para
que están puedan desarrollarse plenamente y en libertad y autonomía). De
esta manera el modelo o visión puramente coercitiva del Estado pasó a otra
mucho más benévola y coherente en la búsqueda del bienestar de todos los
ciudadanos. Así pues pasamos de un Estado autoritario, amenazante y violento
con sus ciudadanos a otro que reconocía abiertamente los derechos reconocidos
internacionalmente a los Seres Humanos ya sin ningún tipo de discriminación.
Las personas tienen derecho a ser y a manifestarse socialmente tal y como son en pensamientos e ideas, creencias,
convicciones, con su condición sexual, con o sin limitaciones físicas o psíquicas,
sin temer ser por ello ser represaliados, acosados o perseguidos, al reclamar
para sí su derecho a su propia imagen, pues ello también es su derecho
inherente a las personas.
De
alguna manera ello se percibiría cuando si iniciaron acciones y leyes para
garantizar la protección activa de las víctimas.
Desde
ese punto de vista, cuando se orientó la acción del Estado para proteger a las
víctimas de violencia de género, se hizo preciso modificar profundamente la
concepción que las instituciones del Estado que deberían encargarse de dicha
atención y protección, especialmente las personas que ejercían como
funcionarios en la actividad específica para proteger a las víctimas de
violencia de género; pues en la concepción general de la autoridad, que portan
los propios funcionarios (concebido como
lo es el Estado desde hace un siglo y que s e muestra en las definiciones de
Estado antes referidas), tanto en su capacidad de otorgar protección y
asistencia adecuada en situaciones conflictivas - por la propia naturaleza de ser Autoridad, subsistir criterios de
aprendizaje por castigo y poseer capacidad de coacción - se vendría a
justificar, de alguna manera, que la agresión recibida por la víctima también
pudiera aportarle algo de enseñanza a su propia conducta de víctima para evitar
situaciones de similar peligro de agresión en el futuro; así pues, según fueran
las circunstancias de la agresión, cómo fuera vestida, porqué parajes
solitarios anduviera, con qué compañías anduviera y a qué horas del día o de la
noche, la propia víctima debiera extraer lección por lo sucedido para evitar
que se pudiera nuevamente producir. Incluso así lo concebían jueces a la hora
de valorar la agresión en sus propias sentencias. Todo ello vendría a señalar
que la visión del Estado (o de sus
miembros que ejercen las funciones de actuar representándole al Estado en
distintos ámbitos, sobre todo en el ambiente coercitivo –policial, judicial)
esperaban siempre que la experiencia recibida por la víctima de violencia de
género reconociera que, en alguna parte de su proceder, ella misma hubiera
provocado, o no evitado o no prevenido adecuadamente, y dadas las
circunstancias evidentes de así pudiera suceder, la propia agresión recibida.
Es
decir, que la víctima de agresión de género debiera estar siempre prevenida
para reconocer una circunstancia de posible agresión y poner los medios para
evitarla y, así, no ser considerada, en parte, culpable de dicha agresión; y
que esa parte de culpa era considerada por los miembros del Estado como lección
a asumir por la propia víctima para que no se volviera a producir dicha
agresión.
La
tarea fue ingente, para concienciar y dotar de personal concienciado y empáticos
para tratar adecuadamente ese tipo de casos de violencia de género, incluso en
el entorno judicial se han ido encontrado situaciones en las que aún se
considera que la víctima porta algo de culpa y responsabilidad en el hecho de
haber sido agredida según las circunstancias ambientales que concurrieran,
olvidando que las personas poseen derechos propios, que no se pueden infringir
o violar en ningún caso; por ello los delitos cometidos sobre la víctima serán
siempre reprochables y perseguibles, pues la víctima, como persona, posee el
derecho de manifestarse tal y como es, transitar libremente, ostentar su propia
imagen, o encontrarse en cualquier situación de precariedad (de cualquier naturaleza) y sigue
conservando íntegros sus derechos como persona; porque no se puede argumentar que es legítima
la agresión de un agresor, infringiendo o violando los derechos de una persona,
en determinadas circunstancias en las que se halle la víctima (como si fuera una lección que la víctima
debiera aprender a causa de que existieran personas que conciben derecho a
agredir o violar derechos en determinadas situaciones de vulnerabilidad de sus
víctimas)
Esto
parece incomprensible que se argumente en alguna medida por un profesional de
la justicia, como indicando que la víctima es responsable de su situación vulnerable
y consecuentemente en parte de la agresión recibida. Como quien impone y
bendice así una jerarquía en razón de ser o no más fuerte que otros, o ser o
estar en posición de vulnerabilidad, y esta relación de poder debe aceptarse como
parte del comportamiento legítimo de la sociedad. Sería la restitución de la
ley del más fuerte.
Así
pues la visión para algunas personas que así perciben la función del Estado,
por la cual un daño recibido, posee responsabilidad propia en alguna medida por
no haberse prevenido correctamente en algún aspecto de la propia conducta, se
puede acabar consolidando como criterio general de actuación ante cualquier
situación de conflicto y de ahí a considerar que una víctima es responsable, en
gran medida de su propia desgracia (por
no aprender de lo que le viene sucediendo o ser consciente de la propia
vulnerabilidad que le hace acreedor a una agresión, que de esta manera
concebida poseyera cierto grado de “legitimidad”) aparece como consecuencia
lógica y evidente de una manera de pensar y concebir la sociedad y al propio
Estado al que se pertenece. Es posible y probable que muchas personas
consideren adoptar esa mismas percepción que ha venido sosteniendo el Estado y trasladarla a para sí mismo y sus familias;
y en otras ocasiones acaben emulando y sintonizando con el miso ambiente en que
se trabaja si se trabaja para el Estado; sencillamente porque lo que recibimos del
Estado suelen ser mensajes y advertencias de respetar las normas y las leyes bajo
advertencia de sanción.
Desde
este punto de vista se pudiera entender que la puesta en marcha de un gran
proyecto para proteger a las víctimas de violencia de género precisara de una
especie de re-educación o readaptación del pensamiento con que las Administraciones
debieran afrontar estas situaciones, al ser programas muy transversales para
proteger íntegramente no sólo la integridad física de la mujer maltratada, sino
también la psicológica y su protección para reiniciar su vida a salvo del
potencial agresor, procurándole los medios para facilitarle trabajo y la
consecución de una independencia personal plena que le permita construir un
nuevo proyecto de vida. E idénticamente
los funcionarios que actuaran en primer momento, ante una llamada de auxilio,
entender con claridad meridiana que la víctima no es, en modo alguno, la causa
de que el agresor no respete sus derechos a su propia integridad física, moral
o psicológica, pues por el mero hecho de ser persona debe tener garantizado ese
derecho por el propio Estado y sus representantes sin que estos cuestionen en
modo alguno ser, en alguna medida, responsable la víctima de la agresión
sufrida por su agresor. E igualmente ocurre para que en el ámbito judicial,
estas agresiones de género sean tratadas desde el punto de vista de que se debe
de proteger a la víctima, y no buscar en ella la causa de haber sido agredida.
Parce obvio que con esta línea de actuación sobre la Administración del Estado
la función pasa de ser fiscalizadora (como
quien reparte culpas entre víctima y agresor, para que la víctima extraiga
también lecciones) a ser protector de los derechos de las personas cuando
estas se encuentran en situación de víctimas, sin prejuzgar las circunstancias
anexas que facilitarían la violencia del agresor, pues la víctima tiene
reconocido el derecho por las leyes y las Constitución de ser libre en circular
en horario que le plazca, sola o acompañada por quien quiera (sean o no extraños o conocidos), bebida
o serena, adolescente o madura, por cualquier local de ocio legalizado que
desee, o en cualquier lugar particular, de cualquier naturaleza y en ello ser
respetada activamente en todos sus derechos que como persona posee, e incluso
en cualquier situación de consciencia plena o no, de afectación psicológica o
no, para que toda persona respete su integridad; que por otro lado está
reconocida en la Constitución. Pues quien sabe que va a traspasar esos límites
de respeto a esa integridad que posee la potencial víctima es, sin duda, el
agresor; y dependiendo de “modus operandi” de estos agresores (porque la violencia es una forma de relación
aprendida y por lo tanto sigue similares estrategias, pautas y justificaciones)
se pueden encontrar ese modus operandi y el tipo de justificaciones reiteradas
que utiliza.
Si
concebimos ahora el Estado para proteger a las víctimas de violencia de género,
porqué no extender, esa misma protección a otros colectivos que sabiéndose que
poseen riesgo en agresiones o de ser víctimas, por motivos de prejuicios de
toda naturaleza o vulnerabilidad? Y sin embargo seguimos exigiendo a otros
tipos de víctimas que aprendan de las circunstancias que llevaron al agresor a
agredirle para que las evite él mismo,
modificar las circunstancias o prevenirlas
(haciéndole así corresponsable de
la agresión recibida por su maltratador/a).
Todas
las personas poseen el derecho a su integridad física y psíquica; y en ese
contexto, de igual manera que concebimos que hay agresores que justifican sus
agresiones y las consideran legítimas oportunidades por encontrar a su víctima
vulnerable, también sabemos que hay personas que para ciertos sectores de la
población no representan el modelo de persona estándar y homologada (según la manera en que tiene para concebir
modelos estándar de personas) y en ese sentido no dudan de legitimar sus agresiones y persistir
en ellas bajo el pretexto de modificar la conducta o las formas en que un tipo
de persona se muestra en sociedad (por
ejemplo en colectivos LGTB) y en casos muchos más ocultos en entornos
familiares donde el maltrato es interno y opaco causando trastornos y problemas
psicológicos a las víctimas intentando hacer concebir la persona maltratadora que ella es la víctima real (y en ello pugna por persuadir al entorno social y médico).
En
todos esos casos existen víctimas, y en los casos LGTB parecen organizarse para
defender sus derechos, pero en los casos como el relatado en este blog no
parece que aún se hubiera habilitado una respuesta eficaz de protección
transversal para situaciones extremas como la señalada.
Parece
necesario que el Estado cambie plenamente de rol y se convierta en protector
activo de toda víctima potencial, con independencia de su condición. Estamos en
una etapa en la que parece conveniente que el Estado protector determine
plenamente que la acción, de cualquier persona maltratadora sobre cualquier
otro tipo de persona vulnerable, no porta ningún tipo de lección sobre el
maltratado que debiera aprender con ese castigo recibido (fuera de la naturaleza que fuera y de la duración que fuera el maltrato
de la víctima en manos de la personas maltratadora). Nada tiene que
aprender la víctima sobre el acto de haber recibido maltrato por ser quien es y
cómo es. Ni el Estado, sus Administraciones o Instituciones de toda naturaleza pueden concebir o tolerar
una situación de tal naturaleza sobre víctimas de maltrato.
Cuando
el Estado, como garante del orden y con monopolio del uso de la fuerza, justifica
en alguna medida la agresión sobre la víctima, podríamos llegar a concebir, que
es el propio Estado quien como titular del monopolio del empleo de la fuerza es
capaz de legitimar parte de la violencia recibida por la víctima, en razones
que recaen en la propia víctima, legalizando así parte de la violencia empleada
por el agresor, como si de ese proceder de justificación por parte del Estado
fuera el propio Estado quien hubiera cedido parte del monopolio del uso de la fuerza al agresor. Eso solo sería
concebible en Estados autoritario y violentos.
Desde
este punto de vista, cuando se ostenta o ha ostentado la representación del Estado
en el desarrollo de una función pública, y teniendo o habiendo tenido al
alcance de su ejercicio potestades capaces de determinar el destino o bienestar
de las personas; y concibiéndose en tal función con capacidad de poder
interpretar a su conveniencia cualquier circunstancias sobre personas que
lleguen al alcance de su ámbito; e incluso por la autoridad atribuida o
ejercida (ostentar un poder real e incluso
si conviene intimidatorio hasta llegar a serlo sólo con su presencia) pudiendo
llegar a ser arbitraria sin que en ello se vea perjudicada ni reprochada; y
siendo así fuere justificado toda evidencia de violentación en razón de orden,
jerarquía y sumisión, por encima de los valores defendidos en la Constitución;
se pudiera llegar a concebir que no estuviéramos, de facto, en un Estado de
Derecho, por mucho que las formas lo aparentaran.
Probablemente
más cerca de un Estado corporativo, donde cada sector de poder lo ostenta, y lo
comparte con sus iguales, aplicando sus decisiones en razón de sus mismos
intereses corporativos, ninguneando los valores reales de la Constitución, y
usando e interpretando las leyes y normas bajo sus propios intereses,
esgrimiendo su parte de Razón de Estado para vulnerar derechos del común de las
personas.
El
Estado debiéramos ser todos (por la
simple cesión de la soberanía cuando la otorgamos a nuestros representantes),
y así concebirse en Democracia; todos estaríamos sujetarnos a las normas que a
todos o afectas y que se rigen por los valores de la Constitución. Sin embargo hay
quienes se pudieran considerar o haberse considerado verdadero Estado, garantes
del propio Estado y como tales con legitimidad para sacrificar el derecho de
otros, en Razón de la concepción que ellos mismos tienen y consideran que debe
ser prioritario para un Estado (eso lo hemos visto y vivido, aunque ya hace
decenios, pero en democracia).
Es
probable que alguno así hubiera entendido el papel de representar una función
del Estado, pudiera concebirse con la misma libertad para la coacción y
ejercitar violencia sobre otras personas hasta hacerlas víctimas; pues en sí mismas
se pudieran considerar legítimas para aplicar el monopolio de la fuerza o
violentación de derechos y leyes en razón de “ser conforme” con lo que
significa, y es a su juicio y experiencia, verdadero Estado; y lo ejerce sobre
personas bajo el mismo principio de orden, jerarquía, sumisión, aprendizaje y
educación (temor). Obviamente todo ello al margen de cómo entendemos la Constitución la mayoría de los ciudadanos.
De alguna manera sabemos, como adultos, que
estas situaciones de poder se dan en muchos ámbitos (personas con influencia o autoridad social o que representan intereses
de grandes grupos sociales o financieros), y que a menudo pueden
representar trabas y graves obstáculos que se han de gestionar desde las
familias, por muy humildes que sean, situaciones que en algunos casos pueden
resultar irresolubles o adversas, aunque las consideremos, desde nuestros
puntos de vista, y nuestros valores personales y nuestro sentido de la equidad o
la proporcionalidad, injustas; y sin embargo nos allanamos, y dependiendo de
las circunstancias y consecuencias consideramos que ha habido víctimas o hemos
sido víctimas en algún momento de un conflicto de intereses o de una
interpretación de los derechos o de la ley. Y cuando esto sucede suele responder
desde la Administración, que responden al señalamiento de un “bien esencial” a
proteger en un momento dado, en un contexto dado, y en unas circunstancias
específicas concretas (y no siempre se
declara la naturaleza del bien a proteger, cuando se llevaron a cabo desahucios
dejando a familias sin hogar).
(lo hemos constatado en el pasado cuando al
comprometerse gravemente la economía se optó por defender lo esencial de la
misma, los bancos, como pilares desde donde rehacerse sin depender de la banca
de otros países para impulsar proyectos propios – pues los bancos de otros
países pudieran poner límites a los proyectos de nuestro propio Estado,
limitando el autogobierno - aunque los daños colaterales recayeran en familias,
pero igualmente puede suceder cuando el interés se centra en proteger y amparar
proyectos que significan un verdadero cambio social propiciando la igualdad
real) por ello se asumen las situaciones adversas que genera imponerse
elegir, y por tanto asumir costes colaterales (que suelen pasar desapercibidos o minimizarse, relativizarse, negarse
o ignorarse) si de lo que se trata es proteger un grupo social vulnerable, siempre
habrá quien busque dentro de ese grupo un trayecto el poder real y efectivo en
lo cotidiano de cualquiera de sus actividades (Los impulsos de grupos sociales que acceden a cuotas de poder no suelen
traer equilibrios inmediatos en la sociedad, ni siquiera equidad o equilibrio a
corto plazo, porque normalmente lo hacen desde percepción de la fuerza y la
coacción, como quienes ya aspiran a ser parte del Estado y en ello lo imitan; –
por lo general reclaman todo el poder pleno para su ámbito, haciendo que el
péndulo que señala los equilibrios en una sociedad pasa de un extremo al otro
sin solución de continuidad ni promesa real de equilibrio social – se demostró
en el pasado, hace un siglo, cuando los movimientos obreros, en su mayoría,
optaron por la revolución ante las dificultades y resistencias para acceder a
un bienestar social; y por entonces las masas (que así fueron concebidas) fueron
impulsadas a lo inevitable de la revolución como cambio de paradigma, de verdad
o de base - como decía la propia canción
“a Internacional”, mientras otros pugnaban por el acuerdo pacífico otros
propusieron las barricadas; hubo de esperarse a dos guerras mundiales para que
una situación más equilibrada permitiera cierta co-gestión de los intereses de
los trabajadores y asentar ciertos derechos básicos.
A veces esas prioridades acaban por ningunear
lo que consideramos esencial en el Derecho y que es expresado en leyes que
deben respetar los valores Constitucionales de nuestra Democracia; Así se
concibe desde el “sentido común” otorgado por la experiencia de cada cual, y
que nos sirve de “linterna” cuando nos adentramos en aquellas oscuras
complejidades donde las prioridades tiene más que ver con los intereses de
grupos poderosos, o personajes poderosos e influyentes, o el simple ejercicio
de un pulso para demostrar poder, en el que nos podemos ver atrapados, y sin
poder comprender las circunstancias, ni naturaleza de lo ocurrido, ni el porqué
de la virulencia empleada, y lo aparentemente absurdo de todo lo ocurrido, que
apenas se puede expresar o contar, entonces podríamos considerar que pudiera haber
víctimas.
Siendo el objetivo real la paz y el bienestar,
en cualquier circunstancia, el Estado debe responder a ese mismo criterio de
manera activo y centrar su actividad sobre las causas reales de fondo que les
permiten justificar a los maltratadores, íntimamente, sus maltratos o
violencias, sin que el Estado pueda optar, en modo alguno, por empatizar o
justificar con dichas causas. Por el contrario el objetivo del Estado debiera
ser enfocado a preservar la paz mediante la protección activa los derechos de
las víctimas frente a las personas agresoras.
NOTA PREVIA: La Mater Nutricia vuelve al terreno y le acompaña el novio; el hecho de que le diga al hijo que le han dicho que “no está loca” hiciera suponer que ha visitado un especialista en la materia. La sola presencia de la Mater Nutricia le produce mucho miedo al hijo, que no sabe cómo ya tratar a la madre para que le deje en paz y tranquilo. Lo que parece claro en este momento es que ya siendo consciente gran parte del entono social, y probablemente también facultativo, que hay cosas difícilmente de sostener en su manera de proceder juegue a la desesperada a buscar un “gancho” que le ayude a encauzar al situación con éxito; y como no, la Mater Nutricia, parece nuevamente dispuesta a empezar la misma estrategia de siempre, ahora presentándose, probablemente, como misma víctima ante un posible psicoterapeuta que la crea y le eche una mano defendiéndole de todo este asunto donde sea y consiga, por él, los objetivos sobre su hijo. Y en ello se concibe tan satisfecha que siente alegría y relajación de considerar que la situación se le puede encauzar nuevamente y en ello tiene fe clara.
Puede resultar para algunos lectores de estos artículos que consideren que vinculo demasiado la situación del muchacho con la violencia de género; pero me ha resultado inevitable (aunque en ello alguien concibiera un riesgo) porque son 25 años de consecuencias de la actitud de la Mater Nutricia sobre sus propios hijos, y sobre uno de ellos en particular (y también hay quien sabe a estas alturas que también así procediera con el padre en su momento y en periodo igualmente largo) y basara su actividad agresiva en mostrarse víctima generosa y abnegada mientras iba arrasando vidas. Y aún no se percibe clara salida, pues hay quien sigue desde ese mismo entorno callando aun habiendo constatado lo que se ha puesto en la mesa, y siendo, por tanto, de alguna manera colaborador necesario para que se sostuviera en el pasado y aun en el presente hasta el día de hoy, sin que medie intervención eficaz para ponerle fin.
Así que la posición que se sostiene por el padre siempre debiera ser razonable, porque mientras él escribe y otros leen, hay quien sigue por los mismos derroteros esperando que por fin le suene la flauta y se salga con la suya a la vista de todos.
Así que la posición que se sostiene por el padre siempre debiera ser razonable, porque mientras él escribe y otros leen, hay quien sigue por los mismos derroteros esperando que por fin le suene la flauta y se salga con la suya a la vista de todos.
El muchacho se halla en medio, en el ojo de una pugna de antagonismo y violencias que ya han quedado definidas. La cuestión es que si se poseen herramientas eficaces para ofrecer una solución honesta y aplicarla con celeridad. En ese concepto me animo a realizar este artículo.
Durante años se ha amparado la visión de la Mater Nutricia, algunos muy directa y activamente (convirtiéndose en colaboradores imprescindibles en un maltrato cruel, sobre una vida joven, y que aun haciéndose manifiestamente visible ahora, en la actualidad, dudan en asumir una responsabilidad pro-activa para ponerle fin) Ellos responderán, sin duda, al menos ante sus conciencias.
Durante años se ha amparado la visión de la Mater Nutricia, algunos muy directa y activamente (convirtiéndose en colaboradores imprescindibles en un maltrato cruel, sobre una vida joven, y que aun haciéndose manifiestamente visible ahora, en la actualidad, dudan en asumir una responsabilidad pro-activa para ponerle fin) Ellos responderán, sin duda, al menos ante sus conciencias.
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