Algún familiar del
entorno, que siempre había apoyado a la madre en todo lo que hacía sobre sus
hijos, y que solía acudir como “Caballero Andante” a su rescate cuando esta
reclamaba su presencia, recibió con alarma el audio/video sobre lo que parece a
todas luces violencia extrema sobre uno de los hijos. La llamada telefónica
duró unos minutos, no muchos, pues le argumento de la madre pareció girar sobre
la idea de que a pesar de lo aparatoso que resulta oír ese documento que parece
una prueba “evidente”, todo eso no es más que una manipulación (los audios son
fragmentos sin contexto) y todo está sacado fuera de contexto. Además, la madre,
argumenta la bondad de todas sus acciones, aunque parezcan aparatosas (pero que
no lo son, porque ya se sabe lo difícil y rebelde que es su hijo) porque la
finalidad de todo lo que ella hace lo hace por el bien de su hijo, que es lo
que más quiere en el mundo; y eso ha quedado bien demostrado ante el
sufrimiento que la misma ha padecido por esta causa.
Así que el familiar
quedó bastante satisfecho con las razones de la mujer y se dirigió al joven,
por teléfono con el mensaje de fondo de que sea permeable a la madre y será
feliz. Este hombre, que acabó por alejarse de la ciudad
donde trabajó, formó familia y tuvo una hija, que hace decenios de
años que no ve, después de una separación donde la mujer se quejó a los
familiares de este hombre que la pegaba y estos se limitaron a reseñar que “quien
recibe una recibe cientos”, siendo toda ello la aportación que realizó ante la exposición de violencia que ella expresaba. Hombre sanguíneo, visceral, de muy malos “prontos”,
ya separado de su ex, cuando se enteró de
la separación de esta madre de su marido (que resultaba ser sobrino de él
mismo) se compró una gran furgoneta azul y apareció por el terreno de San Mateo
como ese gran salvador que iba a sacrificarse el resto de su vida y sus bienes
para una causa justa: la de esta mujer y sus hijo así “abandonados” a la
desgracia por su sobrino. Aquello duró lo que Sabina canta en su canción. Así que
ya sin objetivos “redentores” en la vida, se retiró a un pueblo de Teruel,
desde donde reparte consejos atroche y mote, y con ellos su “sabiduría”, como
en este caso; pero de vez en cuando, recibía alguna visita de los parientes, y
estos narraban que su relación con las mujeres ocasionales que seguían desembarcando en su vida no había cambiado para nada.
Hay familias
que conciben, por tradición, que la violencia sobre los hijos está justificada porque
el fin es bueno. Así que no es de extrañar que si a esa violencia se suma a un carácter sanguíneo y violento de los propios personajes el resultado sea
aterrador, pues la familia registra un alto índice de hijos traumatizados, y al
final diagnosticados. Ellos, ven perfección en cómo consideran que se
comportan con los hijos (por lo que nunca
establecieron relación causa efecto entre la violencia intrafamiliar, en la que
parecen participaron también las mujeres, y los demoledores resultados de esa violencia
sobre los hijos). Ellos, esa familia, cuando aparecen los resultados de esa educación que consideran perfecta lo llaman “eufemisticamente” la
enfermedad, como si sus personas fueran
ajenas por completo a lo que ellos mismos han generado, producido y creado en
sus propios hijos.
Se podría
hablar del carácter del padre de la señora madre, también procedente del ambiente de posguerra. Narraba como si hubiera sido
el primer gran susto de su vida, que a los 19 años, estando en casa de su tía
entrara su tío, Guardia Civil y le pegara un tiro a ella en el pasillo y luego así mismo; y él
saliera a la calle, en calzoncillos, pidiendo auxilio. Luego se marchó a la
División Azul, y a su vuelta trabajó de camionero hasta que entró en una compañía
de transportes urbanos. Fundó dos familias simultáneamente (sin formalizar matrimonio con ninguna de
ellas y teniendo dos hijos con cada mujer) y pidió la señora madre a su
entonces aún "novio" o "nueva pareja" que intercediera para que el padre se casara con la madre y no la dejara
sin cobertura material si muriese antes que ella. Nadie se atrevía en esa familia a llevarle
la contraria a ese hombre de carácter violento y lenguaje infantilizado, que
alcanzaba su mejor escenario en las relaciones interpersonales desde los
discursos de fuerza e intimidación. Así que el joven, viendo razonable la
causa, le empezó a hablar a aquél hombre de más de 1:80 m. de altura, corpulento,
fuerte, propenso a irritarse y a estallar (pues
desde la soledad de su infancia y juventud, tuvo que basar toda su
supervivencia en la intimidación), mientras percibía que le resto de la
familia de aquél hombre (hijo, hija, esposa) hacían mutis apresuradamente desde el pequeño salón
hacia la cocina, cuando el inexperto recién
llegado a esa familia se dirigía al Páter Familia para mostrarle los
razonamientos que la hija le había expuesto el día anterior tan razonablemente. Aquél hombre de ya
setenta años, que cuando paseaba por el monte sólo, de vez en cuando, se le
veía levantar el brazo estirado a la vez que gritaba algo in-inteligible, como saludo
nazi, como si el recuerdo en los campos de batalla de la URSS (Minsk, Smolensk…) volvieran a su mente
con mayor plenitud; le miró como a un infame infecto insecto que evidentemente
se metía donde no le llamaban, pisando un terreno muy peligroso; peor aún, se
inmiscuía en su vida privada. Una vez concluido el razonamiento prudente y temeroso
de aquél joven insensato que tenía delante (y
que ya percibía de él que era inconscientemente intrépido ante él, Páter Familia) no respondió,
mientras seguía evaluando al imprudente que tenía delante y cual fuera la mejor
respuesta a darle que le pusiera en su sitio y marcara el territorio de una vez
para siempre; y antes de que diera una respuesta, la familia, refugiada en la cocina y presumiblemente haciendo "oreja", reapareció en el salón como Séptimo de Caballería que pasaba por
ahí, como si nada saber, y el hombre impelido a casarse a los 70 años, cambió
de pensamiento, (aquél personajillo lo había visto por primera vez hacia unos meses, desde el otro lado de la avenida,
cuando su hija se separaba de su primer marido y vio a este joven, con otros,
cómo iban cargando los muebles de la hija en una furgoneta de Foskitos,
producto de la división de bienes del matrimonio de su hija ,que se rompía, y que
acabarían en un trastero). El mensaje había llegado al Páter Familia, y eran lo único que
querían, el resto ya era trabajo de persuasión posterior que dio su fruto con
una boda a los 70 años de aquella pareja (él
madrileño y ella catalana, ambos niños de la guerra).
Más allá de las
manipulaciones de la “nena”(que así le llamaban en casa) no estoy seguro de que
el abuelo aprobara plenamente los métodos de educación de la madre con los
hijos, no tengo duda, creo que ninguna, que el abuelo nunca aceptaría como
razonable y como buen fin lo que se vive en estos días en San Mateo y las
razones que se dan para ello, sobre todo porque él ya sabía lo que era vivir alejado de una familia, y metido en una Institución, desde niño, por no haber sido querido por nadie de su familia.
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