Poner límites a la situación que viene padeciendo el hijo.
De alguna
manera clara, dada la complejidad que suele acompañar a estas circunstancias
que acompañan al hijo (y en su momento al
padre), no se toman iniciativas jurídica, sino más bien se tiende a
solucionar, o dar tiempo a que se solucionen, las cuestiones que le afectan al
hijo, sin más que tener una actitud de respuesta rápida ante cualquier beligerancia
jurídica contra el hijo, donde se puede justificar todas y cada una de las
cuestiones que en su momento fue el padre realizando respecto de su relación
con la ex y sus hijos desde la separación matrimonial hasta el momento; y en
especial, una vez conocida la situación de uno de sus hijos. Un veterano
jurista, vinculado a un organismo de asesoramiento en Salud Mental, le aseguró que la mejor posición que pudiera
tomar desde ese momento en adelante era la de no tomar ninguna iniciativa jurídica
(al menos hasta que no se produjera una
situación realmente grave; dando a entender que cualquier iniciativa del padre
iría, a la definitiva, en contra de los intereses que defiende sobre el hijo,
si no responden, estrictamente, a iniciativas jurídicas o similares de su ex
sobre su hijo).
Una visión tan
pasiva... la visión no le permitía al padre una respuesta cuando la madre realizó
el ingreso forzoso de hijo (y tuvo
necesidad de situarse en posición defensiva) por si desde ahí intentara
sobre él algo legal que intentara cercenar, definitivamente, cualquier
posibilidad del hijo. No fue en ese momento así, pero detectó que se intentaba
que el hijo contuviera la decepción de esa evidente “traición” que sentía y que
supuso su ingreso forzado después de una nueva promesa de “mejores circunstancias para él por la propia madre”, saliendo de casa
del padre súbitamente, esa misma noche, él se trasladara a casa de su madre, y
a la mañana siguiente se despertara rodeado de gente extraña y de policía para
forzarle a ingresar. Es más, parece que
la madre comentó a uno de los hermanos que se despertó pidiendo socorro al
verse de esa manera, y el propio hijo desmintió ese extremo de plano,
concibiendo en ese momento hasta dónde alcanzaba lo que parecía “malicia” de la
madre sobre su persona (haciendo posible
que uno de sus hermanos creyera que él, el hermano, de alguna manera, se
hallaba fuera de sí en esas circunstancias, y cercano a una respuesta de
pánico; y ello no es cierto en modo alguno, asegura; pero sí va en la línea de
reforzar lo que parece el pretendido “guión” que la madre parece establecer
sobre la persona de este hijo, y en ello no repara en oportunidad que se le
presente (su fama, su imagen y en definitiva su honor) - no sería algo nuevo, posee, hasta ahora, la
influencia y la capacidad para hacerlo y la ingenuidad del propio hijo en
“bifurcar” en su mente algo tan indigerible para hacerlo aceptable. El padre
aseguro que ni la madre está “loca” ni hace nada al ”tun tun”; porque esta aparente
manera de proceder le ha sido “válida” y eficiente durante años, y como muestra
de ello también se halla en el padre las secuelas – y en consecuencia el entorno de “adversidad” que ha vivido por los
comentarios en cualquiera de los entornos sociales – desde el laboral,
donde consiguió imponer su papel de señora/víctima, pasando el propio familiar del
padre – donde le descalificó ante casi
toda su familia, salvo un pequeño reducto; pasando por diferentes etapas de
las que concibió, después de muchos años que pudieran ser intentos de generar
pruebas para, desde ahí, construir denuncias; y que aunque no consiguieran en
su momento aval médico (pues siempre se
movió la señora desde ese entorno), en el sentido de formular una denuncia
directa contra el padre, que era lo que pudiera buscar, sí que consiguía,
parece ser, documento médico al respecto que sigue poseyendo, teniendo ocasión
de poder utilizar a pesar de los años transcurridos, como para seguir avalando su
posición– incluso no siendo creída en su
momento por el personal facultativo especializado en ello, consiguió variar su
versión dada en el entorno social, argumentando, así se lo parece ahora al
padre, que siendo el padre un enfermo, ella no sigue adelante por el terreno
judicial – haciendo posible generar una visión de agresor que se libra por
gran consideración de ella, pero probablemente por prejuicios sociales de
aquella etapa, si tuviera ocasión en juzgados. De todo ello ve el padre claridad meridiana,
pues unas situaciones fueron confirmadas por el hijo y otras evidenciadas por
el propio trato que recibe de la madre en el pasado y en la actualidad.
una
de ellas referida a un día que le dijo que había que llevar a los hijos a la
clínica Montpelier- de Vía Hispanidad- y allí después de que entrara ella con
los niños, los médicos le llamaron (eran
dos) para preguntarle, mostrándole la boca de la ahora ex, donde se
hallaban rosetones blancos en su paladar, si sabía que era aquello que los
médicos le mostraban y apenas pudo balbucear que parecía un hongo, y al
repreguntarle que porqué apenas pudo decir que porque lo había estudiado en
agricultura en una escuela agraria. Tuvieron que pasar años para que entendiera
el verdadero contexto de dicha visita médica (pues el gabinete médico de los hijos estaba ubicado en Hernán Cortés,
por el seguro de ASISA con la madre – siempre se negó a tenerlos en el seguro
municipal, porque el seguro de ella le daba la libertad plena de elegir
facultativo sin tener que pasar - como en el ayuntamiento al tenerlo en Centro
Municipal de Salud, conocido como Casa de Socorro – por un médico de cabecera o
pediatra asignado a los niños que autorizara la “derivación médica” y,
consiguientemente realizara un seguimiento que acabara constando en un
historial médico de seguimiento).
Otra
situación similar detectó el padre cuando después de poner la denuncia contra
la madre por malos tratos a los hijos – y
que terminando derivando en la situación que padece en la actualidad uno de
ellos, pero que difícilmente será
reconocida así, plenamente por cualquier profesional psicoterapéutico, al menos
de manera oficial, por lo que la experiencia personal señala como evidencia y
estrategia terapéutica para obtener un resultado de inserción sobre el paciente
(y a la vez de seguridad y protección sobre él y su entorno social) - tardó
un par de semanas o tres más tarde de advertir a la madre telefónicamente – y empleando esas tres semanas en asesorarse
(entre ellos con su psicoterapeuta), de las consecuencias de interponerla;
consecuencias que ocurrieron al perder
la relación con los hijos por obstáculo claro de la madre sin que ningún
jurista quisiera llevar el asunto después del enganchón que tuvo con el juez
por no hacer diligencia al respecto de los niños - , fue con los niños,
como era su costumbre muchos domingos, al parque grande, para pasar la mañana
montando ellos en bici, y al entrar por el puente del paseo San Sebastián, uno
de los hijos, le dijo: Allí hemos estado papá, mientras señalaba la “Casa
Grande”-el Hospital Miguel Servet- y aquello le volvió a contrariar, pues no es
hospital que se halle o hallara entonces en la referencia pediátrica de los
niños, siempre mantenida en el Gabinete Hernán Cortés; y al preguntarle por el
motivo de esa visita me señalara el hijo que para revisarles la espalda. Nunca
tuvieron problema los hijos de espalda, que él sepa, aunque otras negligencias
si hubieran… pues las recomendaciones
del doctor que asistió al parto respecto de uno de los hijos, no fueron
seguidas por la madre, ni parece ser que trasladadas al pediatra del Gabinete y
que supuso, esa negligencia, una intervención quirúrgica ya estando separados
la madre y el padre, llamándole de urgencia sobrevenida al trabajo diciéndole
que en un par de horas era intervenido el otro hijo, con riesgo grave de
poderse detectar un cáncer – y al llegar
solo pudo vislumbrar cómo el cirujano pediatra, con la puerta de la habitación
entreabierta, censuraba algo a la madre antes de intervenir, pero que dejó de
hacerlo cuando el padre se acercó a ese entorno – probablemente porque ella misma
le advirtiera de una probable inestabilidad en la persona del padre (como
parece que siempre realizara sobre la persona del padre de manera siempre
discreta), y siendo ella, en ello, tan convincente que el Dtor. desistió de
conversar ante la presencia del padre. Se marchó la madre y le dejó con el
hijo, sólo, con la aparente finalidad de que fuera el padre quien parara lo que pareciera una, más que
probable, adversa notica sobre el resultado de la operación y el análisis posterior;
y que, al no producirse, en principio esa mala noticia, se convirtió, unas
horas más tarde, en un reproche hacia el padre por ser una transmisión procedente
de su familia, aunque nadie de su familia directa tuviera nunca ese
padecimiento concreto (posteriormente le
dijo que ella había aprendido mucho de sexo – parece ser que al rebatirle el
padre en su acusación, pensó que a sus ojos, tal vez, la persona del padre hubiera
cambiado – pues incluso habían creado una asociación de baile de la que era
presidente y había salido varias veces en tv, generado un ciclo de tangos en una
plaza y promovido actos en diferentes escenarios público y privados de manera
gratuita y desinteresada, rehaciéndose la vida desde las cenizas que ella
hubiera podido creer convertirlo – de lo que pareciera, con el tiempo, estar de
todo ello bien informada). Así que lo que puso delante del padre fuera una
invitación a retomar relaciones, aunque no fue consciente de ello hasta tiempo
bien después, pues la simple manera de exponer lo que parecía su deseo no fue
en absoluto entendida por el marido en ese momento – pero que con los años de esa manera de actuar hubo tenido otros
ejemplos de los que también, afortunadamente desconfió por maneras y formas.
A
tenor de ello, acabé por pedir al Dr. la
historia clínica de los hijos, y después de lo que pareciera una situación de
previa consulta (le emplazó a unos días
más tarde mientras le miraba como evaluando un posible problema), confeccionó
las mismas, individualizadas, de su puño y letra, sin que en ellas para nada
figurara los detalles como la intervención quirúrgica sufrida por uno de los
hijos y nada especialmente relevante de los otros dos; por lo que desconoce, el
padre, si se convino, por algún motivo, no incluir ningún incidente relevante sobre
los hijos (hasta este momento desconoce
porqué no pareciera en ellos la cuestión del testículo, por ejemplo, y si se
debiera a los probables argumentos de la madre sobre la estabilidad del padre;
o simplemente se reflejaba una evidente negligencia de la madre o de revisión
del propio pediatra, pues fuera la madre quien dijo a los hijos que ella nunca
supo de nada y que la culpa fue de los médicos; y estos, evidentemente, la
creyeron).
El
episodio de la Casa Grande lo acabó configurando el padre como la intención de
atribuirle algo realmente grave que, por algún motivo, los facultativos de ese
hospital no dieron curso, tal vez como la madre pretendiera, pero que, sin
embargo, si parece que usó posteriormente – pues
se debió configurar documento médico al respecto – y con el tiempo pudo
observar en su entorno laboral comentarios de algo así como: “él no es así,
está claro”; por lo que otros compañeros o personas sí debieran pensar lo
contrario de lo que fuera lo que se tratase. Pero supo el padre, por un
compañero de la Policía Local, en cuyo sindicato militó unos años, que nadie,
absolutamente nadie en la sociedad que nos circunda, se presta a testificar
sobre asuntos de ese tipo de actuaciones sobre una persona y que por el
contrario, intentar entrar en ello es un riesgo grave de ir a la cárcel.
En este
contexto dado, entendió el padre que su papel siempre debiera de ser defensivo
de lo que se actuara, con clara evidencia y prueba de daño, fehaciente de
daño, o contra él o contra su hijo, pues
cualquier otra posición más beligerante haría concebir a la parte demandada
como “víctima” de la parte demandante, porque la posición del juzgador, parece
ser que así lo determinaría en este tipo de casos.
En este
contexto fue el padre advertido para posicionarse en interceptar cualquier
acción legal sobre el hijo que pudiera realizar la madre y con un poco de
fortuna frenarla o paralizarla. La posición así concebida se debe a que es el
propio hijo quien debe, de alguna manera, ir esclareciendo su relación con la
madre, y que resulta tarea difícil, pero en la que ningún psicoterapeuta (al menos cuando representa en funciones de
garantía de neutralidad ante el Estado) se moverá de una posición de
estricta neutralidad (en principio porque
ambas partes familiares antagónicas “observan” la posición del profesional y
amabas creen estar en legitimidad para actuar, como actúan, respecto del
paciente familiar, o sobre lo que consideran adecuado a su porvenir – incluso
aunque fuere antagónico) , aunque la situación, a una de las parte les
pareciera “clamar al cielo”, porque, de alguna manera, en el fondo del papel médico
no existe establecer cuál de los dos “ambientes” familiares es más terapéutico para
una determinada persona, o paciente - si
este paciente se halla en medio de dos “visiones opuestas” de familiares que
entienden la vida de manera opuesta - y sin embargo, cabe señalar que tuvo
que apelar el padre a una instancia política – sin que le dieran garantía expresa de actuación, ni siquiera de
recepción, de mi petición - para que la primera semana que del hijo en ese
hospital dejaran de prohibirle llorar; y que parecía ser ello producto de la
tesis sostenida por la madre, y que a entender del padre parecía intentar
promover que el hijo estallare en violencia, o agresividad, que ratificara una
visión sostenida sobre él, por el entorno materno, e incluso así avalando una
percepción similar sobre la persona del padre (desconoce el padre cómo y de qué manera en una conversación con un
psicoterapeuta se pudiera concebir ese camino como terapéutico para un hijo,
pero lo cierto es que la madre lo consiguió y ello le lleva a recordar al padre
que el hijo le decía que lleva años, su madre, relacionándose con madres con
chicos muy afectados, realmente afectados y ya sin aparentes oportunidades
reales de integración normalizada en la sociedad; por lo que parece ser que
existe o pudiera existir una manera de “concebir” este tipo de padecimientos
para que se determinen en una dirección concreta, adversa, sin que se pudieran
contemplar otras o simplemente se
descartaran; desconoce el padre el motivo o el tipo de argumentos empleados, o
que se pudieran argumentar, pero parece una realidad – y pudiera ser que la
madre usara de esa experiencia de otras madres con similares objetivos sobre el
propio hijo).
Lo que parece
ser plenamente cierto y usarse como argumento muy legítimo y de peso
transversal, es que debe de ser la propia persona afectada quien decide en cada
momento, y bajo unas determinadas circunstancias, con quién desea estar, aunque
exista evidencia de que en algunas opciones ello le perjudica abiertamente en
posibilidad de salir adelante positivamente. Aunque existiera una posible evidencia
de que una de las partes (de entre dos
antagónicas, por ejemplo) pudiera actuar de manera más positiva y con
resultados de posibilidad de integración real de una persona así afectada, como
el hijo, difícilmente un psicoterapeuta decidiría, por él, cuál sería de dos
ambiente familiares el más adecuado (si
el propio entorno familiar en ello no está plenamente de acuerdo y, además, la
propia persona afectada aceptara tal sugerencia). Es como un requisito.
Así concibe el
padre cómo se usa el concepto de libertad en este entorno – aunque a veces no lleve a libertad alguna;
y a la vez sea una cobertura real que le permite al psicoterapeuta una
neutralidad; y consecuentemente al entorno psicoterapéutico gozar de su propio
espacio de neutralidad y suele gestionarlo de manera bien eficiente, sobre todo
para evitar entrar en lo que se considera conflictos intrafamiliares, donde se
hallarían abiertamente expuestos a la crítica de una u otra de las partes en
conflicto y, siendo profesionales, en este caso, al servicio del Estado, o bajo
el manto del Estado, pronunciarse hacia una de las partes, de manera abierta y
expresa, como mejor espacio para un paciente (en medio de un ambiente familiar conflictivo) no parece que sea
tarea que les corresponda (y desde luego parece
que pudiera deberse a que en algún momento histórico esa circunstancia se debió
manifestar con tal fortaleza que ha dejado así determinada esa “prevención” que
siempre suelen expresar con ese término – conflicto intrafamiliar).
(es
como si se concibiera el ambiente psicoterapéutico que las circunstancias del
paciente son determinantes; en
ocasiones el paciente tuviera opciones –
y tal vez se le pudiera orientar si hay
acuerdo familiar en buscar la mejor solución pensando en el paciente – pero
cuando hay conflictos internos, intrafamiliares, las opciones se reducen
drásticamente para el paciente - ya
explicó la madre al padre puntualmente sus potestades ante el hijo en
conversación telefónica y, de hecho, consultada una persona con experiencia,
vinculada muchos años a casas de acogida, así se lo confirmaba asegurando que
los malos tratos maternos son casi indemostrables, si hubiera cauce, que no lo hay, porque es obvio que el hijo nunca iría
contra su madre pase lo que pase, y probablemente ningún hijo lo hiciera aunque
hubiera salido con bien de una situación similar, y consecuentemente menos
probabilidad habría que fuera en contra de su madre una persona como ese hijo,
que aunque pudiera tomar como lógica tal iniciativa en un momento puntual, de
esa misma iniciativa él mismo se desdeciría y arrepentiría llegado el momento,
por puro sentido del deber para con su madre; incluso aunque el proceder de la
madre, como a veces parece bien cierto, pudiera observarse como que fuera
contra la integridad física y moral del hijo) y que los psicoterapeutas permanecen
neutrales, y suelen manifestar que el paciente depende de sí mismo,
exclusivamente. Y en este punto el psicoterapeuta no entra en cómo fue la
educación de la persona o si fue o no amparada la persona en su niñez o
juventud para ser orientada, si hubiera negligencia en esos sentidos,
sencillamente porque, al menos, en este caso, la madre mantiene e impone su
criterio y parece ser que “no se mueve de
él un ápice”, y eso suele ser bastante disuasorio para cualquier profesional).
Cuando
contactó el padre con un doctor concreto
creyó que ello resolvería la situación del hijo de manera más favorable y, sin
embargo, el doctor pareció retirarse y no poder influir en el ambiente hospitalario,
durante el ingreso; y el padre pensó: es
como si dijeran en entorno terapéutico: El hijo debe aceptar sus circunstancias
tales cuales son, y eso también integra (se
halla detectado, o no, que la madre miente, falsea, manipula, en cualquier
dirección, incluida hacia los médicos mismos). Y realmente ese es un
pensamiento que también le produce temor al padre por lo real con que lo
percibe.
Desde este
punto de vista que expongo, probablemente se aprecie que los psicoterapeutas pueden
aceptar cartas, sugerencias, motivos de preocupación… etc. pero parece claro
que pocas veces, o ninguna, ello tiende a modificar la “visión” que concibiera
en un inicio del paciente y su relación con el medio social y familiar – incluso cuando entra en escena un padre de
la singular naturaleza como la que previamente expusiera la madre sobre él, y
que lo hizo, pues consta en los documentos médicos, que le mostró el hijo, como
antecedentes. Incluso a veces aceptan el “interés” (en abstracto) de un responsable político sobre un paciente
determinado y en ello, a veces modifican la “visión” terapéutica; pero parece
obvio que ello siempre pudo suceder así, ya en el pasado remoto, como si se
tratase de una cortesía, porque la visión general parece ser “fija”.
Para un
profesional, más allá de cualquier argumentación, el problema lo es el paciente
y debe aceptar su condición para intentar estabilizarse y si hay suerte salir de
él; tratan constantemente con el fondo de la condición humana, es su trabajo, y
el devenir de situaciones como la del hijo saben que son complejas y pueden
escapar a una previsión o secuencia
lógica, porque los factores que influyen en él (en este caso lo sabe el padre) no son felices ni parecen mirar por
su bien, tal y como lo concebimos el común de las personas. Y tampoco cree el
padre que los psicoterapeutas, como profesionales, lo desconozcan, pero parecen
asumirlo como parte de las condiciones a superar por el hijo (si es que al final lo consigue). Él
marca la pauta, y su pauta es la pauta del padre; es el vínculo que tiene con él (el
que le ha tocado) y no puede ni debe renunciar a ello; es obvio que la
madre lo sabe, pero parece obvio que los profesionales también, o lo imaginan (otra cosa es que abandonen su neutralidad).
El objetivo del
padre para con el hijo es la moto, el paro y alquilar un piso para él - con una
tranquila transición. Le cabe esperar al
padre a dónde le llevara este camino con el hijo, en esa labor, también, de contención de cualquier acción jurídica que
pudiera tener la madre sobre el hijo; entre tanto, el hijo, llega a la conclusión
que él mismo vio en un primer momento de ser ese entorno materno “tóxico” y,
para lo cual, precisa un recorrido que parece circular para verificar que ello
es cierto y que no tiene solución que él pueda aportar para transformarlo, y
tal vez más bien aceptarlo.
En ello sigue
la línea el padre de intentar sensibilizar al entorno social – si tiene suerte – al menos hasta el
punto de hacer concebir que existen maneras de proceder sobre personas, que aun
resultando penosos, a penas se conocen; en entornos psicoterapéuticos tienden a
considerarlos dentro de una “normalidad” que no todos consideramos tal, pero
que es posible que en otro “rango” alguna vez se han empleado en entornos
familiares y se han justificado por el fin que perseguían. Aquí parece que el
parámetro es, o fuera, el mismo aunque se llegue a determinados extremos; es
como si esa rama del conocimiento que es la psiquiatría no se conmoviera ante la
situación de personas como este hijo, de las que parecen prever que soluciones
tanto en una u otra dirección (en maneras
y formas antagónicas) son viables aunque den resultados opuestos en una
persona dada (y en el concepto de
libertad que todos usamos y entendemos como tal).
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