Miguel Ángel Ibáñez Gómez - maiges_ps@hotmail.com

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miércoles, 27 de mayo de 2020

¿Se pueden poner límites al padecimiento?



Poner límites a la situación que viene padeciendo el hijo.

De alguna manera clara, dada la complejidad que suele acompañar a estas circunstancias que acompañan al hijo (y en su momento al padre), no se toman iniciativas jurídica, sino más bien se tiende a solucionar, o dar tiempo a que se solucionen, las cuestiones que le afectan al hijo, sin más que tener una actitud de respuesta rápida ante cualquier beligerancia jurídica contra el hijo, donde se puede justificar todas y cada una de las cuestiones que en su momento fue el padre realizando respecto de su relación con la ex y sus hijos desde la separación matrimonial hasta el momento; y en especial, una vez conocida la situación de uno de sus hijos. Un veterano jurista, vinculado a un organismo de asesoramiento en Salud Mental, le  aseguró que la mejor posición que pudiera tomar desde ese momento en adelante era la de no tomar ninguna iniciativa jurídica (al menos hasta que no se produjera una situación realmente grave; dando a entender que cualquier iniciativa del padre iría, a la definitiva, en contra de los intereses que defiende sobre el hijo, si no responden, estrictamente, a iniciativas jurídicas o similares de su ex sobre su hijo).
Una visión tan pasiva... la visión no le permitía al padre una respuesta cuando la madre realizó el ingreso forzoso de hijo (y tuvo necesidad de situarse en posición defensiva) por si desde ahí intentara sobre él algo legal que intentara cercenar, definitivamente, cualquier posibilidad del hijo. No fue en ese momento así, pero detectó que se intentaba que el hijo contuviera la decepción de esa evidente “traición” que sentía y que supuso su ingreso forzado después de una nueva promesa de “mejores circunstancias para él por la propia madre”, saliendo de casa del padre súbitamente, esa misma noche, él se trasladara a casa de su madre, y a la mañana siguiente se despertara rodeado de gente extraña y de policía para forzarle a ingresar.   Es más, parece que la madre comentó a uno de los hermanos que se despertó pidiendo socorro al verse de esa manera, y el propio hijo desmintió ese extremo de plano, concibiendo en ese momento hasta dónde alcanzaba lo que parecía “malicia” de la madre sobre su persona (haciendo posible que uno de sus hermanos creyera que él, el hermano, de alguna manera, se hallaba fuera de sí en esas circunstancias, y cercano a una respuesta de pánico; y ello no es cierto en modo alguno, asegura; pero sí va en la línea de reforzar lo que parece el pretendido “guión” que la madre parece establecer sobre la persona de este hijo, y en ello no repara en oportunidad que se le presente (su fama, su imagen y en definitiva su honor) - no  sería algo nuevo, posee, hasta ahora, la influencia y la capacidad para hacerlo y la ingenuidad del propio hijo en “bifurcar” en su mente algo tan indigerible para hacerlo aceptable. El padre aseguro que ni la madre está “loca” ni hace nada al ”tun tun”; porque esta aparente manera de proceder le ha sido “válida” y eficiente durante años, y como muestra de ello también se halla en el padre las secuelas – y en consecuencia el entorno de “adversidad” que ha vivido por los comentarios en cualquiera de los entornos sociales – desde el laboral, donde consiguió imponer su papel de señora/víctima, pasando el propio familiar del padre – donde le descalificó ante casi toda su familia, salvo un pequeño reducto; pasando por diferentes etapas de las que concibió, después de muchos años que pudieran ser intentos de generar pruebas para, desde ahí, construir denuncias; y que aunque no consiguieran en su momento aval médico (pues siempre se movió la señora desde ese entorno), en el sentido de formular una denuncia directa contra el padre, que era lo que pudiera buscar, sí que consiguía, parece ser, documento médico al respecto que sigue poseyendo, teniendo ocasión de poder utilizar a pesar de los años transcurridos, como para seguir avalando su posición– incluso no siendo creída en su momento por el personal facultativo especializado en ello, consiguió variar su versión dada en el entorno social, argumentando, así se lo parece ahora al padre, que siendo el padre un enfermo, ella no sigue adelante por el terreno judicial – haciendo posible generar una visión de agresor que se libra por gran consideración de ella, pero probablemente por prejuicios sociales de aquella etapa, si tuviera ocasión en juzgados.  De todo ello ve el padre claridad meridiana, pues unas situaciones fueron confirmadas por el hijo y otras evidenciadas por el propio trato que recibe de la madre en el pasado y en la actualidad.
una de ellas referida a un día que le dijo que había que llevar a los hijos a la clínica Montpelier- de Vía Hispanidad- y allí después de que entrara ella con los niños, los médicos le llamaron (eran dos) para preguntarle, mostrándole la boca de la ahora ex, donde se hallaban rosetones blancos en su paladar, si sabía que era aquello que los médicos le mostraban y apenas pudo balbucear que parecía un hongo, y al repreguntarle que porqué apenas pudo decir que porque lo había estudiado en agricultura en una escuela agraria. Tuvieron que pasar años para que entendiera el verdadero contexto de dicha visita médica (pues el gabinete médico de los hijos estaba ubicado en Hernán Cortés, por el seguro de ASISA con la madre – siempre se negó a tenerlos en el seguro municipal, porque el seguro de ella le daba la libertad plena de elegir facultativo sin tener que pasar - como en el ayuntamiento al tenerlo en Centro Municipal de Salud, conocido como Casa de Socorro – por un médico de cabecera o pediatra asignado a los niños que autorizara la “derivación médica” y, consiguientemente realizara un seguimiento que acabara constando en un historial médico de seguimiento).    
Otra situación similar detectó el padre cuando después de poner la denuncia contra la madre por malos tratos a los hijos – y que terminando derivando en la situación que padece en la actualidad uno de ellos, pero que difícilmente será reconocida así, plenamente por cualquier profesional psicoterapéutico, al menos de manera oficial, por lo que la experiencia personal señala como evidencia y estrategia terapéutica para obtener un resultado de inserción sobre el paciente (y a la vez de seguridad y protección sobre él y su entorno social) - tardó un par de semanas o tres más tarde de advertir a la madre telefónicamente – y empleando esas tres semanas en asesorarse (entre ellos con su psicoterapeuta), de las consecuencias de interponerla; consecuencias  que ocurrieron al perder la relación con los hijos por obstáculo claro de la madre sin que ningún jurista quisiera llevar el asunto después del enganchón que tuvo con el juez por no hacer diligencia al respecto de los niños - , fue con los niños, como era su costumbre muchos domingos, al parque grande, para pasar la mañana montando ellos en bici, y al entrar por el puente del paseo San Sebastián, uno de los hijos, le dijo: Allí hemos estado papá, mientras señalaba la “Casa Grande”-el Hospital Miguel Servet- y aquello le volvió a contrariar, pues no es hospital que se halle o hallara entonces en la referencia pediátrica de los niños, siempre mantenida en el Gabinete Hernán Cortés; y al preguntarle por el motivo de esa visita me señalara el hijo que para revisarles la espalda. Nunca tuvieron problema los hijos de espalda, que él sepa, aunque otras negligencias si hubieran…  pues las recomendaciones del doctor que asistió al parto respecto de uno de los hijos, no fueron seguidas por la madre, ni parece ser que trasladadas al pediatra del Gabinete y que supuso, esa negligencia, una intervención quirúrgica ya estando separados la madre y el padre, llamándole de urgencia sobrevenida al trabajo diciéndole que en un par de horas era intervenido el otro hijo, con riesgo grave de poderse detectar un cáncer – y al llegar solo pudo vislumbrar cómo el cirujano pediatra, con la puerta de la habitación entreabierta, censuraba algo a la madre antes de intervenir, pero que dejó de hacerlo cuando el padre se acercó a ese entorno – probablemente  porque ella misma le advirtiera de una probable inestabilidad en la persona del padre (como parece que siempre realizara sobre la persona del padre de manera siempre discreta), y siendo ella, en ello, tan convincente que el Dtor. desistió de conversar ante la presencia del padre. Se marchó la madre y le dejó con el hijo, sólo, con la aparente finalidad de que fuera el padre  quien parara lo que pareciera una, más que probable, adversa notica sobre el resultado de la operación y el análisis posterior; y que, al no producirse, en principio esa mala noticia, se convirtió, unas horas más tarde, en un reproche hacia el padre por ser una transmisión procedente de su familia, aunque nadie de su familia directa tuviera nunca ese padecimiento concreto (posteriormente le dijo que ella había aprendido mucho de sexo – parece ser que al rebatirle el padre en su acusación, pensó que a sus ojos, tal vez, la persona del padre hubiera cambiado – pues incluso habían creado una asociación de baile de la que era presidente y había salido varias veces en tv, generado un ciclo de tangos en una plaza y promovido actos en diferentes escenarios público y privados de manera gratuita y desinteresada, rehaciéndose la vida desde las cenizas que ella hubiera podido creer convertirlo – de lo que pareciera, con el tiempo, estar de todo ello bien informada). Así que lo que puso delante del padre fuera una invitación a retomar relaciones, aunque no fue consciente de ello hasta tiempo bien después, pues la simple manera de exponer lo que parecía su deseo no fue en absoluto entendida por el marido en ese momento – pero que con los años de esa manera de actuar hubo tenido otros ejemplos de los que también, afortunadamente desconfió por maneras y formas.
A tenor de ello,  acabé por pedir al Dr. la historia clínica de los hijos, y después de lo que pareciera una situación de previa consulta (le emplazó a unos días más tarde mientras le miraba como evaluando un posible problema), confeccionó las mismas, individualizadas, de su puño y letra, sin que en ellas para nada figurara los detalles como la intervención quirúrgica sufrida por uno de los hijos y nada especialmente relevante de los otros dos; por lo que desconoce, el padre, si se convino, por algún motivo, no incluir ningún incidente relevante sobre los hijos (hasta este momento desconoce porqué no pareciera en ellos la cuestión del testículo, por ejemplo, y si se debiera a los probables argumentos de la madre sobre la estabilidad del padre; o simplemente se reflejaba una evidente negligencia de la madre o de revisión del propio pediatra, pues fuera la madre quien dijo a los hijos que ella nunca supo de nada y que la culpa fue de los médicos; y estos, evidentemente, la creyeron).
El episodio de la Casa Grande lo acabó configurando el padre como la intención de atribuirle algo realmente grave que, por algún motivo, los facultativos de ese hospital no dieron curso, tal vez como la madre pretendiera, pero que, sin embargo, si parece que usó posteriormente – pues se debió configurar documento médico al respecto – y con el tiempo pudo observar en su entorno laboral comentarios de algo así como: “él no es así, está claro”; por lo que otros compañeros o personas sí debieran pensar lo contrario de lo que fuera lo que se tratase. Pero supo el padre, por un compañero de la Policía Local, en cuyo sindicato militó unos años, que nadie, absolutamente nadie en la sociedad que nos circunda, se presta a testificar sobre asuntos de ese tipo de actuaciones sobre una persona y que por el contrario, intentar entrar en ello es un riesgo grave de ir a la cárcel.
En este contexto dado, entendió el padre que su papel siempre debiera de ser defensivo de lo que se actuara, con clara evidencia y prueba de daño, fehaciente de daño,  o contra él o contra su hijo, pues cualquier otra posición más beligerante haría concebir a la parte demandada como “víctima” de la parte demandante, porque la posición del juzgador, parece ser que así lo determinaría en este tipo de casos.
En este contexto fue el padre advertido para posicionarse en interceptar cualquier acción legal sobre el hijo que pudiera realizar la madre y con un poco de fortuna frenarla o paralizarla. La posición así concebida se debe a que es el propio hijo quien debe, de alguna manera, ir esclareciendo su relación con la madre, y que resulta tarea difícil, pero en la que ningún psicoterapeuta (al menos cuando representa en funciones de garantía de neutralidad ante el Estado) se moverá de una posición de estricta neutralidad (en principio porque ambas partes familiares antagónicas “observan” la posición del profesional y amabas creen estar en legitimidad para actuar, como actúan, respecto del paciente familiar, o sobre lo que consideran adecuado a su porvenir – incluso aunque fuere antagónico) , aunque la situación, a una de las parte les pareciera “clamar al cielo”, porque, de alguna manera, en el fondo del papel médico no existe establecer cuál de los dos “ambientes” familiares es más terapéutico para una determinada persona, o paciente - si este paciente se halla en medio de dos “visiones opuestas” de familiares que entienden la vida de manera opuesta - y sin embargo, cabe señalar que tuvo que apelar el padre a una instancia política – sin que le dieran garantía expresa de actuación, ni siquiera de recepción, de mi petición - para que la primera semana que del hijo en ese hospital dejaran de prohibirle llorar; y que parecía ser ello producto de la tesis sostenida por la madre, y que a entender del padre parecía intentar promover que el hijo estallare en violencia, o agresividad, que ratificara una visión sostenida sobre él, por el entorno materno, e incluso así avalando una percepción similar sobre la persona del padre (desconoce el padre cómo y de qué manera en una conversación con un psicoterapeuta se pudiera concebir ese camino como terapéutico para un hijo, pero lo cierto es que la madre lo consiguió y ello le lleva a recordar al padre que el hijo le decía que lleva años, su madre, relacionándose con madres con chicos muy afectados, realmente afectados y ya sin aparentes oportunidades reales de integración normalizada en la sociedad; por lo que parece ser que existe o pudiera existir una manera de “concebir” este tipo de padecimientos para que se determinen en una dirección concreta, adversa, sin que se pudieran contemplar  otras o simplemente se descartaran; desconoce el padre el motivo o el tipo de argumentos empleados, o que se pudieran argumentar, pero parece una realidad – y pudiera ser que la madre usara de esa experiencia de otras madres con similares objetivos sobre el propio hijo).   
Lo que parece ser plenamente cierto y usarse como argumento muy legítimo y de peso transversal, es que debe de ser la propia persona afectada quien decide en cada momento, y bajo unas determinadas circunstancias, con quién desea estar, aunque exista evidencia de que en algunas opciones ello le perjudica abiertamente en posibilidad de salir adelante positivamente. Aunque existiera una posible evidencia de que una de las partes (de entre dos antagónicas, por ejemplo) pudiera actuar de manera más positiva y con resultados de posibilidad de integración real de una persona así afectada, como el hijo, difícilmente un psicoterapeuta decidiría, por él, cuál sería de dos ambiente familiares el más adecuado (si el propio entorno familiar en ello no está plenamente de acuerdo y, además, la propia persona afectada aceptara tal sugerencia). Es como un requisito.
Así concibe el padre cómo se usa el concepto de libertad en este entorno – aunque a veces no lleve a libertad alguna; y a la vez sea una cobertura real que le permite al psicoterapeuta una neutralidad; y consecuentemente al entorno psicoterapéutico gozar de su propio espacio de neutralidad y suele gestionarlo de manera bien eficiente, sobre todo para evitar entrar en lo que se considera conflictos intrafamiliares, donde se hallarían abiertamente expuestos a la crítica de una u otra de las partes en conflicto y, siendo profesionales, en este caso, al servicio del Estado, o bajo el manto del Estado, pronunciarse hacia una de las partes, de manera abierta y expresa, como mejor espacio para un paciente (en medio de un ambiente familiar conflictivo) no parece que sea tarea que les corresponda (y desde luego parece que pudiera deberse a que en algún momento histórico esa circunstancia se debió manifestar con tal fortaleza que ha dejado así determinada esa “prevención” que siempre suelen expresar con ese término – conflicto intrafamiliar).
(es como si se concibiera el ambiente psicoterapéutico que las circunstancias del paciente son determinantes;  en ocasiones  el paciente tuviera opciones – y tal vez se le pudiera orientar si hay acuerdo familiar en buscar la mejor solución pensando en el paciente – pero cuando hay conflictos internos, intrafamiliares, las opciones se reducen drásticamente para el paciente - ya explicó la madre al padre puntualmente sus potestades ante el hijo en conversación telefónica y, de hecho, consultada una persona con experiencia, vinculada muchos años a casas de acogida, así se lo confirmaba asegurando que los malos tratos maternos son casi indemostrables, si hubiera cauce, que no lo hay, porque es obvio que el hijo nunca iría contra su madre pase lo que pase, y probablemente ningún hijo lo hiciera aunque hubiera salido con bien de una situación similar, y consecuentemente menos probabilidad habría que fuera en contra de su madre una persona como ese hijo, que aunque pudiera tomar como lógica tal iniciativa en un momento puntual, de esa misma iniciativa él mismo se desdeciría y arrepentiría llegado el momento, por puro sentido del deber para con su madre; incluso aunque el proceder de la madre, como a veces parece bien cierto, pudiera observarse como que fuera contra la integridad física y moral del hijo)  y que los psicoterapeutas permanecen neutrales, y suelen manifestar que el paciente depende de sí mismo, exclusivamente. Y en este punto el psicoterapeuta no entra en cómo fue la educación de la persona o si fue o no amparada la persona en su niñez o juventud para ser orientada, si hubiera negligencia en esos sentidos, sencillamente porque, al menos, en este caso, la madre mantiene e impone su criterio y parece ser que “no se mueve de  él un ápice”, y eso suele ser bastante disuasorio para cualquier profesional).
Cuando contactó el padre  con un doctor concreto creyó que ello resolvería la situación del hijo de manera más favorable y, sin embargo, el doctor pareció retirarse y no poder influir en el ambiente hospitalario, durante el ingreso; y el padre pensó:  es como si dijeran en entorno terapéutico: El hijo debe aceptar sus circunstancias tales cuales son, y eso también integra (se halla detectado, o no, que la madre miente, falsea, manipula, en cualquier dirección, incluida hacia los médicos mismos). Y realmente ese es un pensamiento que también le produce temor al padre por lo real con que lo percibe.
Desde este punto de vista que expongo, probablemente se aprecie que los psicoterapeutas pueden aceptar cartas, sugerencias, motivos de preocupación… etc. pero parece claro que pocas veces, o ninguna, ello tiende a modificar la “visión” que concibiera en un inicio del paciente y su relación con el medio social y familiar – incluso cuando entra en escena un padre de la singular naturaleza como la que previamente expusiera la madre sobre él, y que lo hizo, pues consta en los documentos médicos, que le mostró el hijo, como antecedentes. Incluso a veces aceptan el “interés” (en abstracto) de un responsable político sobre un paciente determinado y en ello, a veces modifican la “visión” terapéutica; pero parece obvio que ello siempre pudo suceder así, ya en el pasado remoto, como si se tratase de una cortesía, porque la visión general parece ser “fija”.
Para un profesional, más allá de cualquier argumentación, el problema lo es el paciente y debe aceptar su condición para intentar estabilizarse y si hay suerte salir de él; tratan constantemente con el fondo de la condición humana, es su trabajo, y el devenir de situaciones como la del hijo saben que son complejas y pueden escapar a una previsión  o secuencia lógica, porque los factores que influyen en él (en este caso lo sabe el padre) no son felices ni parecen mirar por su bien, tal y como lo concebimos el común de las personas. Y tampoco cree el padre que los psicoterapeutas, como profesionales, lo desconozcan, pero parecen asumirlo como parte de las condiciones a superar por el hijo (si es que al final lo consigue). Él marca la pauta, y su pauta es la pauta del padre;  es el vínculo que tiene  con él (el que le ha tocado) y no puede ni debe renunciar a ello; es obvio que la madre lo sabe, pero parece obvio que los profesionales también, o lo imaginan (otra cosa es que abandonen su neutralidad).
El objetivo del padre para con el hijo es la moto, el paro y alquilar un piso para él - con una tranquila transición. Le  cabe esperar al padre a dónde le llevara este camino con el hijo, en esa labor, también,  de contención de cualquier acción jurídica que pudiera tener la madre sobre el hijo;  entre tanto, el hijo, llega a la conclusión que él mismo vio en un primer momento de ser ese entorno materno “tóxico” y, para lo cual, precisa un recorrido que parece circular para verificar que ello es cierto y que no tiene solución que él pueda aportar para transformarlo, y tal vez más bien aceptarlo.
En ello sigue la línea el padre de intentar sensibilizar al entorno social – si tiene suerte – al menos hasta el punto de hacer concebir que existen maneras de proceder sobre personas, que aun resultando penosos, a penas se conocen; en entornos psicoterapéuticos tienden a considerarlos dentro de una “normalidad” que no todos consideramos tal, pero que es posible que en otro “rango” alguna vez se han empleado en entornos familiares y se han justificado por el fin que perseguían. Aquí parece que el parámetro es, o fuera, el mismo aunque se llegue a determinados extremos; es como si esa rama del conocimiento que es la psiquiatría no se conmoviera ante la situación de personas como este hijo, de las que parecen prever que soluciones tanto en una u otra dirección (en maneras y formas antagónicas) son viables aunque den resultados opuestos en una persona dada (y en el concepto de libertad que todos usamos y entendemos como tal).

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