Miguel Ángel Ibáñez Gómez - maiges_ps@hotmail.com

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domingo, 10 de mayo de 2020

La violencia física y psicológica en España, un factor que enturbia cualquier esperanza


La violencia física y psicológica en España, un factor que enturbia cualquier esperanza

Hoy venía un artículo en “El País” (ayer 9 de mayo, día de Ntra Sra. De los Desamparados.Y el Día de la Comunidad Europea.) en el que se hablaba cómo se ha estado gestionando esta crisis en algunas residencias donde personas afectadas psicológicamente están pasando el confinamiento decretado por el Gobierno. Hay como un paréntesis en las maneras y formas de tratar a los más vulnerables; ha tenido que llegar esta pandemia para que incluso algunos profesionales de la psiquiatría cuestionen alguna de las perspectivas empleadas como actitudes cotidianas respecto de sus pacientes. Medidas realmente desproporcionadas que responden  a un miedo social, colectivo y compartido, que es singular en España y que no se haya igual de instalado en otros países europeos.
La violencia ha sido en España parte inseparable de la educación y la convivencia familiar. Mientras que otros Estados después de la segunda guerra Mundial revisaron el trato que se les daba a los pacientes que mostraban afecciones psicológicas, buceando más en las causas del maltrato extremo, oculto y callado padecido, otros países cuyos Estados habían caído en la esfera autoritaria o dictatorial persistían en la idea de que la violencia es parte inseparable y necesaria para el control efectivo y eficaz de la población (y en consecuencia las familias de aquellos Estados adaptaban a sus hijos a sufrir violencia en casa como parte del proceso de adaptación a la sociedad que les tocaba vivir (el mundo es así, se decían los padres así mismos para dotar de coherencia la violencia y el miedo que reinaba en sus hogares y que ellos mismos generaban diariamente). La violencia en casa, un “Páter Familia” o una “Mater Nutricia” imponiendo dosis de terror cotidiano, intempestivo y sorpresivo les podría exonerar de cualquier situación que acaeciera a sus hijos desde la autoridad del Estado (como lo era el colegio o los profesores). “Si yo ya se lo digo, señor profesor, y buenas zurras  se lleva en casa” “Es un rebelde, y no hace caso” “No, no, si encasa ya va caliente, pero ni por esas” Frases a mano, bien traídas en el momento y que se podrían constatar por los propios vecinos si era necesario. Gritos, lloros, angustia, desesperación en los hogares; en algunas casas prácticamente a diario. Era la manera de sintonizar con el Estado y granjearse su indulgencia.
Las consecuencias han sido nefastas en muchas ocasiones; sobre todo porque se ha transmitido y constituido la idea de que la violencia y la intimidación forma parte inseparable de la vida y la convivencia social, y sobre todo de la educación de los hijos o para poner límites bien constatables a los más vulnerables (así se concibe que pegarle una paliza a un mendigo o un indigente cuando duerme en un cajero, pueda ser considerado un acto de reproche legítimo por la vida que le toca vivir. “Si eres mendigo es tu culpa” se dicen los agresores así mismos; no en vano es el mensaje en maneras y formas violentas que recibieron en casa durante años; así que no es de extrañar que ellos mismos sea luego exportadores de esa manera de pensar).
Esa forma de recibir la educación en casa (y de manera similar fuera de ella) nos ha llevado a considerar que superar esos malos tratos y violencias nos ha hace más fuertes y más conscientes del mundo y la sociedad que nos toca vivir. Y en consecuencia consideran muchos que pasar por la misma experiencia de coacciones, maltratos y violencias es una etapa necesaria para adaptarse plenamente a la sociedad y entender mejor las relaciones interpersonales.
Cuando los excesos de estos métodos “educativos” estallan ante nosotros, y vemos que en algunos entornos familiares “se han pasado” suele entrar el temor al resultado de esa violencia sobre los niños y jóvenes que eran sensibles e inteligentes ya de por sí, a los que nunca hubiera sido necesario emplear semejantes métodos de enseñanza violenta para que comprendieran la sociedad violenta en la que se hallaban. Se les tiene miedo a que contengan rabia, ira, o pensamientos de venganza. Resulta curioso que se tema de ellos la misma reacción que cualquiera de nosotros pudiera concebir como normal ante una situación de violencia extrema vivida. “se habían pasado, ¿Quién pagaría el coste de aquellos excesos?”  La respuesta era sencilla, los padres sólo reprodujeron el ejemplo del Estado Autoritario y coactivo por “amor a sus hijos”, o más bien por temor al propio Estado (es decir, ante la evidencia del poder del Estado, por la teoría de que estar del lado del más fuerte menos penalidades te acontecen; e incluso te ganas su benevolencia; la solución más sencilla era clara y evidente: Instaurar la violencia en casa, porque si razonas con los hijos estos pretenderán razonar con el Estado y el Estado no razona de manera comprensible para todos, se limita a repartir palos, y si quieres saber de los motivos de los palos que reciben tus hijos te pagas un abogado y que te lo explique legalmente después de perder el juicio; y peor aún si lo ganas – porque hay que recordar que en todo hay experiencia y la maldición gitana lo expresa claramente: Juicios tengas y los ganes; nos e puede concebir mayor desgracia que pasarse toda la vida peleando con el Estado).
Así que el temor a las consecuencias que manifiestan las personas así tratadas extremamente resulta proporcional a la percepción paranoica de la propia sociedad cuando considera que los actos que pudieran resultar de una persona así tratada por el entorno social inmediato le podrían llevar a tener reacciones violentas desproporcionadas en cualquier momento. Aunque sea un prejuicio extendido y con poca base, sin embargo el prejuicio así concebido en nuestra sociedad permite aislar socialmente a estas personas, es decir: que se establezca una distancia social – que precisamente es lo que estamos viviendo con esta pandemia - (y ello en sí mismo constituye una traba, casi insalvable, para la recuperación de estas  personas).
La paradoja es evidente, la sociedad rechaza las consecuencias de su propio proceder violento y extremo sobre personas sensibles. Siempre ha sido la máxima en cualquier proceso educativo, incluso ya de adultos, hacerse responsable de los resultados de nuestros actos. Pero en este caso ni como sociedad en conjunto, ni como Páter Familia ni como Mater Nutricia, nadie se hace responsable de las consecuencias y apelan, se acaba apelando, al sistema de bienestar del Estado para que se haga cargo del problema generado (porque desde luego nadie va a reconocer culpas errores o excesos, y todo será trasladado a la responsabilidad de quien sufrió los malos tratos y la violencia; y si es posible, al alguien más del entorno; al fin y al cabo ¿No se considera una enfermedad? Pues que lo atienda el Estado). Es decir, si el modelo coactivo que propuso el Estado Autoritario, y del que imitamos su proceder, fracasó en la educación de los hijos que sea el propio Estado quien asuma las consecuencias.
De alguna manera hemos convivido varias generación en España en el tránsito de un Estado autoritario a un modelo de Estado que busca más activamente el bienestar social; y sin embargo en el tránsito aún perviven generaciones de Páter Familia y Mater Nutricia que no realizaron esa transición en sus hogares y en la educación de sus hijos sino que siguieron el modelo antiguo y ahora, en medio de un Estado de Derecho y garantías para todas las personas (al menos en la letra) se encuentran con el resultado y consecuencias de una educación violenta que ellos mismo procuraron a sus hijos y cuyas consecuencias adversas deben justificar. Y sin embargo no lo tienen tan difícil aun sabiéndose que son agresores y agresoras.
El propio Estado en España no ha eliminado del todo la violencia y la coacción dentro de sus instituciones y, en muchos casos no parece que se hallen en trance de revisar el modelo, a lo sumo lo protocolarizan  para asegurar ante la justicia que no existiría un ensañamiento particular sobre un paciente.
No en todos los países se trata igual a las víctimas de estas situaciones padecidas. Estados que se conciben como verdaderos procuradores de bienestar para sus ciudadanos vienen enfrentándose a todas las formas de violencia que encuentran en sus sociedades  y las encaran desde el origen de las mismas (tanto para prevenirlas como para tratar a las personas que ya presentan los síntomas adversos del padecimiento recibido). Cuando hablamos de cómo enfrentan el acoso escolar, hablamos de que se reconoce que ello es causa de padecimientos posteriores que se pueden mostrar  llegando a ser obstáculos reales para el desarrollo integral de las personas. O cuando hablamos de que en países el tratamiento de estos padecimientos no implican violencia o coacción añadida hablamos desde una percepción diferente. Ello no quiere decir que en España no existan buenos profesionales, lo que parece indicar es que serían pacientes de segunda, aislados, con pocas probabilidades de recuperación porque la sociedad les “teme” y no les brinda apoyo real y positivo, ni siquiera el círculo familiar.
Esta pandemia nos ha acercado a todos a las condiciones en que muchas de estas personas viven, han vivido o vivirán el resto de sus vidas.

(extraido de El país)

ayer 9 de mayo, día de Ntra Sra. De los Desamparados.

Y el Día de la Comunidad Europea.


Raúl García Psiquiatra: Me di cuenta de lo duro que es estar enfermo en un hospital y no ver a tu familia”. “Y yo pensaba: ‘Si esto les pasa a mis pacientes todos los días’. Cuando una persona ingresa en una planta de Psiquiatría y lo primero que les restringes son las visitas familiares. Y lo hacemos en nombre de un miedo determinado, porque no está justificado para nada. De hecho, lo que más ayuda a alguien es tener un apoyo familiar. Y eso ahora lo estamos viendo todos, que necesitamos a nuestra familia, que no podemos estar días, semanas o meses teniéndola cerca y no puedes verla”.
José Juan Uriarte Psiquiatra está de acuerdo: “Los profesionales de la salud mental no sabemos más de la vida que cualquier otra persona, sabemos de enfermedades. Las adversidades no se afrontan con psicoterapia o antidepresivos y ansiolíticos, se afrontan con el apoyo del entorno y las medidas que se puedan tomar para atenuar el impacto social y económico que los Gobiernos sean capaces de arbitrar. No será la solución un ejército de psicólogos o psiquiatras recomendando obviedades y recetando ansiolíticos a personas sanas pero agobiadas por las circunstancias. Y además esto tiene el riesgo de que dejemos de lado a nuestros pacientes más graves, para los que además sí tenemos conocimiento y herramientas para su tratamiento”.
Fernando González, jefe de los servicios de infancia y adolescencia de los servicios públicos de salud mental en Bizkaia. “En general yo creo que esta vivencia de solidaridad colectiva hace diferente esta pandemia de otros desastres o adversidades sociales más puntuales que se han podido sufrir, como el 11-M, que fue mucho más circunscrito a unas familias, para las que fue terrible. Vamos a estar atentos, pero con atención primaria y con el sector educativo tendremos que coordinarnos para que no se patologicen o se psiquiatricen demasiado algunas expresiones del malestar que pueden tener algunos menores. Se tiende a medicalizar los problemas de la vida, el sufrimiento. Quizás es la parte que pagamos por nuestro individualismo: al final todos queremos resolver de una forma rápida nuestro malestar, vamos al médico o al profesor y este dice: 'pues vete al psicólogo o vete al psiquiatra', y nos derivan”.
“Nosotros”, dice García, “hemos atendido a gente que llevaba diez años sin salir de la habitación. Con la esquizofrenia, que tiene el componente paranoico muy grande. Si tú sientes que el mundo te va a agredir, te repliegas. Lo que estamos haciendo nosotros lo han hecho ellos toda la vida.
Rodrigo Oraá es psiquiatra y jefe del Servicio de Adicciones de la red de Salud Mental de Osakidetza en Bizkaia. ¿La disminución del consumo de drogas no es al menos una buena noticia? “El desconfinamiento traerá otra vez los estímulos de siempre. El tigre no está cazado, el tigre está agazapado y vendrá”. “Por otro lado”, prosigue, “las adicciones también son formas de intentar afrontar sufrimientos que viene de traumas o de cualquier otro problema mental. Manejar una adicción no es solo no consumir, sino tratar otros aspectos”.
“Lo que nos va a venir en el aspecto psiquiátrico cuando esto acabe, ni lo sabemos. La gente se desestabiliza, se emparanoia. El que es paranoico se vuelve más paranoico”, dice Raúl García. “Hay un chico en la residencia de Parla que tiene una paranoia con el ejército, que el Ejército va a venir, que el ejército no sé qué. Y resulta que aparece la UME en la residencia con los cascos, los trajes, la protección... Claro, este chico... El Ejército vino para ayudar, para desinfectar, para preguntarnos qué necesitábamos. Pero deliramos en torno a los contextos. Cuando atentaba ETA había muchísimos delirios sobre ETA. Ahora va a haber delirios que ya ni sé, si ya la situación es delirante que no veas. Imagínate a nuestros pacientes saliendo a la calle, viéndolas vacías, todo cerrado, a gente con mascarillas y a la policía y al ejército por ahí. Juan José Millás tiene una frase que dice: ‘La realidad es un delirio consensuado”.

El psiquiatra Rubén de Pedro, del equipo de cuidados a personas sin hogar de Osakidetza en Bizkaia, pasea por Bilbao mientras visita a pacientes atendidos por él. Una de ellas es una mujer obsesionada desde hace años con la limpieza y que se acaba de romper una pierna. Tendrá que ser enviada a un albergue, pero no quiere que nadie la toque por temor a contagiarse. “Hay psicosis paranoides”, explica De Pedro, “como creer que te está persiguiendo la policía todo el día o que los vecinos hacen ruido que se están convirtiendo en una realidad. La policía está en la calle, los vecinos hacen ruido, hay paranoia social. La gente que vive continuamente en la paranoia ya está adaptada. Y la gente que tiene un trastorno compulsivo grave, sobre todo aquellas que tienen miedo a contagiarse de enfermedades por medio de microorganismos que pueden estar en los objetos, y que por eso evitan tocar cosas y se lavan compulsivamente las manos, que se han adaptado muy bien a la situación actual, incluso te dicen: “Ves, ves cómo tenía yo razón...”.

Con las personas de la calle, sigue De Pedro, se está dando una situación muy paradójica. “Por culpa del confinamiento, en Bilbao se han habilitado dispositivos para alojar a los que no tienen un hogar. Y la gente que está en la calle se encuentra de repente con un techo y dice: ‘Joder, ¿y esto no se podía haber hecho antes que estábamos en la puta calle? También hay otros que quieren que se les deje en paz, en su acera o en su parque. Pero en general es sorprendente la capacidad que están teniendo para adaptarse a la situación”
Al doctor Oraá le preocupan sobre todo aquellas personas que están mal y aún no se han decidido a pedir ayuda. Cuenta lo que le ocurrió a un hombre que iba a ser padre en una semana. “Llevaba unos días dándole vueltas a la cabeza, preocupado con ir al hospital, con poder contagiarse en el parto, si iban a atender bien a su mujer..., y esto le había llevado a una situación de tanta tensión que se autolesionaba, se golpeaba. Estas personas que empiezan a darle vueltas a la cabeza por temor a contagiarse acaban estando varios días sin dormir y esto tiene consecuencias. Personas que podían no tener antecedentes y que quizás, como mucho, eran personas preocupadas por la salud. Eran personas que tenían su trabajo, sus relaciones normales y que ahora, una vez interrumpidas esas estrategias que todos tenemos, el roce social, el estar con unos colegas hablando, el ejercicio para algunos, para otros ir al cine, o al teatro, o el fútbol, se quedan a solas con sus obsesiones. La desaparición de estos entretenimientos que daban un poco de cohesión a la vida diaria está haciendo que personas que antes no habían tenido problemas aparezcan, de pronto, por los servicios de Urgencias con un sufrimiento brutal, enorme”.
Lo cierto es que la gente está sola, pero los que ya estaban solos lo están ahora aún más. Y se escuchan y leen en la calle y en los medios palabras que parece que cobran un nuevo sentido durante el confinamiento porque afectan a todos: aislamiento, estigma, encierro, distancia social. Carlos Mañas, un joven de Vigo con trastorno bipolar, reflexiona: “Distancia social es la que he vivido yo toda mi vida con la sociedad. Todos me habéis puesto dos metros de distancia en mi relación con el mundo. ¿Ahora de repente os alarmáis? Esta crisis no es mía, esta crisis es vuestra”.

Si el Estado, nuestro Estado, no entra de pleno en una visión plena y transversal de considerarse un Estado orientado para el pleno Bienestar de sus ciudadanos de manera positiva descartando todas las formas de violencia en sus actuaciones con personas vulnerables y estableciendo una “prohibición militante” de la violencia en las relaciones sociales, podremos anticipar que el objetivo de la Paz, que solo puede llegar de la mano de los Estados, nunca será un objetivo ni posible ni probable, porque cuando el Estado guarda en sí la tolerancia ciertas formas de violencia sobre personas vulnerables, nos viene a señalar, que para el Estado, con independencia de los objetivos políticos de sus ciudadanos y aunque estos objetivos incluyan el establecimiento de la paz por medio del Bienestar social y no de la coacción o la violencia; para el Estado, al parecer, sigue siendo la violencia y la coacción una herramienta que resulta necesaria (por lo que nunca la va a desterrar del marco de herramientas que dispone para el control social de sus ciudadanos, por mucho que los representantes políticos de esos mismos ciudadanos lo consideren una meta. Siempre el Estado considerará que hay argumentos o excepciones en que es necesaria, incluso con los vulnerables; de alguna manera por ello se opone a ello y usa de instituciones para acreditar sus razones.)

Si los ciudadanos no somos conscientes de la necesidad de erradicar la violencia en todas su formas (para ir a la esencia y origen de los problemas y tratarlos razonablemente en maneras y formas persiguiendo constantemente el bienestar de las personas) es posible que empecemos a concebir que las formas de control de la sociedad en su conjunto, pese a estar en un Estado democrático, sean cada vez más eficaces, restrictivas, más limitantes... y pudiéramos llegar a concebir, dentro de unos no muchos años, que el mundo en que vivimos se haya convertido en una inmensa sala de un Psiquiatrico. El ejemplo de cómo en los países comunistas se trataban a los disidentes por cuestionar el Paraíso Comunista en el que vivían poniéndolos en manos de profesionales o de cómo en la actualidad existen algún Estado que obligan a sus ciudadanos a sonreír y ser felices so pena de tener graves problemas con el régimen (Corea del Norte).

El Estado se define, en su propia concepción etimológica, como “inmóvil y parado” hacer que su esencia sea el bienestar positivo de todos los ciudadanos, de los más vulnerables y sobre todo de las víctimas, extirpando toda forma de violencia resulta un objetivo irrenunciable.

La violencia es el uso inmoderado de la fuerza (física o psicológica) por parte del violento o agresor para lograr objetivos que van contra la voluntad del violentado o víctima. Pero la violencia puede proyectarse no solo contra personas, sino contra animales (crueldad hacia los animales), plantas, objetos artísticos o religiosos (iconoclastia) o no y entornos naturales o medioambientales (contaminación ambiental). Puede incitarse con diversos estímulos y puede manifestarse también de múltiples maneras asociada igualmente a los variados procedimientos de la humillación, la amenaza, el rechazo, el acoso o las agresiones verbales, emocionales, morales o físicas. La consecuencia puede ser y es casi en todos los casos la lesión o destrucción en parte o en todo de un ser o grupo humano, por un lado; de un animal o de una especie natural, por otro; o de objetos, bienes y propiedades raramente propios y más frecuentemente ajenos o comunes. Amenazas contra uno mismo, otra persona, un grupo o una comunidad que tiene como consecuencia o es muy probable que tenga como consecuencia un traumatismo, daños psicológicos, problemas de desarrollo o la muerte.
Cuando las sociedades no avanzan en sus derechos para extender el bienestar a todas las capas y personas, lo que si inicia es un retroceso hacia fórmulas de Estado más restrictivas, más controladoras y a la definitiva más violentas.


NOTA: Se concibe que una Mater Nutricia pudiera obtener el apoyo de un psiquiatra particular para que, pese a las evidencias de maltrato extremo sobre el hijo, este técnico acabe justificando toda la trayectoria de violencia y coacción suministrada al hijo; y aún más intente argumentar en favor de la Mater Nutricia  para llevar a cabo el objetivo de la Mater Nutricia de institucionalizarle.




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