La violencia física y psicológica en España, un factor que
enturbia cualquier esperanza
Hoy venía un artículo en “El País” (ayer 9 de mayo, día de Ntra Sra. De los Desamparados.Y el Día de la Comunidad Europea.) en el que se hablaba cómo se ha
estado gestionando esta crisis en algunas residencias donde personas afectadas
psicológicamente están pasando el confinamiento decretado por el Gobierno. Hay
como un paréntesis en las maneras y formas de tratar a los más vulnerables; ha
tenido que llegar esta pandemia para que incluso algunos profesionales de la
psiquiatría cuestionen alguna de las perspectivas empleadas como actitudes
cotidianas respecto de sus pacientes. Medidas realmente desproporcionadas que
responden a un miedo social, colectivo y compartido, que es singular
en España y que no se haya igual de instalado en otros países europeos.
La violencia ha sido en España parte inseparable de la educación y
la convivencia familiar. Mientras que otros Estados después de la segunda
guerra Mundial revisaron el trato que se les daba a los pacientes que mostraban
afecciones psicológicas, buceando más en las causas del maltrato extremo,
oculto y callado padecido, otros países cuyos Estados habían caído en la esfera
autoritaria o dictatorial persistían en la idea de que la violencia es parte
inseparable y necesaria para el control efectivo y eficaz de la población (y en consecuencia las
familias de aquellos Estados adaptaban a sus hijos a sufrir violencia en casa
como parte del proceso de adaptación a la sociedad que les tocaba vivir (el mundo es así, se decían
los padres así mismos para dotar de coherencia la violencia y el miedo que
reinaba en sus hogares y que ellos mismos generaban diariamente). La
violencia en casa, un “Páter Familia” o una “Mater Nutricia” imponiendo dosis
de terror cotidiano, intempestivo y sorpresivo les podría exonerar de cualquier
situación que acaeciera a sus hijos desde la autoridad del Estado (como lo era el
colegio o los profesores). “Si yo ya se lo digo, señor profesor, y buenas
zurras se lleva en casa” “Es un rebelde, y no hace caso” “No, no, si
encasa ya va caliente, pero ni por esas” Frases a mano, bien traídas en el
momento y que se podrían constatar por los propios vecinos si era necesario.
Gritos, lloros, angustia, desesperación en los hogares; en algunas casas
prácticamente a diario. Era la manera de sintonizar con el Estado y granjearse
su indulgencia.
Las consecuencias han sido nefastas en muchas ocasiones; sobre
todo porque se ha transmitido y constituido la idea de que la violencia y la
intimidación forma parte inseparable de la vida y la convivencia social, y
sobre todo de la educación de los hijos o para poner límites bien constatables
a los más vulnerables (así se concibe que
pegarle una paliza a un mendigo o un indigente cuando duerme en un cajero,
pueda ser considerado un acto de reproche legítimo por la vida que le toca
vivir. “Si eres mendigo es tu culpa” se dicen los agresores así mismos; no en
vano es el mensaje en maneras y formas violentas que recibieron en casa durante
años; así que no es de extrañar que ellos mismos sea luego exportadores de esa
manera de pensar).
Esa forma de recibir la educación en casa (y de manera similar
fuera de ella) nos ha llevado a considerar que superar esos malos tratos y
violencias nos ha hace más fuertes y más conscientes del mundo y la sociedad
que nos toca vivir. Y en consecuencia consideran muchos que pasar por la misma
experiencia de coacciones, maltratos y violencias es una etapa necesaria para
adaptarse plenamente a la sociedad y entender mejor las relaciones interpersonales.
Cuando los excesos de estos métodos “educativos” estallan ante
nosotros, y vemos que en algunos entornos familiares “se han pasado” suele
entrar el temor al resultado de esa violencia sobre los niños y jóvenes que
eran sensibles e inteligentes ya de por sí, a los que nunca hubiera sido
necesario emplear semejantes métodos de enseñanza violenta para que
comprendieran la sociedad violenta en la que se hallaban. Se les tiene miedo a
que contengan rabia, ira, o pensamientos de venganza. Resulta curioso que se
tema de ellos la misma reacción que cualquiera de nosotros pudiera concebir
como normal ante una situación de violencia extrema vivida. “se habían pasado,
¿Quién pagaría el coste de aquellos excesos?” La respuesta era
sencilla, los padres sólo reprodujeron el ejemplo del Estado Autoritario y
coactivo por “amor a sus hijos”, o más bien por temor al propio Estado (es decir, ante la
evidencia del poder del Estado, por la teoría de que estar del lado del más fuerte menos penalidades te acontecen; e incluso te ganas su benevolencia; la solución
más sencilla era clara y evidente: Instaurar la violencia en casa, porque si
razonas con los hijos estos pretenderán razonar con el Estado y el Estado no
razona de manera comprensible para todos, se limita a repartir palos, y si
quieres saber de los motivos de los palos que reciben tus hijos te pagas un
abogado y que te lo explique legalmente después de perder el juicio; y peor aún
si lo ganas – porque hay que recordar que en todo hay experiencia y la
maldición gitana lo expresa claramente: Juicios tengas y los ganes; nos e puede
concebir mayor desgracia que pasarse toda la vida peleando con el Estado).
Así que el temor a las consecuencias que manifiestan las personas
así tratadas extremamente resulta proporcional a la percepción paranoica de la
propia sociedad cuando considera que los actos que pudieran resultar de una
persona así tratada por el entorno social inmediato le podrían llevar a tener
reacciones violentas desproporcionadas en cualquier momento. Aunque sea un
prejuicio extendido y con poca base, sin embargo el prejuicio así concebido en
nuestra sociedad permite aislar socialmente a estas personas, es decir: que se
establezca una distancia social – que precisamente es lo que estamos viviendo
con esta pandemia - (y ello en sí mismo
constituye una traba, casi insalvable, para la recuperación de estas personas).
La paradoja es evidente, la sociedad rechaza las consecuencias de
su propio proceder violento y extremo sobre personas sensibles. Siempre ha sido
la máxima en cualquier proceso educativo, incluso ya de adultos, hacerse
responsable de los resultados de nuestros actos. Pero en este caso ni como
sociedad en conjunto, ni como Páter Familia ni como Mater Nutricia, nadie se
hace responsable de las consecuencias y apelan, se acaba apelando, al sistema de
bienestar del Estado para que se haga cargo del problema generado (porque desde luego
nadie va a reconocer culpas errores o excesos, y todo será trasladado a la
responsabilidad de quien sufrió los malos tratos y la violencia; y si es
posible, al alguien más del entorno; al fin y al cabo ¿No se considera una
enfermedad? Pues que lo atienda el Estado). Es decir, si el modelo coactivo
que propuso el Estado Autoritario, y del que imitamos su proceder, fracasó en la educación de los
hijos que sea el propio Estado quien asuma las consecuencias.
De alguna manera hemos convivido varias generación en España en el
tránsito de un Estado autoritario a un modelo de Estado que busca más
activamente el bienestar social; y sin embargo en el tránsito aún perviven
generaciones de Páter Familia y Mater Nutricia que no realizaron esa transición
en sus hogares y en la educación de sus hijos sino que siguieron el modelo
antiguo y ahora, en medio de un Estado de Derecho y garantías para todas las
personas (al menos en la letra) se encuentran con el resultado y consecuencias
de una educación violenta que ellos mismo procuraron a sus hijos y cuyas
consecuencias adversas deben justificar. Y sin embargo no lo tienen tan difícil
aun sabiéndose que son agresores y agresoras.
El propio Estado en España no ha eliminado del todo la violencia y
la coacción dentro de sus instituciones y, en muchos casos no parece que se
hallen en trance de revisar el modelo, a lo sumo lo protocolarizan para
asegurar ante la justicia que no existiría un ensañamiento particular sobre un
paciente.
No en todos los países se trata igual a las víctimas de estas
situaciones padecidas. Estados que se conciben como verdaderos procuradores de
bienestar para sus ciudadanos vienen enfrentándose a todas las formas
de violencia que encuentran en sus sociedades y las encaran desde el
origen de las mismas (tanto para prevenirlas
como para tratar a las personas que ya presentan los síntomas adversos del
padecimiento recibido). Cuando hablamos de cómo enfrentan el acoso escolar,
hablamos de que se reconoce que ello es causa de padecimientos posteriores que
se pueden mostrar llegando a ser obstáculos reales para el
desarrollo integral de las personas. O cuando hablamos de que en países el
tratamiento de estos padecimientos no implican violencia o coacción añadida
hablamos desde una percepción diferente. Ello no quiere decir que en España no
existan buenos profesionales, lo que parece indicar es que serían pacientes de
segunda, aislados, con pocas probabilidades de recuperación porque la sociedad
les “teme” y no les brinda apoyo real y positivo, ni siquiera el círculo familiar.
Esta pandemia nos ha acercado a todos a las condiciones en que
muchas de estas personas viven, han vivido o vivirán el resto de sus vidas.
(extraido de El país)
ayer 9 de mayo, día de Ntra Sra. De
los Desamparados.
Y el Día de la Comunidad Europea.
Raúl García Psiquiatra: Me di
cuenta de lo duro que es estar enfermo en un hospital y no ver a tu familia”.
“Y yo pensaba: ‘Si esto les pasa a mis pacientes todos los días’. Cuando una persona ingresa en una
planta de Psiquiatría y lo primero que les restringes son las visitas
familiares. Y lo hacemos en nombre de un miedo determinado, porque no está
justificado para nada. De hecho, lo que más ayuda a alguien es tener un
apoyo familiar. Y eso ahora lo estamos viendo todos, que necesitamos a nuestra
familia, que no podemos estar días, semanas o meses teniéndola cerca y no
puedes verla”.
José Juan Uriarte Psiquiatra está
de acuerdo: “Los profesionales de la salud mental no sabemos más de la vida que
cualquier otra persona, sabemos de enfermedades. Las adversidades no se
afrontan con psicoterapia o antidepresivos y ansiolíticos, se afrontan con el
apoyo del entorno y las medidas que se puedan tomar para atenuar el impacto
social y económico que los Gobiernos sean capaces de arbitrar. No será la
solución un ejército de psicólogos o psiquiatras recomendando obviedades y
recetando ansiolíticos a personas sanas pero agobiadas por las circunstancias.
Y además esto tiene el riesgo de que dejemos de lado a nuestros pacientes más
graves, para los que además sí tenemos conocimiento y herramientas para su
tratamiento”.
Fernando González, jefe de los
servicios de infancia y adolescencia de los servicios públicos de salud mental
en Bizkaia. “En general yo creo que esta vivencia de solidaridad colectiva hace
diferente esta pandemia de otros desastres o adversidades sociales más
puntuales que se han podido sufrir, como el 11-M, que fue mucho más
circunscrito a unas familias, para las que fue terrible. Vamos a estar atentos,
pero con atención primaria y con el sector educativo tendremos que coordinarnos
para que no se patologicen o se psiquiatricen demasiado algunas expresiones del
malestar que pueden tener algunos menores. Se tiende a medicalizar los
problemas de la vida, el sufrimiento. Quizás es la parte que pagamos por
nuestro individualismo: al final todos queremos resolver de una forma rápida
nuestro malestar, vamos al médico o al profesor y este dice: 'pues vete al
psicólogo o vete al psiquiatra', y nos derivan”.
“Nosotros”, dice García, “hemos
atendido a gente que llevaba diez años sin salir de la habitación. Con la
esquizofrenia, que tiene el componente paranoico muy grande. Si tú sientes que
el mundo te va a agredir, te repliegas. Lo que estamos haciendo nosotros lo han
hecho ellos toda la vida.
Rodrigo Oraá es psiquiatra y jefe
del Servicio de Adicciones de la red de Salud Mental de Osakidetza en Bizkaia.
¿La disminución del consumo de drogas no es al menos una buena noticia? “El
desconfinamiento traerá otra vez los estímulos de siempre. El tigre no está
cazado, el tigre está agazapado y vendrá”. “Por otro lado”, prosigue, “las
adicciones también son formas de intentar afrontar sufrimientos que viene de
traumas o de cualquier otro problema mental. Manejar una adicción no es solo no
consumir, sino tratar otros aspectos”.
“Lo que nos va a venir en el aspecto psiquiátrico cuando esto acabe, ni
lo sabemos. La gente se desestabiliza, se
emparanoia. El que es paranoico se vuelve más paranoico”, dice Raúl García.
“Hay un chico en la residencia de Parla que tiene una paranoia con el ejército,
que el Ejército va a venir, que el ejército no sé qué. Y resulta que aparece la UME
en la residencia con los cascos,
los trajes, la protección... Claro, este chico... El Ejército vino para ayudar,
para desinfectar, para preguntarnos qué necesitábamos. Pero deliramos en torno
a los contextos. Cuando atentaba ETA había muchísimos delirios sobre ETA. Ahora
va a haber delirios que ya ni sé, si ya la situación es delirante que no veas.
Imagínate a nuestros pacientes saliendo a la calle, viéndolas vacías, todo
cerrado, a gente con mascarillas y a la policía y al ejército por ahí. Juan
José Millás tiene una frase que dice: ‘La realidad es un delirio consensuado”.
El psiquiatra Rubén de Pedro, del
equipo de cuidados a
personas sin hogar de
Osakidetza en Bizkaia, pasea por Bilbao mientras visita a pacientes atendidos
por él. Una de ellas es una mujer obsesionada desde hace años con la limpieza y
que se acaba de romper una pierna. Tendrá que ser enviada a un albergue, pero
no quiere que nadie la toque por temor a contagiarse. “Hay psicosis
paranoides”, explica De Pedro, “como creer que te está persiguiendo la policía
todo el día o que los vecinos hacen ruido que se están convirtiendo en una
realidad. La policía está en la calle, los vecinos hacen ruido, hay paranoia
social. La gente que vive continuamente en la paranoia ya está adaptada. Y la
gente que tiene un trastorno compulsivo grave, sobre todo aquellas que tienen
miedo a contagiarse de enfermedades por medio de microorganismos que pueden
estar en los objetos, y que por eso evitan tocar cosas y se lavan
compulsivamente las manos, que se han adaptado muy bien a la situación actual,
incluso te dicen: “Ves, ves cómo tenía yo razón...”.
Con las personas de la calle, sigue
De Pedro, se está dando una situación muy paradójica. “Por culpa del
confinamiento, en Bilbao se han habilitado dispositivos para alojar a los que
no tienen un hogar. Y la gente que está en la calle se encuentra de repente con
un techo y dice: ‘Joder, ¿y esto no se podía haber hecho antes que estábamos en
la puta calle? También hay otros que quieren que se les deje en paz, en su
acera o en su parque. Pero en general es sorprendente la capacidad que están
teniendo para adaptarse a la situación”
Al doctor Oraá le preocupan sobre
todo aquellas personas que están mal y aún no se han decidido a pedir ayuda.
Cuenta lo que le ocurrió a un hombre que iba a ser padre en una semana.
“Llevaba unos días dándole vueltas a la cabeza, preocupado con ir al hospital,
con poder contagiarse en el parto, si iban a atender bien a su mujer..., y esto
le había llevado a una situación de tanta tensión que se autolesionaba, se
golpeaba. Estas personas que empiezan a darle vueltas a la cabeza por temor a
contagiarse acaban estando varios días sin dormir y esto tiene consecuencias.
Personas que podían no tener antecedentes y que quizás, como mucho, eran
personas preocupadas por la salud. Eran personas que tenían su trabajo, sus
relaciones normales y que ahora, una vez interrumpidas esas estrategias que
todos tenemos, el roce social, el estar con unos colegas hablando, el ejercicio
para algunos, para otros ir al cine, o al teatro, o el fútbol, se quedan a
solas con sus obsesiones. La desaparición de estos entretenimientos que daban
un poco de cohesión a la vida diaria está haciendo que personas que antes no
habían tenido problemas aparezcan, de pronto, por los servicios de Urgencias
con un sufrimiento brutal, enorme”.
Lo cierto es que la gente está
sola, pero los que ya estaban solos lo están ahora aún más. Y se escuchan y
leen en la calle y en los medios palabras que parece que cobran un nuevo
sentido durante el confinamiento porque afectan a todos: aislamiento, estigma,
encierro, distancia social. Carlos Mañas, un joven de Vigo con trastorno
bipolar, reflexiona: “Distancia social es la que he vivido yo toda mi vida con
la sociedad. Todos me habéis puesto dos metros de distancia en mi relación con
el mundo. ¿Ahora de repente os alarmáis? Esta crisis no es mía, esta crisis es
vuestra”.
Si el Estado, nuestro Estado, no
entra de pleno en una visión plena y transversal de considerarse un Estado
orientado para el pleno Bienestar de sus ciudadanos de manera positiva
descartando todas las formas de violencia en sus actuaciones con personas vulnerables
y estableciendo una “prohibición militante” de la violencia en las
relaciones sociales, podremos anticipar que el objetivo de la Paz, que solo
puede llegar de la mano de los Estados, nunca será un objetivo ni posible ni
probable, porque cuando el Estado guarda en sí la tolerancia ciertas formas de
violencia sobre personas vulnerables, nos viene a señalar, que para el Estado,
con independencia de los objetivos políticos de sus ciudadanos y aunque estos
objetivos incluyan el establecimiento de la paz por medio del Bienestar social
y no de la coacción o la violencia; para el Estado, al parecer, sigue siendo la
violencia y la coacción una herramienta que resulta necesaria (por lo que nunca
la va a desterrar del marco de herramientas que dispone para el control social
de sus ciudadanos, por mucho que los representantes políticos de esos mismos
ciudadanos lo consideren una meta. Siempre el Estado considerará que hay
argumentos o excepciones en que es necesaria, incluso con los vulnerables; de
alguna manera por ello se opone a ello y usa de instituciones para acreditar
sus razones.)
Si los ciudadanos no somos
conscientes de la necesidad de erradicar la violencia en todas su formas (para ir a la esencia
y origen de los problemas y tratarlos razonablemente en maneras y formas
persiguiendo constantemente el bienestar de las personas) es posible que
empecemos a concebir que las formas de control de la sociedad en su conjunto,
pese a estar en un Estado democrático, sean cada vez más eficaces,
restrictivas, más limitantes... y pudiéramos llegar a concebir, dentro de unos
no muchos años, que el mundo en que vivimos se haya convertido en una inmensa
sala de un Psiquiatrico. El ejemplo de cómo en los países comunistas se
trataban a los disidentes por cuestionar el Paraíso Comunista en el que vivían
poniéndolos en manos de profesionales o de cómo en la actualidad existen algún
Estado que obligan a sus ciudadanos a sonreír y ser felices so pena de tener
graves problemas con el régimen (Corea del Norte).
El Estado se define, en su propia
concepción etimológica, como “inmóvil y parado” hacer que su esencia
sea el bienestar positivo de todos los ciudadanos, de los más vulnerables y
sobre todo de las víctimas, extirpando toda forma de violencia resulta un
objetivo irrenunciable.
La violencia es el uso inmoderado
de la fuerza (física o psicológica) por parte del
violento o agresor para lograr objetivos que van contra la voluntad del violentado o víctima. Pero la violencia puede proyectarse no solo
contra personas, sino contra animales (crueldad
hacia los animales),
plantas, objetos artísticos o religiosos (iconoclastia) o no y entornos naturales o medioambientales (contaminación
ambiental). Puede incitarse con diversos
estímulos y puede manifestarse también de múltiples maneras asociada igualmente
a los variados procedimientos de la humillación, la amenaza, el rechazo, el
acoso o las agresiones verbales, emocionales, morales o físicas. La consecuencia
puede ser y es casi en todos los casos la lesión o destrucción en parte o en
todo de un ser o grupo humano, por un lado; de un animal o de una especie
natural, por otro; o de objetos, bienes y propiedades raramente propios y más
frecuentemente ajenos o comunes. Amenazas
contra uno mismo, otra persona, un grupo o una comunidad que tiene como
consecuencia o es muy probable que tenga como consecuencia un traumatismo,
daños psicológicos, problemas de desarrollo o la muerte.
Cuando las sociedades no avanzan en sus
derechos para extender el bienestar a todas las capas y personas, lo que si
inicia es un retroceso hacia fórmulas de Estado más restrictivas, más
controladoras y a la definitiva más violentas.
NOTA:
Se concibe que una Mater Nutricia pudiera obtener el apoyo de un psiquiatra
particular para que, pese a las evidencias de maltrato extremo sobre el hijo,
este técnico acabe justificando toda la trayectoria de violencia y coacción
suministrada al hijo; y aún más intente argumentar en favor de la Mater Nutricia para
llevar a cabo el objetivo de la Mater Nutricia de institucionalizarle.
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