Miguel Ángel Ibáñez Gómez - maiges_ps@hotmail.com

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martes, 13 de marzo de 2012

Solos en el Escenario


El escenario era de parqueé viejo y poco cuidado, hasta tal punto estaba descuidado que algunas de las tablas sobresalían en exceso del plano. Cuando lo examinaron antes de bailar ya se percataron de aquella dificultad, pero era demasiado tarde para suspender el número. Además ambos tenían la voluntad de hacer lo posible por superar cualquier inconveniente que se presentara, aunque aquél era, desde luego, un obstáculo que podía desmerecer la actuación.

 Entre las bambalinas, se tomaron de la mano, como apoyándose el uno en el otro, antes de enfrentarse al público y observaban el final del número anterior. Él le miraba algo tenso, producto del nerviosismo que generaba el escenario. La miró nuevamente, ahora de abajo a arriba para valorar su aspecto general y le dijo:

- Estás muy guapa. – y pensaba que aquello que le decía, además de ser cierto, la tranquilizaría. Ella estaba radiante y relajada, lo que realzaba su atractivo. Su tranquilidad la depositaba en la confianza que tenía en el baile y la improvisación de aquél hombre con el que había aprendido a bailar y que era capaz de disimular cualquier error que se produjera sobre la marcha.
 - Tú también – le respondió ella con una sonrisa confiada. Él deseaba, en aquél momento, no perder la inspiración y meter esas tres figuras nuevas que habían practicado y otras que siempre se dejaba en el olvido cuando llegaban momentos de exhibición.

              Sonaron los aplausos como aviso del fin del número anterior y apareció el presentador. Sus manos se apretaron aún más. Salir al escenario era un deseo y un temor. Oyeron sus nombres y los aplausos de acogida. Avanzaron con decisión sobre el escenario hasta alcanzar su centro. Las luces no les permitían ver el patio de butacas, ni distinguir al público. Estaban, extrañamente, solos. Cogidos todavía de la mano, la invitó a situarse enfrente de él. Se abrazaron ante un silencio estremecedor que sólo podía superarse con una gran dosis de aplomo. Y comenzaron los primeros sones de “Libertango”.

               Como su nombre decía, aquél tango les evocaba la libertad de bailar y ellos lo hacían como nadie. A una sacada baja de él ella respondía con una sacada alta. Y es que ella había aprendido a disfrutar respondiendo a las iniciativas de su pareja de baile. Si él le hacía realizar un salto ella le respondía con un gancho y un firulete. Deambulaban por el escenario abrazados, mientras sus piernas se entrelazaban en un diálogo continuo de oposición y sintonía. De vez en cuando, se miraban con complicidad, aunque ella, a veces, esbozaba una sonrisa tras la cual se traslucía cierta picardía. Estaban disfrutando, casi como si estuvieran solos, como si el mundo no existiera más allá de la frontera de su abrazo.

El tema terminó súbitamente y ellos, inmóviles, se miraban a los ojos. El público rompió a aplaudir con bravos que se oían desde el escenario. Entonces recuperaron la lucidez, otra lucidez, otra realidad en la que sus sentimientos habían sido compartidos por el público y ellos, mutuamente plenos el uno del otro, saludaron.
Se retiraron por entre las bambalinas. - Muy bien, habéis estado muy bien – les dijo el cantante.
- ¡Artistas! – les dijo el presentador al cruzarse con ellos cuando volvía sobre el escenario.
- Se dirigieron hacia los camerinos y al entrar se volvieron a mirar con una complicidad renovada. Entonces él, ya lejos del nerviosismo que le generaba la responsabilidad de actuar, e invadido por cierta euforia contenida, exclamó:
- ¡Ha salido genial! – y a continuación le preguntó - ¿Has sentido tu lo mismo? ¿Has sentido que estábamos solos?
- ¡Sí! ¡Yo también lo he sentido! – contestó ella, aunque quería haberle dicho que casi siempre que bailaba con él desaparecía el mundo.

Ahora estaban allí, en aquél camerino. La mujer que les condujo hasta el mismo no preguntó si deseaban una habitación para cada uno de ellos. Formaban una buena pareja y cuando los vio entrar los reconoció de la plaza la plaza donde se bailaba en primavera y en verano. Ella era romántica y había dado por supuesto que entre ellos dos había de existir algo más que amistad.

         - ¡Bailando como bailan, no me cabe la menor duda! – se decía. Otra cosa la hubiera decepcionado. Mientras se miraban repararon en eso mismo, en que la mujer no les había ofrecido dos habitaciones. El tiempo se volvió a parar para ellos. Aquél vestido negro resaltaba su perfecta figura y su pelo suelto hacía resplandecer el atractivo de su rostro. Se acercó a ella, le abrazó con ternura mientras le besaba.

Ella se sentía feliz ¿Podía existir un día mejor que aquél?. Y ambos se hubieran dejado llevar por la pasión de no ser porque su número había sido el último y todos les esperaban para conversar un rato e intercambiar impresiones.

Acababan de bailar sobre un escenario. En realidad habían sido el principal número de la tarde noche o al menos el más esperado.




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