Miguel Ángel Ibáñez Gómez - maiges_ps@hotmail.com

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martes, 13 de marzo de 2012

El Sueño de una siesta de verano.

A las cinco y media del sábado sonó el teléfono - Zummmmb.
- Sí, ¿Quién es?
- Sonetos del Amor Oscuro – contestó una voz femenina que le dejó estupefacto.
- ¿Cómo? ¿Quién? – volvió a preguntar dando por hecho que no había entendido lo que le decían- Zummmmb.
- Sonetos del Amor Oscuro – volvió a repetir ella y añadió – De Amancio Prada.
- ¿Amancio Prada? ¿Quién eres? – volvió a preguntar intrigado y confundido.
- Soy yo – le dijo- Zummmmb.
- ¡Ah! ¡Eres tú! – la reconoció – ¿qué tiene que ver Amancio Prada? – le preguntó desconcertado.- ¡Ah!  - exclamó mientras recordaba que en la parte posterior de su coche tenía un LP de Amancio Prada, del que nunca supo como llegó hasta ahí.  Evidentemente ella lo había visto a través de la ventanilla. ¿Has pasado por mi casa? – le preguntó creyendo deducir.
- Sí y no estabas- Zummmmb.
- Si que estaba, bueno – rectificó – salí un momento a comprar tabaco – y reparó en su ausencia. - ¿Qué haces? – le preguntó por si quería intentar de nuevo la cita.
- Estoy en casa, no tengo nada que hacer – le respondió ella esperando que él le propusiera un encuentro.
- ¿Te apetece un paseo por el campo? – le propuso, pensando que podían dar una vuelta por los alrededores de la ciudad- Zummmmb.
- Sí.- le contestó ella.
- Paso a buscarte  y te llamo en veinte minutos.
Zummmmb, Zummmmb, Zummmmb
- ¿Cómo puede sonar el teléfono si estoy hablando por él? – se preguntó contrariado.
Zummmmb, Zummmmb, Zummmmb. Su mano, aun dormido, iba buscando el botón correcto del despertador. Si se equivocaba una música suave le acunaría para seguir durmiendo en vez de reproducir el zumbido diez minutos más tarde. Realmente el diseñador de aquél aparato se había lucido al poner los dos botones juntos.

Abrió los ojos y reparó en que era de día. Estaba desubicado en el tiempo. En realidad eran las cinco y media de la tarde del sábado.

Se levantó confundido. Un regusto emocional le rondaba el corazón. Intentó deducir por qué y recordó la multitud de sueños que había tenido en algo más de una hora. Le habían dejado en un estado indefinible pero agradable, tanto que le hubiera gustado haberlo vivido.

Fue a la ducha mientras seguía recordando pasajes del sueño:
- ¿Tango? ¿De donde habré sacado yo la idea de soñar con Tango?

No le disgustaba bailar, aunque siempre se sintió como un pato. Pero aquello del soñar con Tango le parecía absurdo y decidió olvidar los sueños. Había quedado a las siete menos cuarto con su amiga y en un momento se vistió y salió a la calle.

Él esperaba en el portal. Siempre lo había hecho así. Siempre eludió subir a buscar a sus acompañantes femeninas a sus pisos. Por algún motivo en el que nunca se paró a pensar, siempre prefirió esperar en el portal. Ahora sin embargo pensaba en ello.

Ella siempre es puntual. - Se decía mientras miraba el reloj. Y pensaba si la reconocería cuando la viera. Reconocer en el sentido afectivo de la palabra. Si persistiría esa cierta química. Él no sabía provocar esas situaciones de complicidad que permiten recuperar con rapidez el recuerdo de los vínculos que nos unen tras una separación, aunque esta fuera  veraniega. No había llamado al timbre, sabía que bajaría y no quería hacer que se apresurara. Su pensamiento vagaba mientras esperaba. Ella era una mujer austera y poco dada a demostraciones afectivas. Un poco raro para una Tauro, se decía. Aunque pensaba que tal vez ella se protegía así de sus propios sentimientos. Sin embargo también se entendía con el carácter castellano, poco proclive a las demostraciones de afecto.

Se abrió la puerta del portal y ella apareció.
 -¡Hola! ¿Qué tal? – le dijo a ella mientras pensaba que estaba espléndida. Y prosiguió -¡Te ha sentado bien el verano! – y se fijaba en que el rostro de ella estaba relajado, sonriente y sin muestra de preocupación alguna.
– ¡Muy bien! ¡Y tú también!- contestó ella, a la vez que le echaba un vistazo rápido y constataba que también a él le habían sentado bien las vacaciones.
- ¡Un café!.
- ¡Sí, claro! ¿Te apetece que paseemos hasta una terraza?
-¡Bien!

Hacía algo de fresco aunque aún quedaban tres semanas de verano y ella se había puesto un chal.

Se fueron por la orilla del río mientras hablaban de las cosas que habían pasado en esas semanas. Ella cambió el curso de la conversación de repente y le dijo:
- ¿Nos apuntamos a bailes de salón?
- ¡Bien! Y ¿Qué te apetecería bailar?
- No sé, Tango tal vez.



Se quedó mudo, solo pudo farfullar un sí.

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