En aquella sala había casi cien personas. Hacía una hora que había comenzado la milonga y ya estaba abarrotada. Al fondo unas mesas contenían bebidas y vasos para autoservicio. Cerca de la puerta una persona cobraba la entrada a la sala y en la esquina se encontraba el amplificador y el ordenador que permitían oír y seleccionar la música.
- Socio o no socio – repetía la encargada de suministrar las entradas. A pesar de la hora la gente seguía llegando a la milonga. Había tanta gente nueva que se encontraba algo desorientada y le costaba reconocer quienes estaban asociados y quienes no.
Al entrar en la sala las personas iniciaban un peregrinaje de saludos. Aquella milonga era un acto social formal. Nada que ver con las primeras que se realizaron en esa ciudad a cargo del, entonces, único profesor de tango. Aquél era un personaje singular que llevó a más de medio centenar de personas adultas por un peregrinaje de locales, algunos decadentes y otros atractivos, como en un errar por el desierto hasta que todos ellos se organizaron en una asociación y definieron sus actividades preferidas. Sin embargo, aquél hombre impregnó a los aficionados de la genuina y libre idea del tango, algo que tardaría en volverse a ver.
Las cortinas que se oían estaban evolucionando. De imitar las formas y estructura de las milongas de BBAA se pasó a ciertas licencias en las que las cortinas ya no eran compuestas por el mismo tema. Además el tango electrónico empezaba a hacer furor en el Mar del Plata y aquí, algo más conservadores, lo empezaban a introducir con cuentagotas.
También existía un amago de volver al tango de espectáculo, o al menos de introducir algunos de sus pasos en la milonga. Nada era permanente, todo estaba sujeto a evolución. Algo que se vislumbraba en las palabras del Presidente de la asociación, aunque llevaba una temporada en la que le daba por recalcar el final de todas las cosas.
- Todo tiene su fin, todo en la vida se acaba y esta milonga también – decía cada semana desde el micrófono. Aquella recurrente frase lapidaria parecía la expresión de una experiencia personal algo derrotista. ¿Porqué no podía decir que todo acaba y renace invitando a los asistentes al próximo parto milonguero?. Así sería algo más positivo, además de ser fiel reflejo de la actividad de la Naturaleza, de la que el hombre no es ajeno. Vaya Ud. a saber. Lo cierto es que se concluían algunas milongas mandando a sus participantes y a los espectadores prácticamente al “cementerio” de lo cotidiano.
Las personas se agrupaban por sectores de afinidad que representaban fielmente la jerarquía social existente. Estaba el grupo de la Junta Directiva muy cerca del equipo de sonido. El grupo crítico, en el lugar opuesto al primero y entre medias el grueso de los miembros de la asociación, de la que destacaba por su posición relegada al terreno de nadie el fondo sur y la nueva ola. Estos últimos eran arrabaleros. Sin embargo, a pesar de las viejas rivalidades o antagonismos, el paso de los años había enmarcado cualquier divergencia dentro de un ambiente presidido por la formalidad y educación. Algo nunca visto en las genuinas milongas de los primeros años del siglo XX, donde los enfrentamientos y peleas eran la expresión del individualismo y liderazgo social.
- ¿Bailas? – le dijo ella sin pronunciar palabra, con un solo gesto de su cabeza, a aquél hombre que conocía desde hacía años.
- ¡Por supuesto! – le contestó. Le divertía bailar con aquella mujer que siempre estaba esperando qué paso nuevo iba a realizarle. Aquello de dialogar con los pies le encantaba.
Y se perdieron entre la multitud de parejas que había en la pista.
Otros se dedicaban a mirar.
- ¡Mira fulanita! ¡Qué vestido más bonito lleva!
- ¡Mira menganita! ¡Qué bien pone el pié sobre el suelo!
O a criticar, alguna persona lo hacía para sí misma:
- ¡Con lo que lleva gastado en clases tutanita y lo poco que se le luce! – se decía así misma como consolándose de la lentitud que le parecía tener en su progresión técnica del baile.
Otras hablaban mientras esperaban que le sacaran a bailar. Por lo general existía una agenda no escrita en la que las mujeres, bailaban con los mismos hombres en cada milonga. Y aquello tendía a repetirse constantemente semana tras semana.
Al final, cuando no lo hacía el Presidente, el Dj tomaba el micrófono y se despedía diciendo:
- Entre esta milonga y la próxima sólo quedas estas tres cumparsitas.
Y la noche de tango se acabó.
Los hechos, los datos, aun siendo efectivos, no son la realidad, no tienen ellos por sí realidad y como no la tienen, mal pueden entregarla a nuestra mente. Para descubrir la realidad es preciso que retiremos por un momento los hechos de nuestro entorno y nos quedemos a solas con nuestra mente... No debería ser necesario hacer constar esto: todo el que se ocupa de labores científicas debería de saberlo. Ortega y Gasset (1932)
Miguel Ángel Ibáñez Gómez - maiges_ps@hotmail.com
- Cateyes: ¿Lo Aparente y Lo Real?
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